Tegucigalpa. – La conflictividad del país por problemas sociales y la inseguridad a causa de la violencia, parecen tener a la nación en una especie de mar picado y embravecido, cuyas agitadas olas, no dan espacio a la pausa reposada para que fluyan las ideas. La elección de la Corte Suprema de Justicia, fue uno de esos ejemplos, tras meses de incertidumbre, agite y desinformación, que culminó con un proceso en el cual no se avizoraban mayores sorpresas.
Fue una elección político-partidaria como ha venido siendo desde el retorno formal a la democracia, con algunos matices de cambio en torno a representación e inclusión, sin que estos afecten, en el fondo, los acuerdos de las elites que conoceremos con mayor propiedad a medida que transcurre el tiempo.
Algunos de esos acuerdos han empezado a asomar como el tema de la elección del próximo fiscal general y fiscal general adjunto, las otras reformas que se quieren hacer al Ministerio Público, y acciones encaminadas a una virtual llegada de la CICIH para la cual no hay claridad en la línea de tiempo, solo se afirma que llegará.
Los magistrados y magistradas de la nueva corte de justicia tienen ante así numerosas batallas por librar y por descubrir, entre ellas, las medusas existentes y los conflictos de interés, no será fácil sacudir esas ramas y monstruos de mil cabezas, incrustados por épocas, pero ello no debe ser excusa para no empezar a devolver la confianza y credibilidad a un poder del Estado que sigue picando solo a los de pies descalzos. Hay quienes gustan llamar que estamos frente a una corte de transición, pero más que eso, estamos frente a una corte de justicia donde el paraguas del beneficio de la duda no será tan alto ni tan amplio como el otorgado al actual gobierno.
Las aguas marinas están picadas y embravecidas. Mientras nos tenían absortos en la elección de los nuevos magistrados y magistradas del poder judicial, y luego los análisis de quién ganó y quién perdió, de cómo quedó el equilibrio de fuerzas, el hondureño de a pie sigue viendo cómo subsiste el día a día, recortando su menú de productos alimenticios, comprando menos, cruzando los dedos por el empleo, renunciando a algunos derechos, y con el imaginario puesto en poder, un día, huir del país que no le da oportunidades.
Es el descontento que no ha podido ser ni atendido ni atajado, y en paralelo, la violencia sigue incesante: los femicidios están a flor de piel, la extorsión no cede, se reacomoda, el estado de excepción parcial es una nebulosa; los líderes ambientales y defensores de la tierra los siguen matando (van siete en este año), sin que nadie ofrezca una respuesta de aliento, muchos menos de interés por entrar con fuerza para investigar esta embestida encabezada por rostros desconocidos.
La defensa de los territorios, los temas ambientales, la defensa de los derechos humanos, las invasiones de tierras, los crímenes contra las mujeres, son parte de la conflictividad social que parece acentuarse en apenas los primeros meses del año, ante los pocos avances de la agenda gubernamental en los últimos doce meses, de acuerdo a los últimos sondeos de opinión pública.
Frente a este atropellamiento de problemas, el espacio para que fluyan las ideas que permitan respuestas atinadas parece haberse sustituido por la polarización, atizada desde el mismo gobierno, en una especie de estrategia suicida que no podrá sostenerse en el tiempo, si el mar continúa bravo y picado.
En tanto, a las puertas tenemos otra elección de segundo grado: la del fiscal general y fiscal general adjunto, y si bien las fuerzas políticas del tripartidismo han llegado a algunos acuerdos, estos pueden cobrar otros matices a medida que transcurre el tiempo y se atiza esa polarización en el congreso nacional, que se ha convertido, de un tiempo a acá, en un pulso de fuerzas, donde el debate de las ideas, ha dado paso al de los insultos, la fuerza y la violación al derecho a la privacidad por carecer de elementos que diferencien lo íntimo, de lo privado y de lo público. El gobierno de la presidenta Castro y el país, requieren de una pausa para arrancar y no morir asfixiados en un océano de olas agitadas, altas y embravecidas.