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Vientos de cambio

Julio Raudales

En 1988, es decir, una década antes de recibir el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, uno de los cerebros mejor amoblados del planeta, nacido en la India y educado en el Reino Unido, insinuó la necesidad de medir el desarrollo con un indicador menos banal que el simple nivel de producción. Dijo: “Debemos entender que el desarrollo concierne a los seres humanos, por lo que es necesario visualizarlo en función del bienestar de las mujeres y los hombres, si no, no es desarrollo.”

Tenía razón y su deducción no podía ser más evidente en aquellos días: resulta que en países como la Unión Soviética, una de las economías más grandes y poderosas del planeta en aquel tiempo, esa riqueza estaba basada en su armamento nuclear, en la posibilidad de enviar misiones al espacio o en la producción de grandes cantidades de equipo pesado. Sin embargo, la gran mayoría de sus habitantes padecía de hambre y frío, se sentían encarcelados en un sistema que oprimía sus libertades y, sobre todo, estaban muy deprimidos. ¿De qué les servía entonces que su economía fuera tan grande y poderosa?

En los Estados Unidos las cosas no estaban mucho mejor: si bien es cierto que su producción se destinaba a complacer en mayor medida las demandas de corto plazo de su población, una enorme multitud de problemas aquejan aun ahora a su gente. El huracán Ida, por ejemplo, que durante la semana que finaliza, asoló los estados de Luisiana, Missouri y Nueva York, ha causado grandes destrozos y provocado muerte y miseria en una gran cantidad de familias. ¿Cómo puede entenderse esto en un país tan grande y una economía tan boyante como la norteamericana?

Por otro lado, hay sociedades que, no exentas de problemas, proveen de mejores y mayores oportunidades a su población: Suecia, Canadá, Dinamarca, por ejemplo, no son países desmesuradamente ricos, no tienen grandes ejércitos y sus recursos naturales, aveces son escasos, pero su gente vive en condiciones bastante más apropiadas y muestra una mayor satisfacción con su vida. ¿Cuál es la diferencia?

Esa observación llevó al profesor Sen a elaborar una tesis que luego transformó la visión del mundo de muchas personas que estudian el tema y le hizo merecedor del galardón de la Academia Sueca. Se trata de la Teoría del Desarrollo Humano, que justamente, tiene sus raíces en la preocupación que despiertan las críticas al enfoque economicista de los estudios del desarrollo y en la búsqueda por integrar en el análisis los aspectos sociales de la población.

Desde un inicio, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se comprometió con la tesis de Amartya Sen, desarrolló el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y se dedicó a promover su uso para dar a todos los países, ricos y pobres, una perspectiva distinta sobre la cual basar sus planteamientos políticos.

Desde 1990 hasta hoy, el PNUD ha elaborado unos 800 informes sobre el tema, con énfasis en diversos asuntos atinentes para casi todos los países del orbe. Muchos han sido un verdadero faro para que gobiernos responsables definan políticas adecuadas y saquen a sus sociedades de la pobreza.

He escrito todo lo anterior, porque en esta semana fui invitado por la oficina local del PNUD, a escuchar una serie de planteamientos que un grupo de jóvenes realizaron con miras a elaborar un nuevo Informe de Desarrollo Humano para Honduras. Fueron 33 propuestas, todas ellas elaboradas de forma rigurosa por chicos y chicas profesionales en diversas ramas del conocimiento. Su contenido abarca la raíz de los principales problemas que el país atraviesa y que nos tienen en una multicrisis atroz: desde gobernanza y estado de derecho, pasando por educación, salud, cuidado del ambiente e igualdad de derechos.

Al escuchar la convicción, sapiencia y entusiasmo de este grupo, me di cuenta de que hay una esperanza para el país. Todo se trata de que la generación que ahora va de salida, entienda la dimensión de su fracaso y tenga la humildad para dar paso y entregar la antorcha a estos jóvenes.

No se ve muy fácil. El país está tomado por una horda de sicofantes, infames y engreídos, que creen que tienen la solución a los problemas, sin meditar que son ellos el problema a eliminar. Ojalá y quienes pretenden gobernarnos a partir de enero, entiendan que lo mejor que pueden hacer es dar un paso al lado para que sea esta nueva generación, convicta de entusiasmo y estudiosa, haga que por fin las cosas cambien para bien en esta bicentenaria y cercenada Honduras.

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