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¡Y llegó la pesadilla!

Julio Raudales

¡Al fin sucedió!

Es algo de lo que se viene hablando, ¡no desde hace días ni meses, sino años! El gobierno norteamericano va a gravar las remesas que envían nuestros compatriotas y con las que se sostiene, aunque sea malamente, la paupérrima economía hondureña.

El anuncio se hizo el jueves recién pasado y fue la telenovela del momento. Aún hoy en foros, noticieros y por supuesto, redes sociales, se da para hablar. Pero pronto pasará, porque en esta líquida sociedad vigésimo-prima, lo que nos toca es atragantarnos brevemente con la tragicomedia del momento y después, cada uno a lo suyo. Si anteayer fue el desastre de las elecciones primarias, ayer la estafa de “Koriun” y su cruenta resaca de amargura para la pobre gente vejada, ahora son las remesas mochadas y ¿mañana qué? ¡Ya dirá Dios que cosa saldrá a la luz para poner a todas de correr!

Es cierto, ¡que duda cabe! las remesas son el corazón de la actividad económica en nuestro país. ¡Qué lástima que deba ser así, pero es! No forman parte del PIB, porque, aunque son imprescindibles para que se dinamice la actividad económica hondureña, no se generan dentro del territorio y se contabilizan como un regalo que nos llega de afuera en la balanza de pagos. Literalmente es así. tienen el mismo estatus que las donaciones de países amigos. Pero de no ser por este maná del cielo, Honduras podría estar ya a nivel de Haití o cualquier país del África subsahariana.

Lo más dramático de las remesas es su doble efecto positivo y negativo: por un lado, sostienen el consumo, dinamizan la inversión interna y apoyan fuertemente la paridad de nuestra moneda con respecto al dólar estadounidense. Pero, por otro lado, generan un síndrome que los especialistas llaman Enfermedad Holandesa que consiste en que los beneficiarios de este ingreso, confiados en que el regalo es para siempre, abandonan el incentivo a trabajar comienzan a vivir en la esperanza de la regalía.

Nadie ha estudiado cuál de los dos efectos es mayor en el caso de Honduras, pero en países que al igual que el nuestro, dependen fuertemente de estas transferencias, como Mozambique o Angola, está comprobado que el resultado neto afecta la productividad interna de tal manera, que sería preferible que las remesas no existieran y así obligaran a sus habitantes a trabajar con mayor denuedo para encontrar el desarrollo de forma autárquica. En otras palabras: las remesas pueden generar un resultado inverso al que provoca el comercio internacional en la economía de un país pobre.

Los medios de comunicación, como siempre acuciosos, comenzaron a preguntar a los “expertos” en cuanto disminuirá el ingreso de remesas como consecuencia de la medida “trumpeana”. La preocupación no deja de ser válida: ¿Habrá mayor presión para devaluar el lempira? ¿En cuánto disminuirá el crecimiento económico? ¿Podrían las autoridades hondureñas convencer al gobierno americano de revertir esta medida?

La teoría económica ofrece respuestas a las preguntas planteadas.

En primer lugar, si los demandantes de remesas las perciben como indispensables para su subsistencia, seguro que sus familiares migrantes harán un esfuerzo adicional y pagarán el impuesto en su totalidad para asegurar que el nivel de vida de sus beneficiarios en Honduras no decrezca. Por otro lado, la medida, como cualquier impuesto, proveerá incentivos para que busquen medios “alternativos” que les eximan del pago.

Así que, por ese lado, pareciera que no habrá una caída en el ingreso de dólares, que sea muy superior a lo que ya proyectó el Banco Central en su Programa Monetario.

Por otro lado, aunque el país no mejora su competitividad de largo plazo, los buenos precios del café harán que, al menos durante el presente año, no haya mayor presión sobre las reservas del Banco Central, lo cual aliviará en parte la presión a devaluar de manera más abrupta.

Y las autoridades, poco pueden hacer, si persisten en seguir viendo a los Estados Unidos como el enemigo y ni siquiera tienen un embajador en Washington digno de ese nombre y no pueden acercarse siquiera para conectar con alguien de mediano nivel para hablar, mucho menos podrán hacer que Trump considere la reversión de la medida.

Habrá que concentrarse sí, en hacer incrementar nuestra productividad, mejorar el clima de negocios, poner la infraestructura a tono con nuestras necesidades, aumentar la calidad en los servicios de educación y salud, pero, sobre todo, asegurar una gobernanza que garantice la confianza de los inversionistas. De no avanzar en eso, el país estará condenado para siempre.

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