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Golpes de cierre

Por Yanivis Melissa Izaguirre | Periodista, Honduras

Tegucigalpa, Honduras. Otra noche de mala televisión. Y no por falta de guion. El presidente de un extinto Poder del Estado decidió ocupar la cadena nacional para convertirse en escudero del Ejecutivo, vocero de campaña y fiscal adjunto de los intereses partidarios. Una mezcla tan peculiar que deja claro que el Congreso ya no legisla, milita.

En un país serio, un presidente del Congreso le habla a la nación para explicar leyes, reformas o emergencias institucionales. En Honduras, en cambio, el titular del Legislativo aparece para defender al Gobierno con una indignación más propia de un secretario político que de un poder autónomo.

El discurso no se sostiene por su evidencia (¡que vaya que la hay… y abundante!, y que ningún hondureño en su sano juicio negaría), sino por la forma en que se instrumentaliza.

La corrupción del pasado, los pactos con el crimen, el narcoestado documentado en expedientes federales: todo eso es real, brutal y vergonzoso. Pero convertirlo en licencia moral para gobernar sin controles es otra historia.

¿O es que creen que como el pasado fue una tragedia, el presente debe ser aceptado sin reclamos? Pues entre más negro pintan el pasado, más piden que aceptemos el presente sin contradecir.

La tragedia de Honduras es que ambas cosas pueden ser ciertas: fuimos o seguimos siendo un narcoestado… y, al mismo tiempo, hoy vivimos un deterioro institucional que no se justifica con un “lo hacemos por el bien”. Ambas verdades deben existir juntas para que el país pueda mirarse sin mentirse.

El presidente del Congreso que no legisla, leyó, enumeró, proyectó matrices, exhibió fechas, documentos, expedientes del Distrito Sur de Nueva York, sentencias, testimonios de capos, listas, comparaciones, y una larga colección de verdades irrefutables.

Todo ello sirve, sí, para reconstruir la historia reciente: una élite política que pactó su supervivencia y su ambición con el crimen organizado. Nadie serio discute eso.

Pero la pregunta de fondo no es si existió el narcoestado en la era de JOH, lo sabemos, lo vivimos, lo pagamos, sino qué hace hoy el Estado para evitar ese modelo que se regenera dentro del poder que dice combatirlo.

El país necesita instituciones que se controlen mutuamente, no instituciones que se aplaudan en cadena nacional.

Tampoco necesita que se usen espacios como una cadena nacional como golpes de cierre del silencio electoral.

Un país no avanza cuando su liderazgo compite por ver quién fue menos corrupto que el otro.

Por favor, que alguien le diga a Luis Redondo que la ética no es un comparativo.

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