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Descabezar a procusto

Julio Raudales

Cuenta la mitología griega que Procusto era el cruel propietario de un hospedaje de Coridalo, Ática, a medio camino entre Atenas y Eulisis. Como el trayecto a pie o en bestia entre ambas ciudades helenas duraba aproximadamente dos días, era natural que los viajantes aprovecharan el punto para descansar y retomar la ruta al día siguiente.

Proscuto tenía un sentido de la hospitalidad bastante cruel: acogía a los viajeros, les ofrecía una generosa cena y luego los acomodaba en una habitación donde tenía una cama un tanto particular. El asunto es que el hotelero sicópata estaba obsesionado en que sus huéspedes encajaran en aquel lecho a la perfección: A quienes eran demasiado altos les cortaba las piernas con su hacha afilada y a los que eran demasiado bajos los estiraba.

En el más puro acto de justicia poética, a Proscuto le llegó, por fin, la hora de pagar sus fechorías con creces: Uno de los viajeros resultó ser el intrépido Teseo, que más adelante, en su heroica carrera, mataría al Minotauro para ganar el amor de la hermosa Ariadna.

Después de la consabida cena, Teseo se las arregló para que fuera Proscuto y no él, quien yaciera en el lecho de la tortura y, para que encajara en el con la perfección habitual, lo decapitó, poniendo de esta forma, fin al desdichado destino de los transeúntes que, incautos, solían confiar en la siniestra hospitalidad de Proscuto.

Los mitos siempre han sido un trepidante espejo de la realidad. Que la costumbre y el repetir intergeneracional los edulcoren con la imaginación, solo sirve para hacerlos más populares y bellos.

La truculenta historia de Proscuto puede servir para ilustrar la condición humana de muchos de nuestros políticos, esos que, en el afán de conquistar o mantener por la fuerza su desmesurado afán de poder, desguazan cuerpos sin que por ello la conciencia les reclame.

En Honduras ha habido, al menos dos Proscutos en lo que va del siglo. Ambos sucumbieron a la tentación de quedarse mandando por medios ajenos a la caridad o el uso adecuado de los arreglos legales.

Uno lo logró de forma descarada y hoy guarda prisión en una celda hedionda en Nueva York, ya que, a falta de un Teseo doméstico, tuvo que llegar uno de afuera a hacerle justicia al pobre país. El otro, que parece menos espabilado, aunque compite con el anterior en cinismo y descaro, parece haber aprendido de sus errores de hace década y media, pero ahora el lecho que utiliza para descuartizar a sus despistados huéspedes es mucho más cruel y atrabiliario. El mayor problema, sin embargo, es que el  Teseo que muchos están esperando que venga a salvarnos, se ensimisma y esta vez podría no haber solución a la tragedia.

¿Quién podrá salvar al pobre paísito del secuestro al que de forma sistemática ha sido sometido durante 200 años? Esta vez parece no haber solución.

Hordas de impostores pretenden rescatar al país con la intención siniestra de mantenerlo secuestrado y así continuar impunemente con su comportamiento sanguinario y despiadado. Por supuesto que no serán ellos los salvadores.

Solo una ciudadanía organizada podrá desbaratar el bicentenario maleficio. Poner la fe en terceros, sean foráneos o locales, es arar en el mar, como dijo Bolívar. Pero es evidente que no sucederá pronto.

Los procesos sanos de construcción social suelen durar más de lo que uno quisiera. Lo que corresponde a quienes deseamos un cambio para bien, es continuar trabajando y mantener el compromiso para que otra generación, una que cultive valores diferentes a los nuestros, genere una nueva forma de hacer las cosas.

El hambre, la desolación, la inseguridad y la sensación de desamparo, no pueden, de ninguna manera continuar siendo el legado de las futuras generaciones, pero es crucial saber identificar los proscutos que nos torturan, destruirlos y avanzar en la construcción de una mejor sociedad. Nadie hará por los hondureños lo que ellos no sean capaces de hacer por ellos mismos.

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