El presidente Biden ha planteado un dilema complejo en torno a la salud mundial. Ya sabemos que ese es el asunto más crepitante de los últimos meses en todo el planeta: ¿Qué vamos a hacer para detener la pandemia?, ¿Cómo eliminar la incertidumbre que provoca el peligro de enfermarnos y morir?, cómo retornar a nuestras actividades y dejar de seguir perdiendo ingresos ¡En fin!, hacer que el mundo vuelva a ser lo que fue antes del 2020, aun con sus desafueros y estigmas.
Pues Biden, de manera sorpresiva -esto no estaba en el guion- ha dicho a las industrias farmacéuticas, Pfizer, Moderna, Johnson & Johnson, etc., que inventaron las vacunas mas eficaces contra la COVID-19, que él se opone a que esas empresas patenten esos hallazgos y que, por tanto, deberían publicar las fórmulas correspondientes, de manera que cualquier laboratorio en el mundo que quiera replicar la vacuna, lo haga de manera libre.
Seguramente este llamado está motivado por ese sentimiento altruista que caracteriza a un católico practicante, como lo es el presidente de aquella nación. Debe ser así, porque los norteamericanos tienen una sobreoferta de vacunas, gracias a que su gobierno no solo compró a tiempo la cantidad necesaria, sino que además financió los estudios para que, al menos en el caso de Moderna y J&J las vacunas se lograran producir.
Así que, ahora, conscientes de la tremenda crisis humanitaria que viven países menos desarrollados como La India, Latinoamérica y África, parecería justo que se permita a cualquier laboratorio, hacer acopio de la fórmula, con el fin de que en todos lados se pueda gozar de la famosa “inmunidad de rebaño”.
¿Qué dicen a esto las poderosas farmacéuticas?
Pues que no, que lo justo es que sus productos médicos conserven su patente y que, quien quiera usarlos tenga que pagar, respetando la propiedad intelectual de quien creó este bien tan útil para la humanidad. Inventar la vacuna, por supuesto, tomó mucho tiempo y esfuerzo.
La celeridad con la que los científicos más importantes del mundo trabajaron para aislar el genoma del virus, rastrear y entender su naturaleza, para luego crear los mecanismos que permitan al cuerpo humano generar los anticuerpos necesarios para su destrucción es un record. Nunca en la historia de la humanidad se había creado una vacuna tan rápido y con tanta eficacia. Esto es positivo y es la razón por la que sus propietarios se oponen con tanto ahínco a entregar su propiedad.
En efecto, las farmacéuticas alegan que “confiscar” su propiedad intelectual quitará los incentivos futuros a la investigación y provocará más daños que beneficios, ya que para la próxima pandemia (que vendrá sin ninguna duda), no estarán dispuestos a hacer su trabajo por el temor a que su producto sea de nuevo arrebatado. ¿Será cierto esto? Creo que Sí. Pfaizer por ejemplo, la empresa poseedora de la vacuna más exitosa, ha demostrado un tremendo celo cuando se trata del tema financiero.
¿Cómo solucionar el problema? ¿Cuál es el argumento ético que puede solventar este dilema? Un economista británico del siglo pasado proveyó una solución muy inteligente cuando nos enfrentemos a esta situación. Su nombre: Ronald Coase. Su solución fue a la vez tan sencilla y brillante, que por ella se le otorgó el Premio Nobel de Economía en 1991.
Coase arguyó que el mayor obstáculo que enfrentan los seres humanos a la hora de relacionarse, ya sea comercial o sentimentalmente, son los llamados “costos de transacción” ¿Qué son esos costos? Pues el tiempo, trabajo y dinero que nos toma no fabricar algo, sino intercambiarlo. Los contratos, las negociaciones, las trabas burocráticas, la intermediación artificial y otros, hacen que los servicios y bienes que deseamos nos salgan siempre más caros.
En el caso de las vacunas, la solución no es “expropiar” a sus autores de la posibilidad de ganar dinero con su producción, lo que hay que hacer es generar los incentivos necesarios para que todos los laboratorios del mundo, puedan producirla pagando por la fórmula. Es exactamente lo mismo que hizo la Coca-Cola con la suya y así, cualquier persona puede acceder a ese producto a un precio que a todos nos resulta cómodo.
Ojalá y los políticos, que pueden tener buenas intenciones, pero que casi nunca producen nada, puedan entender que con medidas inteligentes se puede generar mayor bienestar general. Ojalá y lean de nuevo a don Ronald Coase y entiendan la importancia de eliminar costos de donde deben ser eliminados.