Durante un viaje a Buenos Aires en los años ochenta en el que fui a impartir un curso sobre “Actualización en Inmunología” en la Academia Nacional de Medicina de la Argentina, tome un taxi para trasladarme del aeropuerto Ezeiza al hotel; en el camino leí un grafiti que me impresiono por su sencillez al describir en términos populares la grave crisis económica por la que atravesaba ese país; leía “no más realidades, queremos promesas”. Las realidades eran las exigencias del Fondo Monetario Internacional que requería
poner en orden la economía, un trago muy amargo para la gente que prefería vivir en el mundo ficticio de las promesas que los políticos les ofrecían para solventar la precaria situación económica que estaban viviendo.
Se me ocurrió que ese mismo grafiti describe la situación que actualmente estamos viviendo en relación a la pandemia del COVID-19. La “promesa” es la vacuna que vendrá a ponerle fin a la pandemia mientras ignoramos la “realidad” que, a pesar de todo lo malo que nos ha traído la pandemia, ¡Hay una buena noticia!, al parecer el virus está induciendo una inmunidad protectora en los más de 31 millones de infectados a nivel mundial. Permítanme profundizar en la “promesa” y en la “realidad”.
La vacuna, o las vacunas, son la “promesa” que vendrá a frenar la pandemia y muy pronto volveremos a la realidad pre-COVID. El esfuerzo actual para elaborar una vacuna contra el SARS-CoV-2 no tiene precedente en la historia, no solo porque hay más de 100 instituciones públicas y privadas tratando de producir una vacuna, sino que también porque se están usando, por primera vez, técnicas moleculares en su elaboración. Además de la tecnología tradicional que utiliza proteínas que forman parte de la espícula que el virus utiliza para infectar la célula blanco, hay varias empresas que están elaborando una vacuna “molecular” basada en material genético del virus (ARN) que codifica a las proteínas que forman parte de la espícula. Esto significa que nos estarán inyectando, no con partes del virus, sino con el material genético del virus para que se incorpore a nuestras células y use su maquinaria productiva para sintetizar las proteínas que inducirán la respuesta inmune contra el virus.
Independientemente de la técnica, ya los sondeos públicos indican que una buena parte de la población ha expresado dudas y temores a vacunarse debido a la forma precipitada con que se está elaborando y las técnicas novedosas, nunca antes usadas, en la producción de vacunas. De todos modos, mi cálculo es que el primer mundo tendrá acceso a la vacuna a mediados del 2021 y no será hasta el 2022 que los países del tercer mundo tendremos disponibilidad de la vacuna. Entonces, sugiero que dejemos de pensar un poco en la “promesa” de la vacuna, que vendrá a su debido tiempo, y mejor analicemos el efecto “vacuna” que la infección natural del coronavirus está teniendo en la población mundial y en particular, en la hondureña.
Como inmunólogo, soy un firme creyente en los “experimentos de la naturaleza”, como lo es la pandemia que estamos viviendo. Los virus mutan constantemente e infectan a todos los seres vivos del planeta. La aparición del coronavirus-19 es un fenómeno biológico natural asociado a la evolución de los microorganismos, no lo podemos evitar. En mi opinión, basándose en la experiencia mundial, en el país se han tomado las medidas lógicas y efectivas para reducir la infección masiva de la población; es decir, el cierre de fronteras a tiempo y la promoción del uso de mascarillas en toda la población, más el
distanciamiento social e higiene en general. Es impresionante circular por Tegucigalpa y ver casi al 100% de las personas con su mascarilla puesta. Yo diría que, bajo las circunstancias actuales, los resultados son aceptables como refleja nuestro 3.1% de mortalidad comparado con el 3.2% de mortalidad a nivel mundial, basado en muertes y número de personas infectadas. En resumen, al igual que otros países de la región, se ha hecho lo básico para aminorar la transmisión de la infección, entonces veamos el lado “positivo” de lo que nos está dejando la pandemia “sin querer queriendo”.
A la fecha, hay más de 31 millones de infectados a nivel mundial y no hay un solo reporte en revistas científicas de reputación mundial que demuestre que una persona que se reinfectó volvió a enfermarse y tuvo que ser hospitalizada. Como dije antes, soy observador de “experimentos de la naturaleza” que me dice que la “vacuna natural” que han adquirido los infectados los esta protegiendo muy bien, ya que el que se reinfecta recibe una segunda “vacuna natural” que refuerza a la primera induciendo una inmunidad protectora y hasta el momento duradera; por lo menos por 10 meses después haberse reportado los primeros infectados (12/2019 a 09/2020). Esto es la “realidad”, la infección esta induciendo inmunidad en la población que ninguna vacuna va ha lograr pues, por definición, la vacuna es un “remedo” del virus natural, por lo tanto difícilmente podrá remedar al 100% la efectividad con que el virus natural estimula al sistema inmune.
Me he preguntado, ¿Porqué el virus está induciendo una inmunidad tan efectiva? No puede depender únicamente en la protección mediada por anticuerpos pues hay reportes donde los anticuerpos decaen a niveles bajos pocos meses después de la infección, como también hay reportes de personas que se han infectado y recuperado sin producir anticuerpos detectables. La respuesta radica en el virus que está
estimulando muy eficientemente la otra rama del sistema inmune, la celular mediada por células T que son las que conducen la “orquesta inmunológica” y en las cuales radica la memoria que le permite al sistema inmune reconocer mas rápido y más eficientemente al virus cuando lo encuentra por segunda vez.
Que el virus está estimulando una fuerte inmunidad celular es compatible con las observaciones que en muchas personas fallecidas el daño fatal lo ha causado una reacción exagerada del sistema inmune que, en su afán de destruir al virus eliminando las células infectadas, se torna contra su propio cuerpo complicando el tratamiento clínico. Es decir, ¿Cómo elegimos un tratamiento clínico?, ¿nos concentramos en neutralizar al virus inyectando plasma conteniendo anticuerpos protectores o nos preocupamos más
por frenar la reacción exagerada de las células T que están causando daños al organismo?
En resumen, poner toda nuestra esperanza en la “promesa” de una vacuna y no apreciar la “realidad” positiva que nos esta dejando la infección, deja de enviar un mensaje esperanzador a la población, pues aunque son los más vulnerables los que están “pagando los platos rotos” al infectarse y correr el riesgo de morir por COVID-19, los que se recuperan han adquirido una inmunidad que los protege de subsecuentes infecciones que reforzaran la inmunidad adquirida con la primera infección. ¿Será que cuando tengamos disponible la vacuna en el 2022, esta vendrá a ser como la “cereza” en la decoración del pastel?
Finalmente, aunque considero que el coronavirus-19 induce una inmunidad protectora, ésta no es razón para no seguir con el estricto cumplimiento en el uso de mascarilla, del distanciamiento social y de la implementación de medidas de higiene; después de todo, no lo hacemos solo por protección personal, sino también por respeto y amor al prójimo.