
La semana anterior, los presidentes Trump y Shi se encontraron por primera vez en seis años para tratar temas relevantes a sus países y, por ende, al resto de la economía mundial. La cita tuvo lugar en Busan, una hermosa ciudad porteña situada al sur de la República de Corea.
El mundo pudo ver a ambos presidentes intercambiar puntos de vista sobre su forma de ver la realidad planetaria: Trump, fiel a sus maneras ostentosas, volubles y dicharacheras, se deshizo en elogios ante su par chino; no enfatizó en ningún momento en la relación de intereses sino-americanos; se refirió más bien al tiempo que llevaban sin verse, como si fueran viejos amigos que se encuentran después de mucho de no jugar al golf.
Shi, en cambio, se mantuvo adusto, gélido; no sonrió ni una sola vez y en ningún momento devolvió elogios a su homólogo americano. El presidente de la segunda potencia mundial no parecía dispuesto a la distensión. Esperó con paciencia su turno para hablar y al hacerlo, leyó un discurso que reflejaba la milenaria sabiduría de los orientales.
“Somos los dos países más poderosos del mundo, viajamos en un mismo barco y deberíamos llevarnos bien” fueron las frugales palabras que Shi dijo en mandarín. En ningún momento hizo un esfuerzo por hablar en inglés o de mostrar amabilidad. El premier chino es un verdadero profesional de la política, un avezado estadista, bien enterado de sus deberes y de lo que hay que hacer para cumplirlos.
Desde enero pasado en que el presidente americano llegó de nuevo a la Casa Blanca, las relaciones entre ambos países se han tensado en demasía. La primera sangre se derramó el 1 de febrero cuando Estados Unidos impuso un arancel del 10% a los productos chinos. La potencia oriental respondió de inmediato con un 15% y las cosas han escalado a tal grado que, hasta hace pocas semanas, las exportaciones entre uno y otro país llegaron a pagar impuestos hasta por 145%, cifra impensable para el mundo globalizado en que vivimos.
La reunión entre los dos colosos de la economía mundial ha rendido frutos. Trump ha claudicado y seguramente seguirá en esa deriva. Los productores agrícolas, especialmente de soja, no soportan ya los embates del bloqueo chino y presionan al presidente para que desista de su actuar. China, en cambio, no padece demasiado, puesto que tiene alternativas: ahora compra el ansiado cereal a los argentinos y brasileños. Los americanos, en cambio, solo tienen un proveedor de materiales para la fabricación de sus productos tecnológicos y de combate: las tierras raras que china monopoliza. En esas condiciones, es suicida continuar con esta alocada guerra.
Por suerte, el presidente americano es un pragmático hombre de negocios y esto es más poderoso que sus impulsos de adolescente bravucón. Probablemente el gobierno americano volverá a su cauce y librará al mundo de un innecesario Armagedón económico provocado por su frenesí caótico.
Desconocer a la República Popular China es no tener idea de lo que pasa en el mundo; es no respetar la historia y mostrar poca capacidad estadista. A Usted puede no gustarle su sistema político y eso es respetable, también es execrable el atropello a los derechos humanos en Qatar, el maltrato a las mujeres en Arabia, Egipto y Turquía, pero estos países existen y cuando haya que tratar con ellos, debemos estar preparados. Probablemente a más de alguno en Beijing no le agradaría saber cómo se manejan las cosas en nuestro país, pero ¿Quién dijo que existe el paraíso acá en la Tierra?
A propósito, el estado hondureño tuvo el buen tino de reconocer una sola China en 2023. Si bien, teníamos relaciones diplomáticas con Taiwán, lo que nos traía algunos beneficios, ya que por el reconocimiento oficial los taiwaneses compraban algunos de nuestros productos como café y camarón a precios preferenciales, alejados de lo que establece el mercado internacional (lo mismo que hacía la URSS con el azúcar de Cuba en tiempos de la guerra fría) y además, nuestros gobiernos recibían un cheque millonario en pago por el “servicio de hetaira” que prestábamos por reconocer a la pequeña y próspera isla, la situación era a todas luces insostenible.
Más de algún candidato de los que ahora aspiran a la presidencia, ha dicho en sus comparecencias que va a revertir la decisión de reconocer a la China Popular. Es fácil dejarse llevar por la insensatez en el fragor de la campaña, o por las tonterías que le aconsejan sus cortesanos ignorantes. Ya tendrán tiempo, los que así piensan, de entender la lección que la semana anterior comprendió a trompicones el presidente Trump.








