Para nadie es un secreto que vivimos un momento sumamente difícil. Estamos inmersos en una profunda crisis que pone a prueba nuestro carácter y nuestra fortaleza. La pandemia del COVID, la falta de vacunas para hacerle frente, el colapso del sistema hospitalario, la secuela de los huracanes Eta e Iota, las recientes y fuertes lluvias y la inminente llegada de la temporada de huracanes, las cercanas elecciones generales amparadas en una cuestionada Ley, un débil y politizado CNE y sin contar con el nuevo documento de identificación, un ambiente envenenado por la corrupción, simbolizada por los hospitales móviles, y un clima de sospecha y desconfianza de las más altas autoridades debido, al menos parcialmente, a los señalamientos resultantes de los juicios en Nueva York, configuran un panorama sombrío y harto complicado. En medio de esta tempestad se siente, se percibe, que navegamos sin brújula, sin rumbo y sin capitán. Ya ni los señores del Norte, quienes tradicionalmente han jugado un papel crucial en la vida de nuestra nación, quieren hablar con el capitán. ¿Qué alternativas habrá? ¿Será que no hay más remedio que llegar, cojeando y exhaustos, a la línea final que marca el cambio de gobierno en enero de 2022? Analicemos la situación y veamos a qué conclusiones podemos llegar.
En cuanto a la pandemia, es imposible negar que estemos perdiendo la batalla. A estas alturas la ocupación de camas en los centros dedicados a la atención de pacientes afectados por COVID está llegando a su límite. En algunas ciudades ya resulta difícil encontrar un espacio para enterrar a las personas que fallecieron a causa de COVID. Hay quienes proponen un cambio en la Secretaría de Salud, pero parece poco probable que, a estas alturas, esa sea una solución. La impresión que priva es que estamos abrumados por la pandemia, que el sistema sanitario colapsará y que el personal de salud se verá obligado a decidir a quién brinda atención médica y a quién no. Los municipios y las funerarias deberán hacer hasta lo imposible para que se pueda dar sepultura cristiana a quienes fallezcan a causa de COVID. Mientras tanto, los alcaldes piden, y a veces ruegan, que se les apoye con las transferencias que debe hacerles el gobierno central para mantener operando los centros de triaje. Para complicar aún más el panorama el gobierno central parece ahora inclinado a abdicar su responsabilidad, pidiendo a las municipalidades que sean ellas quienes restrinjan la movilidad de las personas. Es razonable que las municipalidades jueguen un importante papel en la batalla contra COVID, pero ese esfuerzo debe verse complementado por la acción del gobierno central. No se trata de abandonar la mesa y dejar solas a las municipalidades. No es prudente, ni aceptable, que el gobierno central pretenda abdicar su responsabilidad.
En cuanto a la vacuna para el COVID, estamos en el último lugar en Centro América. Quienes defienden al gobierno nos dicen que es difícil obtener las vacunas y un presentador de televisión llega al extremo de decir que El Salvador entregó parte de su territorio a China para lograr conseguir la vacuna. Sea esto como sea, la realidad es que todos los países, incluidos varios países europeos, han enfrentado retos similares para obtener vacunas y unos han superado los retos y otros no. Nosotros, a juzgar por los resultados, lo hemos hecho muy mal. Ahora el gobierno parece dispuesto a trasladarle el problema al sector privado, abdicando, nuevamente, la responsabilidad que le corresponde. Pareciera que lo que se busca es tener a alguien a quien culpar en caso que el problema continúe o se agrave, y no jugar el papel de liderazgo que le compete al gobierno. Es claro que el sector privado puede jugar un papel importante en la obtención de las vacunas, pero siempre se requiere del liderazgo del gobierno. La única noticia alentadora en este tema es que en Estados Unidos la oferta de vacunas excede ahora la demanda, lo que ha motivado al Presidente Biden a declarar que luego podrán compartir su excedente de vacunas con otros países. Solo resta esperar que esto ocurra pronto y que las difíciles relaciones entre nuestro gobierno y el de Estados Unidos no afecten negativamente la decisión de Estados Unidos de compartir la vacuna con nosotros.
Mientras tanto, las lluvias llegan y la temporada de huracanes inexorablemente se aproxima. Hay quienes están obsesionados en ampliar un fideicomiso que está en manos de un banco comercial, ignorando que lo urgente, y que además es lo único que podemos hacer para protegernos este año, es reparar los bordos y limpiar los canales que fueron azolvados o parcialmente obstruidos. Esa debe ser la primera prioridad. Paralelo a eso, se debe proceder a licitar la construcción del proyecto El Tablón, financiándolo con recursos públicos. El proyecto no se presta para utilizar el modelo de una asociación público-privada, y por tanto no tiene sentido incluirlo en el fideicomiso. Después de haber procedido con esas dos medidas podemos debatir si tiene o no sentido agregar otros proyectos al fideicomiso. Recordemos que los proyectos que podrían agregarse al fideicomiso no estarán operando en menos de unos cinco a siete años. Si lo duda, vea solamente lo que ha sucedido con Patuca III. Aún El Tablón, cuyo proceso de licitación debería comenzar ya, no estará operando en menos de unos tres años.
Mientras tanto nos acercamos a las próximas elecciones con varios candidatos señalados por distintas razones. Ante esta situación, resulta difícil ver el proceso electoral con optimismo y esperanza. Dios quiera que al menos tengamos un proceso limpio y creíble, que goce de amplia aceptación. Lo peor que podría sucedernos es que el proceso no sea transparente y fehaciente y que el triunfador sea visto como ilegítimo. Si eso llegara a ocurrir la crisis de gobernanza que hoy sufrimos se agravará aún más en la próxima Administración haciendo ingobernable nuestro país.
Todos estos problemas son exacerbados por la falta de confianza que nosotros los gobernados sentimos por quienes nos gobiernan. La corrupción y las acusaciones sobre la participación de nuestras más altas autoridades en el narcotráfico han envenenado el ambiente y creado un gran distanciamiento entre gobernados y gobernantes. Tanto propios como extraños vemos el gobierno como ilegítimo, corrupto e inepto. Es muy difícil, si no imposible, gobernar en estas circunstancias y consecuentemente vemos a un país a la deriva, con una debilitada gobernanza, sin dirección, sin liderazgo y sin brújula. Por otro lado, es evidente que la comunidad internacional, y en particular el gobierno de Estados Unidos, buscan distanciarse de nuestro gobierno. En estas circunstancias resulta muy difícil, por no decir imposible, recuperar el liderazgo perdido y sentar un nuevo rumbo. Siendo así las cosas parece necesario que quien encabeza el gobierno se haga un lado y permita que otros intenten navegar las encrespadas aguas que nos amenazan. Dios quiera que logremos superar esta crisis con un mínimo daño a nuestro país y a nuestras instituciones.