Tegucigalpa (Por Isis Rubio /Especial Proceso Digital) – En el corazón histórico de Tegucigalpa, donde las calles descuidadas poco guardan de la memoria de un pasado colonial convulso, la iglesia Los Dolores se levanta – o intenta seguir levantándose – como uno de los testimonios más imponentes del barroco provinciano en Honduras. Pero su grandeza, visible todavía en su fachada policromada y en su interior cargado de símbolos, enfrenta hoy una batalla silenciosa: el deterioro acelerado que provocan el clima, la humedad y la falta de intervenciones urgentes.
- – Otra herida de Tegucigalpa: el deterioro silencioso de la iglesia Los Dolores que se cae ante la desidia de quienes deben otorgar los permisos para su reconstrucción.
- – Entre el sol, la luna y los querubines: la urgencia de salvar a la iglesia Los Dolores, es impostergable en medio de un centro histórico capitalino semidestruido, olvidado y en ruinas.
El templo, cuyos orígenes se remontan a una humilde ermita levantada en 1578, comenzó a adquirir su forma actual en 1732 bajo la supervisión del presbítero Juan Francisco Márquez y la dirección del arquitecto Juan Nepomuceno Cacho. La obra se prolongó hasta 1812, dejando como resultado uno de los edificios religiosos más emblemáticos del país.
Los Dolores no solo es un templo: es un libro de piedra donde se escribió la estratificación racial y cultural del periodo colonial, y un museo vivo que guarda pinturas antiguas como San Francisco y La Santa Cena, además de una singular escultura de la Santísima Trinidad.



Un llamado urgente desde la sacristía

En entrevista con Proceso Digital, el párroco Carlos Domínguez lanza un enérgico llamado a las autoridades competentes. Su voz, cargada de preocupación, recorre cada rincón del templo que conoce desde hace años.
“El tiempo va haciendo mella”, dice mientras observa el techo que filtra agua y la cúpula cuya pintura empieza a perder su protección. “La fachada ha ido perdiendo su color porque no soporta la realidad climática. Las paredes se humedecen, la estructura sufre… y todo avanza más rápido de lo que la gente imagina”.
Domínguez señala que, aunque se han hecho esfuerzos aislados de mantenimiento durante décadas, la iglesia necesita una restauración integral. Para ello, requiere un permiso indispensable del Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) y de la Alcaldía Municipal del Distrito Central.
“Estamos tocando la puerta. No nos cansaremos de insistir porque la iglesia se está cayendo poquito a poquito”, afirma.


A la espera de un papel que no llega
La burocracia pesa tanto como las piedras centenarias del templo. Al ser un bien patrimonial, cualquier intervención requiere estudios técnicos profundos, análisis estructurales, evaluaciones de conservación y una autorización institucional que aún no llega.
Domínguez aclara que comprende la necesidad de esos procesos, pero advierte que la espera se está volviendo insostenible.
“La resolución del Instituto y de la Alcaldía es lo único que impide iniciar. Una vez que tengamos ese permiso, podremos solicitar apoyo, buscar fondos y poner manos a la obra” explica.
Mientras tanto, las filtraciones siguen, la humedad avanza y la cúpula continúa recibiendo agua que amenaza su pintura.

La fachada: un mestizaje tallado en piedra
La fachada de Los Dolores es, posiblemente, su rasgo más distintivo: una mezcla vibrante de elementos religiosos y culturales que sintetizan el mestizaje hondureño del siglo XVIII.
Frutas de vidrio, soles, lunas, uvas, querubines y ángeles se entrelazan con símbolos marianos en una composición que desafía el paso del tiempo y reflejaba, en su época, la diversidad de la población que la construyó: mulatos, pardos, indígenas y españoles.
“Es una fachada que habla”, dice Domínguez. “Habla del mercadeo de productos, de lo agrícola, pero también de lo celestial. Es un testimonio único”.
El sacerdote recuerda que tras la muerte de Juan Francisco Márquez, se otorgó a los mulatos la potestad de levantar su propio templo, lo que explica la fuerte presencia de elementos culturales populares en la decoración del edificio.



La otra devoción: recaudar fondos
Mientras el permiso llega, la parroquia y su feligresía se organizan. Rifan, cocinan, venden, caminan, rezan.
“Rifas, venta de mondongo, maratones… todo lo que podamos hacer para sumar fondos”, enumera Domínguez. El próximo año esperan sortear un vehículo y una motocicleta, pero aclaran que sin el permiso oficial, ninguna obra mayor puede ejecutarse.
Ya habían obtenido un proyecto de restauración, pero este quedó paralizado precisamente por la falta de autorización.

Un templo que define a la capital

Los Dolores no es solo patrimonio religioso: es una referencia visual, histórica y emocional para los capitalinos. Está presente en postales antiguas, en relatos familiares, en procesiones y en la memoria colectiva de Tegucigalpa.
“Esta iglesia es parte de la historia de la capital. La ciudad necesita de este templo para darle más realce”, afirma el párroco.
Mientras tanto, cada día que pasa sin intervención deja una grieta más profunda, una pintura más debilitada, una cúpula más vulnerable.
El llamado es claro: salvar la iglesia Los Dolores ya no es un gesto cultural, es una urgencia histórica. (IR)









