Tegucigalpa.- Los plazos electorales, en sucesión inevitable, van agotando el tiempo del que disponen los actores políticos para cumplir con las metas del proceso electoral ya en marcha. Se comprueba, una vez más, que el tiempo político de los partidos no es igual al tiempo histórico del país. Mientras el primero se gasta y se desgasta en negociaciones tan interminables como inconclusas, el segundo se agota y desperdicia a pesar de las urgencias que tienen la sociedad y el país en su conjunto. Conclusión: la mayoría de los dirigentes políticos actuales viven su presente partidario de espaldas al futuro del país que pretenden gobernar. Están fuera del urgente tiempo histórico, atrapados en el inmediato tiempo político de sus minúsculas ambiciones cotidianas.
Mientras los plazos se vencen y las prometidas reformas se posponen para tiempos indefinidos, proliferan por doquier los nuevos partidos políticos y las tendencias, facciones o movimientos que abundan al interior de los partidos ya existentes. Algunas de las nuevas agrupaciones políticas han logrado ya su inscripción legal en el Consejo Nacional Electoral. Han cumplido con los requisitos que establece la Ley y, por lo mismo, están en su pleno derecho para participar como partidos políticos nuevos en el torneo electoral que ya ha comenzado. Otros grupos solamente han anunciado su intención de inscribirse y, aseguran, están trabajando para recoger las firmas necesarias y cumplir con los demás requisitos legales. También tienen derecho a ello.
La inscripción de los llamados “partidos pequeños” o “agrupaciones políticas emergentes” ha generado un intenso debate entre los actores políticos, a tal punto que se ha convertido en uno de los temas clave y puntos centrales de la discusión en torno a la reforma del sistema político electoral hondureño. El meollo de la cuestión tiene que ver, en lo fundamental, con el reparto de la generosa deuda política que el Estado distribuye entre los actores del torneo electoral. Como suele suceder, nunca faltan los avispados pillos que ven en la creación de nuevos partidos la afortunada oportunidad para agenciarse unos cuantos millones de manera fácil y, de paso, conseguir canonjías y posiciones discretas a la sombra del partido ganador y a cambio de sus escasos votos en las urnas o en la cámara legislativa. Hacen “oposición” para alcanzar “posición”.
La Ley debería regular con rigor y precisión la forma en que surgen y se inscriben, participan y reciben deuda política, estas agrupaciones artificiales, en donde unos cuantos delincuentes de la política se aprovechan de los vacíos de la legislación para enriquecerse con los dineros públicos. Hay que ser severos y contundentes con estos sinvergüenzas.
Con los llamados Movimientos, fracciones o tendencias que pululan al interior de los principales partidos políticos, la situación es un tanto diferente, aunque también aquí sucede que abundan los aprovechados de siempre que dicen crear un grupo organizado para disputar posiciones y privilegios en el reparto de las candidaturas a cargos de elección popular. Se reúnen tres amigos, celebran una asamblea en una cabina telefónica y proclaman, con aires de victoria pírrica, que se han conformado como tendencia o fracción política y que, por lo mismo, aspiran a figurar en las planillas de candidatos. Son tantos y tan variados que, a veces, uno acaba dudando sobre la autenticidad de sus diferencias. Las siglas que los identifican conforman una original sopa de letras, con frecuencia indescifrable y hasta divertida. Abecedario laberíntico que esconde detrás de cada letra la malsana intención de sus promotores e “ideólogos”.
De esta forma, la proliferación de los partidos y movimientos puede ser apenas una forma encubierta de retroceso político y no una señal de avance y democratización en el sistema electoral hondureño. Detrás del falso multipartidismo inducido, bien podría ser que se esconda un verdadero intento por afianzar y consolidar el tripartidismo verdadero. Se trataría de una falsa democratización. Ojo con eso.