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Tahrir ruge con el derrocamiento militar de Mursi

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El Cairo – La mítica plaza Tahrir de El Cairo pasó hoy en apenas un minuto del silencio expectante, roto sólo por el susurro de los transistores, a los gritos de euforia y los cánticos de «¡Se acabó!» con el anuncio del derrocamiento militar del presidente Mohamed Mursi.
 

La noticia, seguida en un silencio casi sepulcral que contrastaba con el ruido festivo de las horas previas, fue recibida con un estruendo de fuegos artificiales y un mar de banderas ondeando.

Muchos se abrazaban, otros se llevaban las manos a la cabeza en señal de incredulidad y alguno incluso preguntaba a sus amigos si había escuchado bien la decisión del Ejército de suspender la Constitución y declarar mandatario provisional al presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansur.

«El Ejército y el pueblo van de la mano», «Eres egipcio, levanta la cabeza» o «Egipto, Egipto» fueron algunos de los cánticos que retumbaron entonces en la plaza, que atestaban decenas de miles de personas.

Algunos grupos cantaban el himno nacional y temas patrióticos, mientras otros apuntaban con rayos láser hacia los edificios y los helicópteros militares que sobrevuelan la plaza.

Tahrir era una amalgama de jóvenes modernos de barrio bien, nostálgicos de la dictadura de Hosni Mubarak, familias de clase media con sus hijos y chavales gritando como si se tratara de un partido de fútbol.

«Llevábamos tanto tiempo esperando este momento que ahora que ha ocurrido es emocionante. A Egipto le espera un futuro mejor», dijo a Efe Joyce Saman, con una inmensa sonrisa en la boca.

Mohamed Mala, uno de los muchos jóvenes que se había decorado la cara con el rojo, blanco y negro, los colores de la bandera nacional, estaba exultante minutos después del comunicado militar.

«¡Por fin! ¡Se acabó el secuestro de la revolución! ¡Por fin volvemos a tener nuestro destino en nuestras manos», gritaba mientras se unía a la fiesta.

Para Heba El Shazli, profesora de ciencia política de la Universidad de El Cairo, la joven democracia egipcia se jugaba hoy su futuro, aunque haya tenido que ser moviendo del asiento al vencedor de las elecciones presidenciales, el año pasado.

«Si Mursi sigue, el riesgo es que no haya elecciones dentro de tres años para sustituirle. Habla de legitimidad, pero la perdió al hacer una constitución que le da superpoderes», aseguró.

Hoy, en Tahrir, epicentro de la revolución que desbancó del poder a Hosni Mubarak en 2011, la alegría del momento importaba más que la incertidumbre del mañana y que el riesgo de una respuesta violenta de simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.

«Si el Ejército ha hecho esto es porque sabe que puede manejar la situación. Yo confío en el Ejército», opinaba Saman.

A su lado, Karim Ezet insistía en que, aquí, pueblo y ejército son uno, por lo que no caben dilemas morales sobre la legitimidad de los militares para derrocar a un presidente democráticamente electo.

«Egipto no es Siria. Y además las Fuerzas Armadas han aprendido la lección. Cometieron errores, pero no los repetirán», dijo en referencia a la administración militar que tomó las riendas del país tras la caída de Mubarak y que practicó torturas, arrestos arbitrarios y hasta pruebas de virginidad.

Ezet apenas llegaba a Tahrir, pero otros miles llevaban allí desde las 15:00 (13:00 GMT), momento en que concluía el plazo de 48 horas que había dado el Ejército a Mursi y la oposición para alcanzar un acuerdo que sacase al país de la espiral de enfrentamientos violentos en las calles y manifestaciones masivas a favor y en contra del presidente.

La plaza, en la que no se veía un solo policía o militar, se fue llenando con el paso de las horas, con jóvenes agitando banderas egipcias aupados a farolas o árboles y multitud de tarjetas rojas con las frases «Irhal Ya Mursi» o «Irhal» («Vete Mursi», en árabe).

Los helicópteros militares eran jaleados cada vez que sobrevolaban la plaza, en la que colgaban pancartas como «No soy hereje, no soy ateo, que caiga, que caiga el Gobierno de Mursi» o «El pueblo derroca a Mursi».

El ambiente pasó de la espera tensa en medio del calor al entusiasmo cuando cayó el sol y se supo que el Ejército se dirigiría en breve a la nación y finalmente a la explosión de júbilo.

Pero en un Egipto cada vez más dividido del que Tahrir es sólo un símbolo, la alegría sólo llegó a algunos barrios.

En la plaza de Rabea al Adauiya, en el barrio de Ciudad Naser, simpatizantes de Mursi deambularon en silencio y dejaron de levantar banderas.

También se escuchaban gritos de «ilegítimo», en alusión al nuevo presidente impuesto.
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