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El efecto Godofredo

Por Cristian Nájera

En las últimas semanas un candidato que hasta hace poco era un nombre más entre la constelación de aspirantes a diputado en Francisco Morazán pasó a dominar la conversación pública: Godofredo Fajardo. Su campaña —una mezcla de imágenes repetidas hasta el cansancio en el espacio público y una explosión contenidos espontáneos en redes sociales— se volvió viral. En cuestión de días, afiches, videos y memes lo convirtieron en fenómeno.

Ese estallido viral merece un análisis frío: ¿qué logra realmente un candidato con visibilidad masiva en plataformas digitales? ¿basta con ser tendencia para asegurar un escaño en el Congreso Nacional en un país centroamericano como Honduras, con su cultura política y reglas electorales particulares?

Honduras comparte con sus vecinos regionales una geografía política marcada por fortaleza de estructuras partidarias locales y una ciudadanía que vota tanto por lealtades territoriales, convicción política/ideológica e incluso por percepciones mediáticas. Las carreras por curules legislativos suelen decidirse en circuitos donde la presencia física y la gestión territorial siguen siendo determinantes. En ese marco, la visibilidad digital es hoy una herramienta poderosa, pero no la única.

Desde el marketing político hay una premisa: la viralidad cambia el tablero, pero no lo define por completo. Está demostrado que la atención masiva puede convertir a un candidato en “marca”, multiplicar seguidores y, sobre todo, colocar temas y narrativas en la agenda pública; sin embargo, los retornos electorales dependen de factores adicionales: conversión de notoriedad en intención de voto, organización territorial, base de voluntariado y capacidad de movilización el día de elecciones. El fenómeno viral, en términos empíricos, suele traducirse con mayor claridad en efectos sobre cobertura mediática que en escaños garantizados.

¿Qué ha conseguido Godofredo con su viralización?

Primero, reconocimiento instantáneo. En política, la primera victoria es que te recuerden. La saturación visual —afiches en la calle, videos en TikTok, Facebook e Instagram— crea una familiaridad que reduce el costo cognitivo del votante a la hora de elegir entre docenas de nombres. Segundo, conversación y agenda: la campaña se convirtió en una arena de dominio de espacios, lo que fuerza a los medios de comunicación a intentar generarlos para las discusiones, pero a no quedarse fuera de las tendencias y material que el ciudadano consume, porque “si estos lo consumen, que sea aquí”. Y tercero, poder de negociación: un candidato viral puede atraer apoyos y hasta alianzas tácticas inesperadas; su fuerza simbólica le otorga un espacio de negociación dentro y fuera del partido. 

Pero hay límites. La viralidad no mide ni siempre convierte la calidad del discurso, ni la capacidad de gestión territorial. En Honduras, donde la distribución del voto en ciertos departamentos y la configuración del padrón electoral favorecen a candidatos con estructura, la fama en redes puede derivar en mucha visibilidad y pocos votos si no se acompaña con una “traducción” hacia la movilización física: contactos, presencia en barrios, cumplimiento de promesas locales. 

En otras palabras: viralizarse es una oportunidad de bajo costo relativo, pero de alto riesgo reputacional si la campaña no controla la narrativa.

Opciones reales del fenómeno de marketing

En el esquema electoral hondureño, la posibilidad de que Godofredo Fajardo alcance una diputación depende en gran medida del caudal electoral que pueda arrastrar Mario “Chano” Rivera, candidato presidencial del Partido Democracia Cristiana de Honduras (PDCH). Bajo las reglas del cociente electoral, un partido solo asegura una diputación si logra acumular una cantidad de votos equivalente al cociente definido para el departamento; cuando no alcanza ese umbral, entra en juego la asignación por residuos, donde cada voto adicional puede inclinar la balanza. En este contexto, Fajardo no compite únicamente por su popularidad, sino por la capacidad de su partido de sumar votos suficientes para mantener un residuo competitivo.

La reciente decisión de “Chano” de sumarse a la candidatura presidencial de Salvador Nasralla constituye un golpe estratégico para las aspiraciones legislativas del PDCH. Aunque en teoría “Chano” no renuncie a su militancia, la simple reasignación de su influencia hacia otra figura presidenciable dinamita el potencial electoral del partido. En un sistema donde las diputaciones se definen frecuentemente por márgenes muy estrechos, la fuga de votos provocada por esta alineación puede ser determinante.

En consecuencia, la capacidad del partido para alcanzar el cociente o competir por residuos se reduce significativamente, dejando a Fajardo casi sin el soporte necesario para obtener una curul, independientemente de su esfuerzo personal o su presencia en la campaña. 

Efectos del boom viral

La lógica del “todo por la atención” tiende a empobrecer la discusión pública: lo que funciona en TikTok no siempre construye proyectos de ley. Además, la viralidad puede basarse en humor o incluso en ambigüedades que, pueden conectar con las emociones del electorado, lo cual es oro puro en una campaña electoral, pero cuando se traducen al espacio institucional, podría genera expectativas incumplibles. 

Sun Tzu escribió que “toda la guerra se basa en el engaño”; aplicado a campañas, la frase es un recordatorio de que la apariencia y la estrategia a menudo se entrelazan. Nótese que el engaño no es la única táctica: la astucia y la capacidad de presentar lo inesperado son virtudes en campañas de recursos limitados. 

El fenómeno Godofredo es un caso de estudio útil: enseña que en la política moderna la viralidad es un activo estratégico, capaz de transformar apuestas locales en relatos nacionales. Pero también demuestra sus límites: fama no equivale a mandato. Para que lo viral se traduzca en representación efectiva se requiere una hoja de ruta: institucionalizar la atención —convertir seguidores en voluntarios, contenido en propuestas y notoriedad en organización—. Si Godofredo lo logra, habrá hecho algo que muchos candidatos sueñan: convertir una presencia digital en capacidad real de incidencia. Si no lo hace, quedará como un caso de marketing exitoso y de retorno político limitado.

En las campañas de nuestros días, la atención es moneda de cambio; saber qué hacer con ella, y con quién compartirla, es la política real. 

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