El triple colapso de la independencia

José S. Azcona

“Alta es la noche y Morazán vigila”, escribe Pablo Neruda. Cuando estudiamos la historia de Honduras y Centroamérica en el periodo revolucionario e independentista temprano (1808-40) vemos la enormidad del proyecto en el que estaban enfrascados Francisco Morazán y José Cecilio del Valle (cada uno a su forma), y la enorme tragedia de su fracaso. Esta tragedia fue inmediata, pero sus implicaciones futuras causaron un trauma originario que nunca hemos logrado superar.

La historia muestra cómo la caída de un imperio o la disolución de un estado resulta en una penumbra sobre la vida social, económica y política de su población. La caída del imperio romano de occidente representa el clásico ejemplo histórico. En nuestro caso fue triple la caída: la unión de los reinos de España, el Virreinato de Nueva España, y luego la Unión Centroamericana (primero Capitanía General y luego federación). La heroica lucha por sostener cada nivel antes de su fragmentación y pérdida son la historia de los dos mayores próceres de la historia centroamericana: José Cecilio del Valle y Francisco Morazán. Que el uno luchara con las letras y el otro con la espada, los hace figuras complementarias en el estudio de esta gloriosa pero triste historia.

La generalidad de la población aceptaba la Constitución de Cádiz como válida. Es decir, aceptaban ser parte de un gobierno constitucional que abarcara todos los dominios de la corona. No uso el termino colonias, porque constitucionalmente los Virreinatos de América eran equivalentes a los dominios peninsulares. Cualquier relegación era producto del ejercicio de las funciones o prerrogativas reales. El monumento a la constitución en la ciudad de Comayagua reafirma esto.

Al colapsar el estado constitucional español y tras la sublevación de Iturbide, se constituye el Plan de Iguala (1820), que independizaba el Virreinato de Nueva España. Ya para 1821 se recibían noticias de los «Ayuntamientos Constitucionales de Ciudad Real, Comitán y Tuxtla, en que comunican haber proclamado y jurado dicha independencia y excitan a que se haga» (Preámbulo, acta de Independencia de Centroamérica).

Es interesante que hay contrapartes que invitan al acto de proclamar la independencia, por lo que representa parte de una acción colectiva. Estas contrapartes que invitan son alcaldías mayores, por lo que se asume que este proceso se está llevando a cabo a un nivel bastante descentralizado. El artículo 13 establece “el juramento de independencia y fidelidad al Gobierno Americano que se establezca”, por lo que no establece que habrá una soberanía en Centroamérica, sino que se espera una unión futura. Valle es parte de este proceso, participando en la elaboración del acta como una medida de influir en un proceso que era irreversible y tratar de ordenarlo.

México fue incapaz de mantener intactos los terrenos del antiguo virreinato. Centroamérica (declarando su independencia absoluta en 1822) cortó lazos con el siguiente nivel territorial superior. Estaba por verse si las fuerzas centrífugas le iban a siquiera permitir a esta unidad más pequeña el subsistir.

La historia de las décadas de 1820 y 1830 se lee como un esfuerzo heroico y precario para sostener las escasas luces de civilización anterior y tratar de fortalecerla contra las fuerzas de la oscuridad. La enorme ignorancia, dispersión geográfica con malas comunicaciones, potencias extranjeras e intereses mezquinos, todos conspiraron contra ella. Pero el fracaso no estaba predestinado; hubo encrucijadas donde el camino tomado fue el equivocado.

Si a Valle se le hubiese respetado su elección en 1825, el primer ciclo de guerras civiles (que incluyó la destrucción de Comayagua) se hubiera evitado. Al tomar el poder los liberales bajo Morazán en 1829, fue con la espada (más débil que la ley). Si Valle no hubiera muerto después de su elección para el periodo 1834-9, tal vez su forma más conciliadora hubiese servido mejor para mitigar la enorme explosión de anarquía que comenzaría en 1836 y que destruyó a la federación. Morazán hizo lo que pudo, pero el problema carecía de una solución militar. La región cayó en un caudillismo y violencia de niveles altísimos, perdiéndose no solo el impulso de progreso de la federación, si no además la civilización elemental en muchos casos.

Este triple colapso (imperio, virreinato y federación) es más abrupta y violenta que la del imperio romano. Aunque algunos extranjeros pudieron beneficiarse, las causas y los actores eran internos.  La noche en que nos sumergimos fue severa, y no comenzamos a salir de ella por varias décadas.  Las lecciones que deja son muchas, en particular los males que dejan la intolerancia y los particularismos. Además, nos deja el recuerdo de la esperanza de la patria grande que por un breve momento erigieron Valle y Morazán, la cual se nos escapó de entre los dedos como las arenas del mar.

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