El lado oscuro de la democracia

Julio Raudales

En un acto no desprovisto de fastuosidad y oropel, tomó posesión como presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el político del momento en Latinoamérica.

Con mano dura y un diligente despliegue mediático, Bukele ha logrado adueñarse, no solo de todos los poderes, pero también del cariño de propios y ajenos, tanto así que le dejan pasar y hasta le aplauden haber violado la constitución de su país para reelegirse y mantener su territorio bajo el cepo siempre denigrante y confiscatorio del “estado de excepción”.

El joven presidente juró para un segundo mandato luego de triunfar en las elecciones del pasado febrero mediante un aluvión de votos. Más del 85% de los asistentes a las urnas le favorecieron. “Sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático” dijo entonces “Toda la oposición junta quedó pulverizada”. 

¿Es Bukele popular entre los salvadoreños? -Sí lo es-. No se pueden negar sus logros. Es inmensamente querido porque les ha devuelto a sus gobernados la paz y la seguridad que por décadas anhelaron. 

Ahora bien ¿Es Bukele un demócrata? Ciertamente no. Lo confesó el mismo sin pudor: Cree en un partido único, piensa que es plausible “pulverizar” a la oposición y además, ha socavado la institucionalidad salvadoreña: Invadió con militares la Asamblea Legislativa e intervino mediante la amenaza y la intimidación a la Corte Suprema, de manera que todas y todos, adherentes o no, se sometan a su voluntad. 

Lo anterior aúpa el libreto de todas las autocracias y constituye el sueño de cualquier tirano. Su vicepresidente reveló hace unas semanas, que ellos van a sustituir la democracia por otro modelo. Y lo dijo así, tan descaradamente, que su jefe tuvo que salir a dispensar la ligereza del áulico.

El pequeño detalle es que el joven mandatario es un dictador inmensamente popular y se jacta de ello. “En toda la historia del mundo y desde que existe la democracia, nunca un proyecto político había ganado con esta cantidad de votos. Es literalmente el porcentaje más alto de toda la historia” Dijo Bukele, mostrando con ello su ignorancia supina y total desconocimiento de la historia.

En primer lugar, el salvadoreño asume automáticamente que es un demócrata, cuestión que la praxis niega rotundamente, ya que arrasó con todos los poderes independientes, atropellándolos y sometiéndolos a su voluntad. Lo que constituye una democracia no es la forma en que se llega al poder, sino la manera en la que se este se ejerce. Eso, Bukele lo ha irrespetado desde el inicio.

En Cuba, Fidel Castro ganaba las elecciones con el 98% de los votos y en la historia reciente ha habido muchos dictadores que ganan de forma “más abrumadora”. Veamos algunos ejemplos: Buteflika en Argelia ganó con 90.2% su última elección; Nazarbayev en kazakhstan lo hizo con 91.1%, Nkurunzuza de Burundi 91.6%, Kagame (¡Vaya apellido!) en Ruanda sacó 93%, Obiang en Guinea 95.4%, Bashar Al Asad, el sanguinario dictador de Siria ganó su última elección con 97.6%.

O sea que, cuando Bukele dice que ha batido el récord mundial, en realidad lo que hace es comprarse con otros dictadores. Y cuando celebra que ha “pulverizado” a la oposición, lo que demuestra es que es un autócrata.

En rigor, en las democracias gana la mayoría y gobierna. Pero un verdadero demócrata debe hacerlo bajo el irrestricto respeto de las minorías. Esto es, con el cuidado de que prevalezcan quienes no piensan como él. 

Es decir, los verdaderos estadistas no aspiran a pulverizar a la oposición. A ésta se le da un espacio, una tribuna y una voz. Gobierna la mayoría, pero también se manifiestan las minorías. El señor Bukele parece no entenderlo, como no lo entienden quienes aspiran a tener un “Bukelito” en sus países.

“¡Pero da resultados!” argumentan sus defensores y apologistas. “¡En El Salvador nunca hubo democracia sino regímenes infames, repletos de ladrones, homicidas y tarados!” Tienen razón. “¡Qué mejor que viene ahora un salvador, aquel que tanto esperamos!” 

Si, así es por ahora. Pero esta es una historia contada ya muchas veces. 

Pregunten a los dominicanos quienes durante sus primeros 10 años de gobierno llamaron “padre” a Trujillo. Y quién olvida la popularidad que en un principio tenían monstruos como Hitler, Idi Amín o Fujimori. No hay en la historia un solo caso de dictadura que en principio era eficiente y que luego no devino en tiranía hedionda y corrupta.

La lección es clara: necesitamos más y mejor democracia, pero, sobre todo, requerimos de una ciudadanía activa, vigilante y eficaz, que le recuerde permanentemente a quienes son depositarios del poder, quien manda y quien es el mandado.

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