Las constantes tergiversaciones visibles en las redes sociales y en los sistemas de mensajería, que fueron protagonistas durante los meses más duros de la pandemia, pero que también han inundado desde hace bastante la vida política, hacen surgir la pregunta sobre la necesidad de control en el mundo digital.
Esta idea de regulación es siempre vista con escepticismo porque podría ser una forma de atentar contra las sagradas libertades de expresión y de prensa. De hecho, se ha intentado hacerlo, porque para las elites cualquier pretexto es bueno para procurar un mayor control.
Sin embargo, los niveles de manipulación han llegado a tal nivel que hay autores, especialistas en el análisis de la comunicación digital, que ven una influencia importante en el Internet sobre el ascenso de gobiernos populistas, como el de Donald Trump en Estados Unidos.
Por ejemplo, para Schroeder (2018), este es uno de los tres principales efectos del Internet en los últimos 25 años. Los otros dos son, en lo cultural, la transformación en la vida diaria y en la economía, la irrupción del Big Data brindando herramientas para manipular a los consumidores.
Se precisa que “populista”, de derecha o de izquierda, es aquel político que expresa y promete en sus discursos ideas que de antemano conoce tendrán una aceptación masiva, pero al llegar al poder hace lo que le da la regalada gana, respondiendo por lo general a intereses propios, el de sus amigos, sus financistas (que pueden ser de dudoso origen), y círculos de poder conexos.
Es necesario hacer esta acotación, sobre el concepto “populista”, porque, hay una evidente confusión sobre su significado. Por ejemplo, en diversas entrevistas en televisión a partidarios de Donald Trump que no aceptaban la derrota en la última contienda electoral estadounidense, muchos de ellos decían con emoción que su presidente era “populista”, que no era parte del “establishment” y por ello velaba por los intereses del pueblo.
Esta tergiversación del término, que es común encontrarla en Internet, refleja el descenso progresivo en la educación estadounidense, y en particular la caída de la conciencia cívica, que permite tener un mejor entendimiento de estos conceptos. Y la influencia cultural de los Estados Unidos es incrementada por las redes sociales, divulgando en todas sus orbitas periféricas, como Honduras, estos conceptos errados.
Ahora que el país se exhibe por el peso de las evidencias como un narcoestado, y que en apariencia inicia un camino de justa rectificación, lo que circula en Internet adquiere mayor sensibilidad.
Porque efectos positivos, negativos o neutros, muchos pueden decir que Internet ha resultado en una transformación de la vida de millones en el planeta. Castells (2001), lo considera como el “tejido de nuestras vidas”. Sin embargo, Schroeder relativiza esta afirmación ofreciéndole a la penetración tecnológica en la sociedad la verdadera responsabilidad sobre las sorprendentes transformaciones del último cuarto de siglo.
En Honduras, algunas fuentes estiman la penetración de Internet en 38.2% de la población otras como el Banco mundial en 32.1%. En todo caso, ya es una penetración considerable y la influencia de las redes sociales y de los medios digitales es en particular fuerte en los lideres intermedios que a su vez influyen en el resto de la población.
Lo cierto es que el Internet surge en especificas social-económicas-culturales-políticas condiciones. Resulta improductivo analizar qué determina qué. Todo está conectado en una relación dialéctica. Ciertamente se pueden apreciar cambios promovidos por la tecnología, conociendo que determinada tecnología surge provocada por determinados factores. Los procesos surgen conectados unos con otros en diferentes esferas.
Por ello, extrapolando ideas de sociólogos como Berger y Luckmann (1997), es posible indicar que el libertinaje visible en las redes sociales y los sistemas de mensajería pueden llegar a afectar el papel de los medios, ya sea en el mundo real o el digital, transformando su misión de reductores de la crisis de sentido y convirtiéndolos en vehículos alienantes. Por ello, la existencia de medios digitales responsables (como el presente), que sigan los principios de objetividad e imparcialidad es más importante que nunca.
No es casual que muchos países se han planteado la necesidad de control. Las denuncias contra Facebook hacen incrementar esta sensación. Una exempleada denunció minutos antes de un apagón general de todas las plataformas de esta empresa (Facebook, WhatsApp e Instagram) en octubre del 2021 que la organización conocía como hacer que las plataformas fuesen mucho más seguras, reduciendo muchos de los ya visibles efectos negativos de la era digital, sobre los jóvenes y los niños particularmente.
Sin embargo, la plataforma no realiza los cambios pertinentes, no modificaba sus algoritmos, porque eso significaba que la gente estaría menos tiempo en las pantallas y por lo tanto la empresa tendría menos ingresos. Al contrario, ha lanzado un nuevo modelo de negocio, para procurar aun más tiempo de sus usuarios en la red. La cadena de avaricia digital parece no tener fin.
Igual que durante la pandemia, en momentos de incertidumbre, las manipulaciones en las redes sociales y de mensajería son en particular peligrosas. Ante la ausencia de un set de reglas coherente, que no atente contra las libertades fundamentales pero que proteja a los ciudadanos de la avaricia desmedida, no queda más que apelar al sentido común de la población y a la inveterada regla de confirmar y volver a confirmar cualquier información antes de compartir. Cosas trascendentes, como la salud de muchos o la democracia, pueden estar en juego.