
La caída del puente Juan Manuel Gálvez, en Tegucigalpa, durante la madrugada del 5 de abril, es mucho más que un trágico hecho de infraestructura: es la excusa perfecta para que los partidos de siempre se mantengan en la vitrina. No para explicar el país, sino para no dejar hablar a nadie más.
Después de las elecciones primarias del 9 de marzo, algunos líderes y activistas del Partido Libertad y Refundación (LIBRE) y del Partido Nacional se han enfrascado en una batalla de percepciones: quién tuvo más votos, quién lidera la narrativa, quién aparece como favorito. Pero la caída del puente les ofreció algo aún más útil: un hecho con peso simbólico, emocional y político. Uno que permite cambiar de tema sin salirse del foco.
Lo que ha ocurrido desde entonces es el uso clásico de un microtema, un concepto que en la comunicación estratégica política se reconoce por dos características clave: volumen y consistencia. Volumen, porque genera una conversación masiva, rápida y viral. Consistencia, porque logra sostenerse en el tiempo sin agotarse, gracias a su carga de polarización, drama o espectáculo.
El puente reúne ambas condiciones. Hay imágenes, indignación, culpables, enfrentamientos verbales, discursos oficiales, memes y acusaciones cruzadas. LIBRE culpa a los gobiernos nacionalistas por construir mal. El Partido Nacional culpa a las actuales autoridades por descuido, por activar maquinaria pesada sin haber evaluado la resistencia de la estructura.
Así, el tema se recicla cada día con un nuevo giro. Lo que no se dice es que el objetivo real es seguir en la picota pública y, de paso, sacar del encuadre al Partido Liberal, que, a pesar de haber sido la fuerza más votada en los municipios urbanos, no entra en esa pelea mediática.
Esta fórmula no es nueva. En las elecciones generales de 2013, el país vivió algo parecido. El expresidente Juan Orlando Hernández gritaba “Policía militar a las calles”, y la hoy presidenta Xiomara Castro respondía con “Militares a los batallones”. Ambos eran entonces precandidatos. El Partido Liberal, encabezado por Mauricio Villeda, hablaba de educación, salud y empleo. Pero la gente terminó atrapada en la polarización. Los temas estructurales fueron desplazados por frases emocionales. Y la candidatura liberal, aunque con contenido, quedó invisibilizada en medio del ruido.
La pregunta hoy es si quienes dirigen al liberalismo recordarán esa lección. O si algunos asesores internacionales, que a veces están y a veces no, seguirán empeñados en adaptar las campañas hondureñas a sus experiencias pasadas, en lugar de entender el terreno donde hoy se juega. Porque mientras el país discute la caída de un puente, se repite la fórmula: dos partidos acaparan la narrativa, y el tercero, si no reacciona a tiempo, vuelve a ser borrado por omisión.
El riesgo no está en perder votos. Está en perder la voz. En dejar que otros definan de qué se habla y cómo se habla. En permitir que el volumen y la consistencia del microtema tapen los macrotemas reales, los que sí pueden transformar al país: educación, empleo, justicia, salud, oportunidades.
Lo ocurrido con el puente es, literalmente, un colapso. Pero también es una señal. Una señal de que la política sigue anclada en una narrativa que premia el escándalo y castiga la propuesta. Y si el Partido Liberal no impone un nuevo tono territorial, propositivo y cercano, corre el riesgo de ser desplazado no por falta de respaldo, sino por saturación ajena.
Mientras los demás se pelean por las ruinas, hay una fuerza que puede hablar del país real. La que ganó en los municipios clave. La que no necesita polarizar. La que debe empezar a marcar el rumbo con estrategia, con coherencia, y, sobre todo, con el coraje de no dejarse silenciar otra vez.
Porque Honduras necesita puentes, sí. Pero, sobre todo, necesita liderazgos que no se derrumben al primer golpe narrativo