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Una Nicaragua dividida busca claridad entre un diálogo lóbrego

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Managua – En su histórico y tradicional jeep gris y blindado, acompañados de sus hijas Camila y Luciana, Daniel Ortega y Rosario Murillo salieron entre vítores y críticas de asesinos de un diálogo que no ha dado los resultados que Nicaragua esperaba. La fe sigue puesta en la voz de los mediadores.

Mientras en el interior del Seminario Interdiocesano Nacional Nuestra Señora de Fátima diferentes sectores, incluido el Gobierno, intentaban buscar consensos en una sesión bronca, dura y repleta de reproches, a las afueras se concentraban personas afines al Gobierno y también en contra.

Los primeros, vestidos de camiseta blanca, y los segundos, de un negro riguroso en honor al luto que vive el país -por las 58 muertes que se registran en estos 29 días de crisis-, se intercambiaron reproches, acusaciones, insultos y algunas agresiones.

«Queremos paz con Justicia. No respetan nuestro derechos», clama una mujer en una pancarta mientras un hombre, con sus dos únicas armas en la mano -su biblia y su bandera de Nicaragua-, grita por un megáfono a los partidarios del Gobierno que son «unos asesinos» y que no están «a favor de la paz verdadera».

Ataviado con una camiseta azul, levanta su carné de sandinista y, harto «de tantas muertes y asesinatos», les dice: «Si son cristianos, socialistas y solidarios no estarían ahí. Mátenme como han matado a miles de jóvenes estudiantes. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no me echan a sus perros?».

La tensión se eleva por momentos. Aumenta el tono y los blancos, que dicen buscar la paz a través de este diálogo que promueve -según ellos- su Gobierno, los increpan y los empujan.

Carlos Aguilar asegura a Acan-Efe que en esta concentración todos son «nicaragüenses y pobladores» que respaldan «el diálogo de paz y conciliación» y que una de las cosas que piden es que «cese la violencia venga de donde venga» para seguir el «rumbo de prosperidad» que ha impulsado el Gobierno en los últimos once años.

Está convencido de que hay una «manipulación de sectores» para aumentar la confrontación, una opinión compartida por el artista Donaldo Aguirre. Pero a su juicio, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ayudará a poner luz entre los blanquinegros de esta crisis

Él apoya al Gobierno y también al diálogo, donde tiene depositada «mucha esperanza». Y es por ello que acepta la opinión de «terceros» como la Comisión y la Iglesia católica para que sean ellos, como personas independientes y ajenas, las que muestren lo que pasa en el país, cómo los «grupos politizados» crean caos y destrucción.

A unos 400 metros, con una fila de policías que les impide el paso, hay otro centenar de personas de negro. Son los que han salido a la calles desde hace 29 días para exigir justicia por sus muertos. Doris Vox, quien ha sufrido de cerca la pérdida de algunos de ellos, asegura a Acan-Efe que no tiene fe en este diálogo.

«Los dictadores están acostumbrados a mandar no a ceder. Nosotros estaremos aquí hasta que se vayan, que se vayan con un poquito de dignidad», grita esta mujer, madre de tres hijos, todos universitarios, uno de los grupos más críticos con el Estado.

Armada con su bandera, critica la represión y la violencia de la Policía y se muestra convencida y segura de que el pueblo, con el puño en alto, logrará derrocar a este Gobierno. Para ello, han dado «un voto de confianza» a la Iglesia.

También Caterin lo cree. Es estudiante. Y aunque no confía en el diálogo, sí piensa que la comunidad religiosa y la Comisión pueden arrojar luz en esta tiniebla.

Mientras Nicaragua sigue dividida entre los blancos y los negros esperando que los «grises» arrojen claridad, Ortega y Murillo, con cara seria y saludando a los presentes, se vuelven a recluir en su residencia, tras salir rodeados por un muro humano de un Seminario que quedó vacío, como las esperanzas de algunos.

De ahí salieron, a toda velocidad, automóviles con algunos miembros de la comunidad internacional, a los que los grupos a favor del Gobierno les arrojaron botellas mientras la policía se retiraba, corriendo a grandes pasos, de un santuario que se intenta convertir en la salvación de Nicaragua. 

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