Por: Víctor Meza
Tegucigalpa.– No hay mal que por bien no venga, reza la sabiduría popular. Y, aunque en este caso no sería aplicable a la pandemia letal que nos azota, no hay duda que siempre hay quienes creen que ha llegado la oportunidad esperada y se disponen a aprovecharla.
Desde el tendero que abusivamente incrementa el valor de las mercancías, hasta el profesional que eleva la tarifa de sus servicios en forma desproporcionada, sin olvidar al dueño de la farmacia que, esclavo de la codicia, extorsiona virtualmente a sus pacientes. Bien decía Shakespeare, “el hombre es Dios cuando sueña, pero esclavo cuando cuenta…”
Ese es el precio que paga la sociedad a un sistema que convierte la salud en mercancía y deja en manos de los banqueros buena parte del sistema sanitario del país. Cuando la atención médica de los ciudadanos se determina por la tarifa que cobra el hospital, la salud se vuelve un privilegio de pocos, un derecho de ricos. La desigualdad económica se transforma en desigualdad social, y esta, a su vez, en desigualdad humana, en la frontera invisible que separa la vida de la muerte. El virus, dice la gente, nos ataca a todos por igual. Si, es cierto, solo que a unos más que a otros. Como en la “Rebelión en la granja” de George Orwell, todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros. Y esto, que ya de por sí es una verdad rotunda, lo es más cuando se trata de la desigualdad política.
Esos, “los más iguales”, son precisamente los que quieren aprovechar la pandemia para lograr objetivos políticos. Convierten la epidemia en una excusa, una supuesta razón válida para mantenerse en el usufructo permanente del poder, vía control del gobierno. El argumento utilizado (más valdría decir la argucia) es que la epidemia del coronavirus no permite celebrar elecciones, por lo cual el gobernante ilegal que nos desgobierna debería seguir en su puesto, revestido de la apreciada inpunidad que le concede el cargo y rodeado de los privilegios y canonjías que le son consustanciales a su condición presidencial. De esta forma, de acuerdo a la lógica de los oportunistas, muchos altos burócratas incluidos, “no hay mal que por bien no venga” y, como dicen los chinos, “en cada crisis hay que ver también una oportunidad”. Solo que en este caso se trata de la oportunidad de seguir mandando, continuar en la Casa presidencial, haciendo y deshaciendo, aprovechando la tragedia para convertirla en su propia comedia de gozo familiar. Y si esto es así, la epidemia se convierte en la esperada oportunidad. La afortunada ocasión para eliminar ese “obstáculo legal” que ordena celebrar elecciones generales en noviembre del próximo año.
Hace poco, el pasado día 05 de julio, se llevaron a cabo elecciones en la República Dominicana. No sería infructuoso que los dirigentes políticos locales leyeran el Informe preliminar que acaba de presentar la Misión de Observación Electoral (MOE) que envió la Organización de Estados Americanos (OEA) a dar fe del proceso electoral en condiciones de grave crisis sanitaria. En ese documento verán los hallazgos, conclusiones y recomendaciones que encontraron y redactaron los observadores electorales. Por si fuera poco, la misma OEA acaba de publicar un interesante libro, una guía para celebrar elecciones en tiempos de pandemia, que contiene la opinión de reconocidos expertos en estos temas. Los dos documentos – el Informe y el libro – deberían ser lectura obligada, aunque solo sea para aquellos políticos que tienen la extraña costumbre de leer de vez en cuando.
Así están las cosas. No es cuestión de un sí o un no al momento de plantear el vidrioso dilema entre democracia y pandemia. Es asunto de orden, planificación apropiada, bioseguridad general y, sobre todo voluntad política y espíritu democrático. Si de ver oportunidades dentro de la crisis se trata, hay que ver una sola: la oportunidad de sacar del gobierno a la cofradía de individuos que nos desgobierna.