Ha germinado en la frontera suroriental del país, un problema del que pareciera no queremos percatarnos: Miles de hombres y mujeres de diversas nacionalidades se han apostado allí, en los linderos de Nicaragua, con la vana esperanza de cruzar nuestro territorio hacia el norte.
Sería redundante decir de donde proviene dicha masa de gente, pero lo diré: de Haití, Cuba, Venezuela, África Subsahariana y también de Nicaragua (de Puerto Rico, Panamá, Colombia y otros infiernos neoliberales no vienen ¿Por qué será?) Es por demás demente suponer que quieren quedarse aquí si vienen huyendo de países con problemas similares a los nuestros. Están varados allí por dos razones fundamentales:
La primera es que el estado de Honduras fue obligado por la administración del desalmado Donald Trump, a firmar un abyecto acuerdo que supuestamente lo convierte en un “país de refugio” en caso de que haya migrantes intentando llegar a los Estados Unidos. En dicho acuerdo no hay ningún compromiso de parte del país del norte y se hizo a sabiendas de que no se cumplen las condiciones mínimas de seguridad requeridas para obtener ese estatus.
La segunda es que, como en casi todo, Honduras carece de una política migratoria que contenga los protocolos mínimos para dar auxilio a las personas que se ven en la penosa situación de huir de sus países, como también lo hacen nuestros compatriotas. Ayer, el nuevo director de la oficina encargada del ramo, hacía llamados desesperados a los diputados del Congreso, para aligerar cambios sustantivos que permitan una acción gubernamental más eficaz al respecto.
La triste situación de estos migrantes, trae a mi memoria situaciones terribles que el país ha tenido que afrontar y que no deberían de repetirse. Hace unos años, el cónsul general de la hermana República de Nicaragua, vino a mi despacho para rogarme intervenir con el presidente de turno en favor de sus conciudadanos.
Resulta pues, que muchas ciudadanas y ciudadanos del vecino país, entran de forma temporal a Honduras para ganarse unos centavos cortando café o vendiendo achinería y ropa en Comayagüela, Danlí y otras ciudades cercanas, cuando la estación así lo requiere. Por supuesto que entran sin permiso de trabajo o acreditación que les permita residir acá, aunque sea por un tiempo. Lo triste para mí, fue enterarme de los vituperios de que son objeto por los habitantes de dichas poblaciones, quienes de forma injusta les reclaman que vienen a quitarles los empleos y a trabajar en cosas en las que bien podría desempeñarse un hondureño.
¡Qué horror darse cuenta de que dicha actitud fascista y xenófoba se replica en policías y otras autoridades que, sin la mínima empatía por la situación de estas personas, apalean y encierran a estas pobres gentes, robándoles sus productos y dinero, comportándose sin el más mínimo apego a la solidaridad y actitud humanitaria!
Y a propósito de la cuaresma y la actitud piadosa que tanto vociferan los beatos de la época, vale la pena traer a colación la enseñanza que detallan las escrituras, sobre la ilustración que Jesús hiciera acerca de la valoración en el trato a nuestros semejantes.
Hablaba el Nazareno en forma de parábola y contaba sobre un rey quien decidió ajustar cuentas con sus tributantes. Había uno que había defraudado al fisco con diez mil talentos (todo un capital que en moneda actual serían unos 110 millones de US$). Siendo tan grande la defraudación, el rey lo mandó a vender como esclavo, por lo que el obligado se arrojó a sus pies pidiéndole que no hiciera tal cosa. El rey, compasivo, no solo le quitó la pena, sino que le condonó la deuda.
Feliz iba el tipo de salida, ya sin deudas ni preocupaciones fiscales, cuando se encuentra con un pobre vecino que le había tomado un préstamo por la misérrima cantidad de 100 denarios (unos 1,500 US$ del día de hoy). Pues el tipo lo agarra del cuello y le dice que le pague o lo meterá a la cárcel. Desesperado, el pobre deudor le ruega paciencia, pero el ingrato lo aprehende y lo mete al tubo.
El buen rey se da cuenta de la injusticia y manda a traer al malagradecido a quien le reclama con justa razón: “¿No debiste haberte compadecido de tu consiervo como yo me compadecí de ti?” Como debía de ser, lo mandó a vender e infringió la pena de pagar lo adeudado.
Ojalá y aprendamos la lección, es cierto que migrar es un derecho humano, pero más derecho tiene la gente a que se le trate humanamente, sobre todo cuando pasa situaciones como la de nuestros compatriotas y otros desdichados, víctimas de gobiernos iguales a los que hemos tenido.