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Cuando el Sol se impacienta: El despertar solar que amenaza las telecomunicaciones

Gabriel Levy

La detección en el aumento inesperado de la actividad solar está generando preocupación entre científicos y autoridades, debido al impacto potencial sobre las redes eléctricas, los sistemas de navegación por satélite y las comunicaciones globales.

Investigaciones recientes de la NASA advierten que el Sol entró en una fase de mayor intensidad desde 2008, elevando el riesgo de tormentas geomagnéticas capaces de interrumpir infraestructura crítica en todo el planeta.

¿El Sol está despertando lentamente?

Durante décadas, la comunidad científica observó una tendencia descendente en la actividad solar.

Desde los años 80, los ciclos solares mostraron menos manchas, menos llamaradas, menos viento solar.

Se pensó que entraríamos en un periodo prolongado de «mínimo solar», una especie de letargo cósmico.

Sin embargo, como advirtió Jamie Jasinski, investigador de la NASA y autor principal del estudio publicado en The Astrophysical Journal Letters, «el Sol está despertando lentamente», y ese despertar está generando ondas de choque que podrían sentirse aquí en la Tierra, no solo en sentido figurado.

Las cifras lo confirman: la velocidad del viento solar aumentó un 6%, la densidad un 26%, la temperatura un 29% y la fuerza del campo magnético un 31% desde 2008.

Este conjunto de datos, analizado por Jasinski junto a su colega Marco Velli, señala un cambio de rumbo radical en la actividad solar.

Más aún, el Ciclo Solar 25, que comenzó en 2020, muestra una intensidad que descolocó a la comunidad científica.

Lejos de entrar en un periodo de calma, el Sol está generando llamaradas de clase X con una frecuencia récord y manchas solares que no se veían desde hace más de dos décadas.

Una amenaza latente sobre nuestras cabezas

En septiembre de 2025, las tormentas geomagnéticas alcanzaron niveles de G3, consideradas «fuertes» según la escala de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés).

Estas tormentas, provocadas por eyecciones de masa coronal (CME, en inglés), interfieren con el campo magnético terrestre y pueden tener efectos devastadores sobre los sistemas tecnológicos que sustentan la vida moderna.

Como ya ocurrió en mayo de 2024, una tormenta geomagnética intensa provocó pérdidas superiores a los 500 millones de dólares, al dañar infraestructuras eléctricas y satelitales.

Ese mismo evento produjo auroras visibles hasta latitudes donde nunca antes se habían registrado, desde Texas hasta el norte de Italia.

Estos efectos visuales son apenas el rostro amable de un fenómeno que puede ser profundamente disruptivo.

El astrofísico Daniel N. Baker, director del Laboratorio de Física Atmosférica y Espacial de la Universidad de Colorado, lleva años alertando sobre esta amenaza. En un estudio citado por Space Weather Journal, advirtió: «Una tormenta solar de la magnitud del evento Carrington de 1859 causaría hoy una catástrofe global sin precedentes».

En aquel entonces, la red de telégrafos colapsó. Hoy, el impacto alcanzaría desde la banca digital hasta los sistemas de navegación aérea y la logística global.

«Un capricho del clima espacial»

El Sol atraviesa ciclos de aproximadamente 11 años, con fases de actividad mínima y máxima.

Estos ciclos han sido registrados desde el siglo XVII, cuando Galileo observó por primera vez las manchas solares.

Sin embargo, en los últimos años, los indicadores del actual Ciclo Solar 25 desmintieron las proyecciones optimistas de varios modelos.

Los expertos creían que el Sol repetiría una baja intensidad parecida a la del ciclo anterior (Ciclo 24), pero los hechos contaron otra historia.

«El ciclo solar actual está superando todas las predicciones conservadoras que hicimos», afirmó Doug Biesecker, físico del Centro de Predicción de Clima Espacial de la NOAA.

La acumulación acelerada de manchas solares, el crecimiento del campo magnético y el incremento de la actividad solar apuntan a que aún no hemos alcanzado el pico máximo del ciclo, previsto para 2025 o incluso 2026.

En este contexto, los sistemas tecnológicos se vuelven vulnerables.

El físico Peter Riley, autor de un influyente artículo en Space Weather, estimó que existe un 12% de probabilidad de que ocurra una supertormenta solar en los próximos diez años.

“Los riesgos están subestimados porque la frecuencia de eventos extremos es baja, pero las consecuencias serían desproporcionadamente grandes”, escribió Riley.

Esta desconexión entre la frecuencia y la magnitud del daño potencial es lo que hace al clima espacial tan inquietante.

La energía solar no solo llega en forma de luz y calor.

Las partículas cargadas y los campos magnéticos arrastrados por el viento solar interactúan con la magnetosfera terrestre, provocando una respuesta eléctrica y energética que, bajo ciertas condiciones, puede sobrecargar transformadores, freír satélites o dejar sin comunicación regiones enteras del planeta.

«El evento Carrington fue solo el principio»

Los historiadores del clima espacial suelen mirar al pasado para dimensionar el futuro.
En 1859, una intensa tormenta solar conocida como el Evento Carrington provocó descargas eléctricas en las líneas telegráficas y auroras boreales que iluminaron los cielos hasta Colombia.

Pero, ¿qué ocurriría si un evento similar impactara hoy sobre la Tierra?

En 1989, una tormenta mucho menor dejó sin electricidad a seis millones de personas en Quebec, Canadá.

En 2003, la llamada «Tormenta de Halloween» dañó satélites, forzó desvíos de vuelos y afectó redes eléctricas en Suecia.

Lo preocupante es que todos estos eventos ocurrieron en ciclos solares menos intensos que el actual.

En mayo de 2024, una tormenta de clase G4 afectó parcialmente la red eléctrica del noreste de Estados Unidos y provocó fallos intermitentes en los sistemas GPS en Europa del Este.

Un informe confidencial del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU., filtrado por The Intercept, señalaba que «la infraestructura de telecomunicaciones carece de redundancias suficientes ante un evento de clima espacial severo».

Incluso los operadores de satélites comerciales, como SpaceX, sufrieron pérdidas en masa: más de 40 satélites Starlink quedaron inutilizables por una CME que comprimió la atmósfera superior y aumentó la resistencia orbital.

Estos ejemplos demuestran que los efectos del clima espacial no son una posibilidad remota ni un argumento para ciencia ficción.

Son un fenómeno tangible, actual, y con impactos económicos, sociales y estratégicos.

 En conclusión

El Sol, esa fuente de vida y energía, se convirtió en una variable crítica para la seguridad tecnológica global. Su reciente «despertar», documentado con rigurosidad por la NASA, amenaza con desestabilizar la infraestructura moderna que depende de la conectividad constante y la electricidad ininterrumpida.

La ciencia anticipa el riesgo, pero las sociedades aún no dimensionan el costo de ignorarlo.

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