Es fácil hacer análisis sobre los hechos consumados. Explicar por qué sucedió una catástrofe tiene su ciencia sí, pero resulta menos complejo que prever e incluso bastante inútil cuando el daño es irreversible.
Por eso es bueno utilizar con rigor los instrumentos analíticos de que se dispone, para lanzar alertas y exponer los problemas presentes que podrían afectar el desempeño de nuestros esfuerzos para alcanzar los objetivos. Así funcionan las naves, tanto las aéreas como marítimas, si no, se perderían en el mar o en el éter.
Los economistas responsables tienen esa misión. Por eso deben estudiar a diario las condiciones internas e internas, usar los datos y recursos de los que se dispone, ¡en fin! revisar continuamente el clima de los mercados y los vericuetos políticos con los que hay que lidiar para impedir que la nave fracase ante el ímpetu del viento o el oleaje. Por eso el estado y los entes privados los contratan.
Pero el capitán y el resto de la tripulación debe escucharlos con cuidado, no guiado por prejuicios, sino por un certero pragmatismo. Por cierto, también debe contratar los mejores, no los que le dirán que “este barco no lo hunde ni Dios” sino, los honestos, los que saben y desean el éxito de la travesía.
Esta semana, el Banco Central de Honduras -por cierto, el espacio donde trabajan los mejores economistas del país- dio a conocer que la producción interna del país, incluidos los gastos por depreciación del capital, cayó en 0.2%. Es la primera vez que el país enfrenta una caída de este tipo en “condiciones normales” (se debe exceptuar el 2020) y es una importante señal de que es imprescindible actuar.
Veámoslo con atención. El informe recalca -y con razón- que dos son los problemas principales: el primero es la caída en la demanda externa, es decir, el resto del mundo desea menos nuestros productos, ya sea por el incremento en la competitividad de otros países que venden lo mismo, por la caída en el precio internacional de los bienes de exportación o los problemas logísticos generados por la guerra y los resquicios de la pandemia. El otro asunto es interno: la caída en la inversión, sobre todo la del estado.
Es en esto último donde se debe llamar la atención de la tripulación de esta nave: ellos pontifican la acción del estado como el elemento que gatilla el bienestar. Pues bien, si vamos a creerles (yo no les creo), debemos entonces exigirles que al menos hagan algo para que los proyectos del sector público se ejecuten. Esto al menos hará que la demanda interna crezca y por tanto se revierta la tendencia negativa del PIB.
La práctica internacional señala ya que una recesión se declara de forma oficial, cuando la producción muestra un crecimiento negativo por dos trimestres consecutivos. Es muy peligroso entrar en esta situación y es importante reconocer que la crisis del sector eléctrico no se daba aun entre enero y marzo. Con este antecedente, no es descabellado pensar que, para el segundo trimestre, la situación se sostendrá o empeorará.
El resto de los indicadores de corto plazo no es más alentador: el mismo Banco Central muestra que la inversión extranjera directa está cayendo rápidamente, el crédito de la banca al sector privado -sin contar los préstamos para consumo- también se desploman, si bien el nivel general de precios se estabiliza, los alimentos continúan al alza con perspectivas negativas. ¡Iceberg a la vista!
Lo pertinente sería juntar a quienes tienen algo que hacer y decir a este respecto, es decir, a las partes interesadas y definir en conjunto una salida para mover la nave y evitar su inminente choque. Tal vez juntar a empresarios, trabajadores y gobierno en un espacio como el CES, para discutir lo que sucede a conciencia y, repito, con una profunda vocación pragmática.
De no hacerlo, servirá de poco hacer análisis posteriores al impacto. Las bibliotecas están llenas de tesis que explican por qué nos ha ido tan mal. Nunca aprendemos. Es necesario cambiar o tendremos que huir todos, no solo los mas valientes.
