
La reciente elección primaria en Honduras dejó más que cifras: reveló fracturas, desgastes y oportunidades inéditas que, si se leen con claridad, pueden reconfigurar completamente el tablero político de cara a las elecciones generales de noviembre 2025.
Muchos analistas han centrado su atención en el número bruto de votos que movilizaron Libre y el Partido Nacional, sin detenerse a observar los silencios que esconden las urnas. Pero la verdad está más allá de los números absolutos; está en los votos blancos, los nulos, y en la naturaleza misma de la primaria: un proceso donde el votante es controlado, vigilado, censado. Ese control desaparece en la elección general, y con él, los temores que encadenan al votante a obedecer a su partido.
El Partido Liberal, con Salvador Nasralla al frente, no solo logró consolidar su liderazgo interno sin fracturas visibles, sino que ahora encarna una figura capaz de atraer tres corrientes poderosas: el voto joven, el voto desencantado de Libre y el voto útil del Nacional. Mientras Libre arrastra un 12% de votos blancos y 6.7% nulos, y el Nacional enfrenta una división evidente entre Ana García y Nasry Asfura, el Liberal tiene frente a sí la mejor oportunidad para crecer.
La historia electoral reciente de Honduras demuestra que las primarias no son destino irrevocable. En 2013 y 2021 ya vimos cómo el comportamiento en las generales se desvía del mapa de las primarias. Lo que define la victoria no es quién movilizó más estructuras internas en marzo, sino quién logra captar el desencanto, articular una narrativa de renovación y proyectar gobernabilidad sólida.
En este momento, mientras otros partidos lidian con fisuras internas y desgaste acumulado, el Partido Liberal tiene el margen de maniobra más amplio. La pregunta es si aprovechará esa ventaja.
No se trata solo de sumar a los contrincantes internos, sino de leer correctamente la frustración silenciosa del votante de Libre, del nacionalista decepcionado, del joven que votará por primera vez. Ese votante no busca héroes mesiánicos ni confrontación estéril; busca estabilidad, oportunidad y un liderazgo que no lo arrastre de vuelta al pasado.
El riesgo para el Partido Liberal no está en sus adversarios, sino en subestimar el momento.
El voto en noviembre será libre, no controlado. Y cuando la boleta no lleva un apellido de partido, sino el futuro de un país, muchos votarán, no por fidelidad, sino por sentido práctico.
Es ahí donde la figura de Salvador Nasralla puede convertirse en el punto de inflexión. No como un simple outsider, sino como la opción responsable y coherente que recoja ese voto útil, ese voto castigo, y lo convierta en gobernabilidad.
Honduras no necesita más polarización; necesita lectura estratégica, menos cálculo cortoplacista y más visión. Porque las urnas, al final, premian a quien entiende la dirección en que sopla el viento social, no solo a quien llena actas en las primarias.