Una de las características de un país en crisis profunda, sin dirección cierta ni conducción efectiva, como le ocurre a actualmente a Honduras, es la de que su coyuntura política carcome y devora su devenir de largo plazo.
Se vive el día a día, y de modo monotemático, pendiente de la crisis, y toda conversación remite a ella, es afectada por ella, y por ella se ve infectada. Jorge Luis Borges decía con sarcasmo que Suiza tenía el mejor gobierno del mundo pues allá nadie sabe cómo se llama el Presidente.
En cambio, países como el nuestro, giran como la Tierra en torno al sol, alrededor de las apariciones y dictados dela Mandataria. Casi a diario emerge entonces la gobernante acompañada de niños, mujeres deportistas, campesinos, pobladores, ancianos, sonrientes y agradecidos por las medidas que anuncia.
Por esta razón conviene ejercitar la mirada distante, aislarse o irse a un extremo aislado (pero seguro) del país, o bien salir de él para mejor ver y contemplar el bosque sin tanto árbol de por medio. Imagino que así lo ven quienes se fueron y allende escrutan desde lejos, el diario acontecer de nuestra trama.
Esta semana, por ejemplo, las portadas están saturadas por la telenovela de la aprobación o no del Presupuesto General. Todo el mundo habla de ello, sin olvidar que sigue pendiente la Ley Tributaria, la de empleo parcial y las elecciones primarias, que se ciernen como pájaros agoreros sobre el incierto futuro que nos tocará en 2025.
Pasarán las navidades y será, seguramente hasta en enero, que se retome la aprobación de ese señor gordo y reumático que año con año aumenta su peso pletórico de grasa que le impide moverse siquiera en retroceso. De nuevo volverán entonces lapreguntas tautológicas que todos estamos cansados de responder de la misma forma año con año.
Porque el gran problema no es el desconocimiento de los políticos sobre el rol que deberían cumplir frente a quienes expropian no solo su dinero, también el entusiasmo por salir adelante. El mayor problema es, sin duda, valórico: esa convicción de que la felicidad depende de lo que el estado pueda hacer por nosotros. Mientras eso persista, seguiremos siendo esclavos voluntarios de ese Leviathan devorador de esperanzas.
Tal vez valdría la pena emprender una cruzada que busque elevar la autoestima de la ciudadanía. Quizás deberíamos reflexionar sobre el enorme éxito que tienen la mayoría de nuestros compatriotas que emigran y hacerles ver a las hondureñas y hondureños, que llevan dentro el espíritu imbatible de Salvador Moncada, Teofimo López o América Ferrera.Que solo se trataría de crear el entorno adecuado para que todas y todos triunfen y que, para ello, no es necesario el famoso presupuesto.
El problema es que para el 2025, las autoridades ya anunciaron que el incompetente sector público piensa gastar más de 430 mil millones de lempiras y que esa ciudadanía, pobre o no, va a pagar ese gasto en forma de impuestos, tarifas y otras muchas trampas y formas de expropiar el peculio que ganamos con el sudor de nuestra frente. ¿Y todo para qué?, para asegurarnos más miseria e inseguridad; para convencernos, una vez más, sin que nos sirva de mucho, que es ese estado raptor de nuestras libertades y esperanzas.
Al final,el asunto es valórico y, como decía Gramsci, la cultura y los valores son el verdadero campo de batalla si lo que se desea es generar cambios sociales. Ojalá y pronto irrumpa la generación que, armada de enjundia libertaria, promueva al fin la necesaria reversión de nuestras ideas. Nadie hará por los hondureños lo que no seamos capaces de hacer por nosotros mismos.