Nautilus, un reencuentro generacional

Por: Thelma Mejía
 
Tegucigalpa.  Fue una noche espectacular, inolvidable.
A lo lejos el puerto de San Lorenzo lucía impresionante y también las lucecitas que iluminaban el centro turístico La Cabaña, la llamada zona viva sanlorenzana.

Ese fue el marco que precedió a uno de los mejores encuentros generacionales que he presenciado en mi vida: el de los miembros fundadores del Club Nautilus constituido a fines de los años sesenta por los sanlorenzanos.
 
La cita se dio en el restaurante Brisas del Golfo en las instalaciones del 11 Batallón de Infantería que ahora cuenta con un buen sitio gastronómico abierto al público, distinto a otras épocas donde solo con invitación militar se podía acceder al lugar. El batallón se le conoce como El Salamar y está a unos minutos del centro del pueblo.
 
Olga Mejía, “La China”, como todas la conocen en el pueblo, fue una de las impulsoras de este encuentro que buscó reunir, décadas después, a los miembros del Club Nautilus, sus hijos y demás familiares. Yo fui invitada porque mi querida y extinta hermana, Liliana Mejía, fue parte de ese grupo que esa noche mágica sanlorenzana derrochó energía y mucho baile. ¡Vaya si bailaron! ¡Vaya si bailé!
 
De niña, recuerdo que los miembros de Nautilus se reunían para hacer lunadas, en el patio de la casa de mi tía Chabela—la mamá de Olga “La China”—Mi casa estaba enfrente. O las hacían en la casa de la profesora Yolanda de Montoya, “la Profe” Yolanda. Animaban sus fiestas con guitarra o con marimba. La “Profe” Yolanda era una de las mujeres más guapas de San Lorenzo, muy alegre y “po pof” (algo engreída) decían en el pueblo. Era la esposa de uno de los hombres más ricos de la industria salinera en ese momento, el extinto don Álvaro Montoya, “El Coyote”. Así le decían, era un hombre de tez trigueña, delgado, algo ojudo y bigote poblano, tipo charro mexicano.
 
Es lo que recuerdo de esa época. Añorando esa parte de mí niñez fue que decidí ir al encuentro y reencuentro de los fundadores de Nautilus, muchos de cuyos miembros nunca conocí, otros que no sabía que eran parte y los que siempre recordaba quizá por la cercanía familiar.
 
La convocatoria decía que era una reunión de 6:00 p.m. a 10:00 p.m. ¿Es acaso una kermesse?, pregunté, desatando la risa de los organizadores. “Es por la edad”, me dijeron. Pero vaya que edad, la parranda duró hasta las dos de la madrugada.
 
Y los miembros fundadores del Club Nautilus fueron puntuales cual reloj suizo. Hubo palabras de bienvenida y de homenaje a los que se nos adelantaron en este mundo, frases de agradecimiento y una alegría infinita por reencontrarse quienes no se veían hace más de cinco décadas. El maestro de ceremonias fue el distinguido personaje de la comunicación y locución hondureña, don Omar Mendoza, quien llegó con su esposa y disfrutó hasta más no poder ese encuentro.
 
Ahí estaban gente muy apreciada como don Víctor Sierra Corea y su esposa, el doctor Óscar Molina y su esposa doña Gladys, siempre elegante y educada. El señor Antonio García, propietario del restaurante capitalino Tony´s Mar y su esposa que bailó y bailó dando una cátedra del buen danzar.
 
Llegaron las hermanas Sierra—doña Chuy y doña Bessy con sus esposos. La doctora Laura Molina, la licenciada Francis Molina, la profesora María de la Paz Ávila y su hermana Emperatriz Sánchez—dos de las personas que me vieron crecer y fueron mis custodias por años en los bailes del pueblo- Olga “La China” y sus hijos, mi hermano “El Chele”, mi cuñada Lidia y mi sobrino Oscarito; Julio Ramón Molina y su esposa. Conocí ahí a la hija de la profesora Ercilia Domínguez de Valle, la estricta profesora “Chila” directora de la Escuela de Niñas “Benito Cerrato”, donde hice mi primaria.
 
De los hijos de los fundadores de Nautilus andaban Pablo, Sandra y René Sierra, Karla María y Luís Antonio Ávila, Yessyyaly Ochoa, las nueras, los yernos como Wilson Núñez, nietos y algunos sobrinos. Me costó reconocer a don Arturo Lazo, pero ahí estaba disfrutando del encuentro.
 
Quizá uno de los más emocionados—y que emocionó a todos los asistentes—fue don Miguel Molina—tío de mi amiga y casi hermana ya fallecida Laura Paredes, la Nina—Don Miguel y su esposa doña Chuy bailaron a más no poder, se dedicaron canciones y recordaron sus mejores tiempos con sus amigos como si fuese ayer. Dio consejos sobre su éxito, la importancia de cuidar la salud, así como el principio de la humildad para no guardar rencores a nadie, porque “eso se pasa al alma”, dijo.
 
Al referirse a su grupo de amigos, recordó que “éramos una generación de jóvenes que no hacía distingos de clases sociales—que daño está haciendo eso actualmente—nosotros todos éramos amigos, éramos iguales y con muchos sueños por cumplir”, dijo en un emotivo discurso don Miguel Molina, quien sigue siendo tan sencillo y casi introvertido como le recuerdo de niña cuando tenía su oficina en un apartado de la casa de doña Tacha, su mamá.
 
Puedo pecar de ingenua, pero apuesto doble sobre sencillo que si alguien la pasó de maravilla en ese encuentro fue don Miguel, porque se reencontró con su pasado y su presente, sus amigos le saludaron, pero no lo lisonjearon, lo vieron como uno más de aquél grupo de jovenzuelos que compartían sueños y esperanzas. Todos, sin excepción, estaban orgullosos del exitoso hombre de negocios que es, pero sobre todo, de su sencillez y sinceridad ante sus amigos de Nautilus.
 
Es lo que percibí, es lo que vi. Su esposa, doña Chuy tenía un brillo de felicidad en sus ojos y en su rostro muy especial. Todo mundo bailó y cantó de la mano del grupo musical de Toño y sus hijos, también sanlorenzanos. Todo fue muy sanlorenzano. Y como siempre, la sorpresa la dio don Miguel Molina, al anunciar, sin que nadie lo esperara, que él pagaba la cuenta, el baile, la comida y la bebida. Los organizadores, se asustaron. “No te invitamos para eso”, le dijeron, pero él solo quiso retribuir con ese gesto un momento y un compartir, que sabe, no tiene ni nunca tendrá precio.
 
De lo que se recogió para el encuentro, los integrantes del Club Nautilus lo donaron a la parroquia de San Lorenzo, pero el entusiasmo ha sido tanto que preparan un próximo encuentro el otro año al cual esperan convocar a los hijos de San Lorenzo que fueron fundadores del grupo y residen actualmente en el extranjero. Ya Olga “La China” está haciendo la lista para ubicarlos y no dudo que lo logrará porque es una mujer tenaz como pocas.
 
Para mí sencillamente fue una experiencia inolvidable, quise compartirla porque si bien hay mucho sobre qué hablar, decir o escribir en este país, un momento para los amigos, los recuerdos,  la infancia y el pueblo, nunca está demás, aunque abuse del espacio que se me brinda en esta columna. Era mi deseo compartir también con ustedes.
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