La presente pandemia de la COVID-19 nos ha sumido en una emergencia de salud pública que no habíamos enfrentado en los últimos 100 años y que estamos aprendiendo a manejar desde finales del 2019 a la fecha. En este proceso de aprendizaje ahora sabemos que medidas preventivas, como son el uso de mascarilla, el distanciamiento social, la detección oportuna de infectados y su aislamiento, como también otras medidas de higiene, son efectivas para disminuir la transmisión de la infección. Adicionalmente sabemos que las vacunas disponibles son altamente efectivas para evitar infecciones sintomáticas graves, de tal manera que ahora las personas que se están infectando y que requieren ser hospitalizadas son, en su gran mayoría, personas no vacunadas o personas vacunadas con problemas adicionales de salud. Las estadísticas actuales indican que de 173 millones de personas vacunadas 12,908 han requerido ser hospitalizadas, lo que representa 1 de cada 13,402 vacunadas, o sea un 0.007%. Pero, aún con la disponibilidad de vacunas efectivas la pandemia persistirá a medida que aumenten las tasas de vacunación y el virus siga mutando. Entonces debemos preguntarnos, ¿Qué consideraciones debemos tener en mente para enfrentar la nueva realidad de la pandemia?
Al inicio la expectativa de la población era que las vacunas contra la COVID protegerían contra toda infección sintomática, como lo hacen las vacunas contra la poliomielitis y el sarampión. Ahora estamos viendo que no es así, básicamente porque es mucho más difícil inmunizar contra aquellos virus que nos infectan por las vías respiratorias. Al vacunarnos en el brazo la mayor parte de los anticuerpos inducidos se concentran en el suero y no en las vías respiratorias, por tanto, evitan que la infección afecte los pulmones y cause síntomas graves, pero no son tan eficientes en evitar la infección en las vías respiratorias, causando síntomas leves que no requieren hospitalización. Con el tiempo la inmunidad inducida se desvanece, primero contra la infección, después contra los síntomas y por último, que es la más duradera, contra la enfermedad grave y la muerte. Agreguemos a esto la aparición de la variante Delta que es mucho más infecciosa, el escenario probable es que el virus seguirá circulando, infectando preferencialmente a personas no vacunadas o vacunadas con problemas de comorbilidades, así que debemos ajustar nuestras expectativas y aceptar que el fin primordial de una vacuna es evitar síntomas graves y la muerte. En otras palabras, aunque en menores cantidades, seguiremos contando personas infectadas, pero como muchas menos muertes, como lo evidencia la República Dominicana que ha aplicado 12 millones de dosis de vacunas y durante los últimos 28 días, al 30 de septiembre, solo ha contabilizado 8,258 infectados y 37 muertes, en comparación con nuestro país que ha aplicado 5.2 millones de dosis y ha reportado durante el mismo periodo 23,486 infectados y 779 fallecimientos por COVID-19 (Johns Hopkins Coronavirus Resourse Center https://coronavirus.jhu.edu/map.html). Queda claro, entonces, que vacunar lo más rápido posible a la población con una o dos dosis es la forma más eficiente de romper el vínculo entre las infecciones y las hospitalizaciones.
Actualmente los grupos con mayor riesgo de infectarse están cambiando. Primero considerábamos que los más vulnerables eran los adultos mayores, los trabajadores de la salud y las personas con condiciones de riesgo subyacentes. Ahora, los niños menores de 12 años se han convertido en blancos fáciles para el virus, puesto que aún no están vacunados. Aunque es evidente que los niños han demostrado ser más resistentes a la versión original del virus, con la aparición de la variante Delta ahora corren mayor riesgo de infectarse y terminar hospitalizados, como lo demuestran las estadísticas actuales. Según vaya aumentando la población vacunada, las predicciones que teníamos respecto a quien corría mayor riesgo de infectarse seguirán cambiando, como también la población de personas que requerirá hospitalización.
Es importante tener presente, que a medida que la población de personas vacunadas vaya aumentando se contabilizarán más personas vacunadas que se van a infectar. Es decir que, aunque la población vacunada tiene mucha menos probabilidad de infectarse que la no vacunada, la población vacunada poco a poco constituirá una fracción considerable de las infecciones, hospitalizaciones y muertes, ¡esa es la realidad! Lo importante entonces es no poner tanto énfasis en los casos de enfermos vacunados, sino concentrarse en el porcentaje de vacunados que luego se enferman. Esta observación cobrará más importancia según vaya aumentando la población vacunada y, por lo tanto, debemos evitar caer en la falsa percepción que la vacuna no está siendo efectiva para evitar infecciones.
Los virus que nos infectan por las vías respiratorias se propagan muy rápidamente y hacen aparentar que los eventos relativamente raros, como son las infecciones en personas vacunadas, se acumulen rápidamente. Un evento de infección que ocurre por cada 5,000 personas vacunadas seguirá ocurriendo 40,000 veces en 200 millones de vacunados, cifra que parecera ser mucho más alarmante cuando los medios informativos publiquen la noticia; “Se enferman 40,000 personas vacunadas”. Muchos de los efectos causados por la enfermedad COVID-19, variedad de síntomas y de órganos afectados, la posibilidad de síntomas persistentes y reinfecciones, también son comunes a otras enfermedades virales, pero pasan desapercibidos porque dichos virus no se expanden tan rápidamente como lo ha hecho el virus SARS-CoV- 2. Nuestra medición de tales eventos debe tomar en cuenta tanto el numerador, o número de casos de infección, como el denominador, o sea, el número total de la población en riesgo y aunque sabemos que esa evaluación seguirá cambiando a medida que la pandemia aumente o disminuya, y a medida que el virus vaya mutando, poder contar con buenos indicadores de la medición de estos eventos nos permitirá no caer en falsas conclusiones.
Los datos publicados por el CDC de Estados Unidos revelan que la variante Delta ha pasado de una prevalecía del 36% al 99% del 19 de junio al 19 de septiembre 2021, básicamente debido a su mayor infectividad y al relajamiento en el uso de mascarillas, del distanciamiento social y otras medidas preventivas, por lo que es lógico predecir que Delta será la variante más prevalente a nivel mundial. Aun así, el objetivo del virus sigue siendo propagarse variando su apariencia por medio de mutaciones que lo harán menos visible al sistema inmune ayudándole a permanecer en las vías respiratorias por más tiempo para poder infectar a más personas. Sin embargo, según vaya aumentando la inmunidad de la población vacunada, aun variantes como Delta podrán ser reemplazadas por variantes más astutas en evadir al sistema inmune, pero sin causarle la muerte al huésped. Esta transición probablemente ocurrirá más o menos rápido en diferentes países dependiendo de quien tenga acceso a las vacunas. De tal manera que en realidad no hay una versión “peor” del coronavirus ya que todas tendrán una debilidad en común; se pueden controlar mediante la combinación de vacunas, el uso de mascarillas, distanciamiento y otras medidas que reducen el nivel de infecciones. El virus no puede persistir sin nosotros, nuestro comportamiento en el contexto de Salud Pública es importante, ¡no podemos bajar la guardia!