Por: Otto Martín Wolf
Curioseando por ahí me encontré la historia tan increíble que tiene que ser real y en la que, inocentemente, estuvo involucrada Honduras. Quiere conocerla?
Resulta que allá por 1822, un hombre llamado Gregor MacGregor de un pequeño pueblo en Escocia – hijo de un “poderoso banquero”- se presentó también como Cacique (o Príncipe) de los Poyais, tribu que, según él, vivía a lo largo del Río Negro en un lugar llamado Honduras. Si, nuestra Honduras.
Contaba que la tierra era tan fértil que producía tres o más cosechas al año sin mayor esfuerzo, que las ramas de los árboles se doblaban por el peso de las abundantes frutas, las cuales estaban al alcance de la mano de todo el que quisiera deleitarse con su maravilloso y exótico sabor.
El agua de los ríos que nutren a los Poyais es tan pura que la sed más intensa se puede calmar con apenas un sorbo – decía- y tan transparente que permite ver el brillo de las pepitas de oro que, sin que nadie se moleste en tocarlas, abundan por todas partes.
Lo único de que carecen los Poyais es de gente que quiera invertir en desarrollar sus maravillosas tierras – se quejaba- ahí, donde el sol brilla todo el tiempo, a diferencia de su nativa Escocia, que es afectada por lluvia y niebla permanentes.
La ilusión, sumada a la ambición por riqueza rápida, atrajo gran cantidad de gente, ansiosa de conocer más sobre esa “tierra prometida”.
MacGregor, un estafador súper adelantado a su tiempo, pintó personalmente coloridos cuadros donde enseñaba paisajes de ensueño y hasta presentó un libro, escrito por un tal Thomas Strangeways, que describía las maravillas de las tierras Poyais y Honduras (es obvio que los dos eran la misma persona).
Tan bien montado fue su engaño que hasta mostraba billetes del Banco de Poyais (tambien elaborados por él) que tenía como moneda el dólar Poyais. En la actualidad, para comprobar la veracidad de esta historia, usted puede verlos en Museo Nacional de Historia Americana.
Inversionistas y colonos pronto llenaron tres barcos, después de pagarle al estafador grandes cantidades de dinero.
Pues bien, a la mar se hicieron y al cabo de dos meses los veleros los dejaron en nuestras costas, presumiblemente en el entonces casi deshabitado e inhóspito territorio de la Mosquitia.
Las maravillas de Poyais sólo existían en la mente de MacGregor, así que lo único que hallaron fue desolación y miseria, empezando a morir rápídamente.
Sólo una tercera parte de los colonos sobrevivió, gracias a que fueron rescatados piadosamente por un barco británico que pasaba por la zona y que los llevó a Belize, donde algunos lograron establecerse.
No tengo muy claro si por eso también a ese país se le llama Honduras Británica. Es posible, aunque seguro los sobrevivientes maldecían ese nombre.
La marina británica logró desviar otros cinco barcos que se dirigían hacia la imaginaria Poyais, salvando numerosas vidas.
Antes de que pudieran capturarlo, MacGregor escapó a Francia donde se dedicó a… seguir vendiendo su historia de Poyais y muy pronto ya tenía un nuevo grupo de colonos a punto de embarcarse.
Indudablemente el hombre era un criminal y todo el asunto era una estafa pero, acaso no tuvieron también la culpa aquellos que se tragaron el cuento de la tierra de leche y miel?
Quizá entre ellos hubo algunos verdaderamente interesados en establecerse como colonos pero, conociendo un poco del corazón humano, quizá fue el oro y la oferta de riqueza inmediata lo que los hizo presa fácil del estafador.
Historias como esa siguen ocurriendo todo el tiempo, aún en el presente, gente que cegada por la ambición lo pierde todo, a veces hasta la vida.