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El tiempo entre el voto y poder donde nacen las rupturas

Abg. Ruth M. Lafosse

1. El significado histórico del voto del 30 de noviembre

El voto del 30 de noviembre de 2025, no fue un acto cívico ordinario, fue una ruptura histórica contra el intento de captura del Estado y contra un proyecto autoritario que avanzaba desde el poder político, militar y partidario. Honduras llegó a esa jornada atravesando condiciones que ningún país democrático debe tolerar, intimidación estatal, parálisis del Congreso Nacional, manipulación del cronograma electoral, amenazas abiertas contra consejeras y magistrados, militarización del discurso público y un TJE debilitado casi hasta la    inoperancia.
En ese ambiente asfixiante, votar se convirtió en un acto de resistencia contra el auoritarismo, no en un proceso electoral más. Cada papeleta depositada fue un límite colocado por el pueblo al abuso del poder partidario mezclado con el crimen organizado; fue la recuperación material del artículo 2 de la Constitución, y un mensaje inequívoco para América Latina. Honduras no entregará su democracia sin luchar. Ese voto, emitido bajo presión pero contra la presión, es hoy la única columna vertebral de la estabilidad institucional del país. Nadie tiene derecho a ignorarlo, manipularlo o reinterpretarlo según intereses partidarios.

2. Un resultado que nació boicoteado, pero que el pueblo mantuvo con vida

El “resultado electoral” que hoy existe no es fruto de un sistema funcional, sino de un proceso boicoteado desde adentro que sobrevivió únicamente porque el pueblo y ciertos funcionarios decidieron no        dejarlo            morir.
Desde el inicio se sabotearon piezas claves del proceso, el TREP fue boicoteado desde uno de los propios comisionados del CNE; el ambiente electoral fue militarizado; el Congreso quedó paralizado de manera deliberada; las consejeras fueron intimidadas públicamente; el sistema de justicia silenció su deber; y el TJE fue prácticamente mutilado en sus facultades.
El CNE llegó al 30 de noviembre completamente exhausto, presionado desde fuera y saboteado desde dentro.            Y sin embargo, sobrevivió.
Por eso el escrutinio avanza con dificultad, no porque el CNE falle, sino porque fue llevado al borde del colapso.
Cualquier actor que hoy intente aprovechar la demora para sembrar dudas o fabricar una crisis está manipulando heridas que ellos mismos provocaron. Honduras debe entenderlo con claridad, el CNE no está fallando; está resistiendo después de que intentaron destruirlo.

3. Dos candidatos tan cerca en votos y un país aún lejos de la estabilidad democrática

La diferencia mínima entre los dos principales candidatos no refleja una simple polarización. Refleja algo más profundo: un país herido, agotado y por años empujado a la incertidumbre, que votó dividido no en dos bloques ideológicos, sino en dos formas de miedo.
Estamos “tan cerca” en números porque la ciudadanía cargó con la angustia de años de manipulación institucional y crisis permanente; pero seguimos “tan lejos” de la estabilidad democrática porque      Honduras        aún busca un rumbo común.
Lo que las urnas expresan no es un país partido en dos, sino un mandato complejo, ningún candidato tiene un cheque en blanco y ningún partido puede apropiarse del futuro del país.
La ciudadanía no votó para volver a la confrontación, sino para poner fin a ella. Por eso, intentar convertir esta cercanía numérica en excusa para promover nulidades, fabricar crisis o deslegitimar el escrutinio, sería traicionar el mensaje de un pueblo que votó precisamente para no regresar al abismo.
La competencia fue cerrada, sí; pero el mandato es inequívoco, respetar los resultados y respetar al soberano.

4. Apoyar al CNE no es un acto político, es una obligación constitucional

En un proceso atacado desde todas las direcciones, apoyar al CNE no es un acto partidario: es un ejercicio mínimo de responsabilidad democrática.
El CNE es el único órgano constitucionalmente investido para conducir el escrutinio y emitir la declaratoria oficial de resultados. Desconocerlo o presionarlo equivale a destruir el puente entre el voto y la paz democrática.
Hoy, cuando sectores buscan contaminar el conteo, presionar a consejeras, sembrar incertidumbre y convertir la demora en arma política, defender al CNE es defender el derecho del pueblo a que su decisión sea respetada.
La transparencia total es indispensable, trazabilidad pública, avances verificables, protección a los funcionarios y cumplimiento estricto de la Ley Electoral.
Pero esa exigencia no puede ser usada por quienes sabotearon el proceso para ahora presentarlo como fallido y justificar una ruptura. Honduras debe estar clara, sin CNE no hay resultado; sin resultado no hay democracia.

5. La nulidad: el instrumento político para deslegitimar el mandato popular

La narrativa de la nulidad no nace de irregularidades reales, sino de un cálculo político del partido perdedor y de sectores del gobierno que apuestan al caos como mecanismo de supervivencia.
La nulidad se está usando como arma discursiva, no como vía jurídica.
Promoverla sin fundamento es un intento de revertir por “método legal” lo que no se logró obtener en las urnas. Es también un esfuerzo por prolongar el control del poder, crear vacío institucional y arrastrar a Honduras a otra espiral de inestabilidad.
Una democracia no puede sobrevivir si cada resultado estrecho se intenta anular por conveniencia.
El pueblo votó precisamente para evitar otra ruptura. Deslegitimar ese mandato sería destruir el único punto de consenso nacional: Honduras no soporta otra crisis fabricada desde el poder.
La nulidad no es solución: es la ruta más directa hacia el colapso democrático.

6. Las declaraciones del fiscal: una amenaza directa al orden constitucional

Las declaraciones del Fiscal General insinuando la posibilidad de intervenir o condicionar al CNE son inconstitucionales, impropias y peligrosas.
El Ministerio Público no dirige elecciones, no supervisa escrutinios y no tiene autoridad para incidir en la emisión de resultados. Su función es perseguir delitos, no sustituir al soberano ni reescribir el mandato popular.
Estas afirmaciones buscan instalar miedo, preparar el terreno para una intervención ilegal y enviar un mensaje devastador, que las elecciones pueden corregirse según los intereses de quienes controlan la fuerza penal del Estado.
Honduras ya sufrió un Ministerio Público politizado; y sabemos bien las consecuencias, persecución selectiva, manipulación judicial y destrucción de la confianza institucional.
El mensaje debe ser firme, el CNE no está sujeto al Ministerio Público; está sujeto únicamente a la Constitución. Intervenirlo sería alterar el resultado electoral desde fuera de la ley.

El 30 de noviembre no fue solo una elección, fue la frontera entre lo que Honduras pudo haber perdido y lo que aún puede salvar.
Si permitimos que el tiempo erosione ese voto, el pasado regresará disfrazado de futuro.
Nuestra responsabilidad es que el mandato de las urnas no se negocie, no se distorsione y no se diluya: porque cuando el voto se manipula, no se cambia un resultado, se cambia el destino de una nación.

OPCIÓN 2 — “La advertencia del futuro” (visionaria y estratégica)

El país ya decidió. Lo que se disputa ahora no es el ganador, sino la ruta que seguirá Honduras después de haber sobrevivido al intento de captura de su propio proceso electoral.
Si dejamos que este periodo de tiempo se convierta en moneda de negociación, el futuro que defendimos en las urnas será entregado al pasado del que intentamos escapar.
El voto es un punto de partida, no un botín: respetarlo es nuestro único camino para que Honduras tenga un mañana diferente a su ayer.

OPCIÓN 3 — “La verdad de lo que está en juego” (sobria, dura y realista)

Este país ya pagó un precio demasiado alto para llegar al 30 de noviembre como para permitir que ahora, en silencio, se negocie lo que el pueblo decidió con coraje.
El voto no nos garantiza la democracia: nos la entrega en las manos para que la defendamos.
Si fallamos hoy, las próximas generaciones no heredarán un resultado, heredarán una renuncia.

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