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Región Grande Valley se vuelca por ayudar a inmigrantes centroamericanos

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McAllen (EE.UU.).- La región de Grande Valley es el epicentro de la crisis de los menores indocumentados que llegan a Estados Unidos con la esperanza de quedarse, algo que ha sobrepasado con creces la capacidad de respuesta de autoridades migratorias.
 

La estación de la Patrulla Fronteriza en McAllen se ha visto obligada a procesar a hasta 1.000 inmigrantes en un día, un gran número de ellos menores de edad que llegan debilitados y en algunos casos enfermos tras semanas de viaje desde Guatemala,Honduraso El Salvador a través de México.

La comunidad de Grande Valley (como se conoce a la cuenca estadounidense del río que los separa de México) ha movilizado voluntarios que han llevado comida, agua o ropa a las familias que han tenido que ser liberadas por la sobrepoblación de los centros de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).

«Esta es una comunidad inmigrante, que conoce lo que es salir en busca de un futuro mejor y la gente se ha volcado, personas todo tipo de creencia», explica a Efe, Brenda Riojas, portavoz en el Valle de Catholic Charities, que está liderando la campaña de solidaridad.
En el condado tejano de Hidalgo, donde el 91 % de la población es de origen hispano, se ha desplegado un dispositivo de emergencia que cuenta dos centenares de ciudadanos voluntarios, entre los que hay una veintena de médicos, que han atendido desde hace un mes a 3.000 personas.
La ayuda que pueden proveer los ciudadanos de esta región se reduce a las familias que han entrado ilegalmente en el país y que debido al hacinamiento en los centros de detención están siendo liberadas con una citación judicial para continuar el proceso de deportación en el futuro.
Los voluntarios de McAllen los atienden en las estación de autobuses, desde donde van a iniciar un nuevo viaje incierto para reunirse con algún familiar o conocido que los pueda acoger.
«Es sobrecogedor ver el cariño con el que los voluntarios, que tienen otro trabajo que atender, ayudan a estas familias que han pasado tanto sufrimiento», explica Riojas, que recomienda a los que protestan en California contra el traslado de niños indocumentados «que vean la cara y los ojos de la inmigración».
Mientras tanto las autoridades luchan por hacer frente a la avalancha humanitaria, con un aumento de personal y con el gasto adicional financiado por el estado de Texas de 1,3 millones de dólares semanales.
Este hecho preocupa Aaron Peña, republicano y ex representante de McAllen en el Congreso de Texas, quien considera que este «estado policial» puede llevar a algunas zonas a convertirse en «pueblos fantasmas» por el temor de muchos residentes indocumentados.
Los centros migratorios de la región ya no pueden sostener la presión que ha supuesto la llegada, solo aquí, de 160.000 inmigrantes desde octubre, más que en los 12 meses anteriores juntos.
La situación se complica, ya que se han registrado 37.000 casos de menores que cruzan solos, más de dos tercios de todas las llegadas de ese tipo en EE.UU.
Los menores deben ser tratados con el máximo cuidado, pero los centros de detención temporal de McAllen y la vecina Brownsville están teniendo serias dificultades para identificar y examinar médicamente a todos esos niños en menos de 72 horas, como reclama la ley, antes de cederlos a la custodia del Servicio de Salud.
Una vez transferidos pasan por un periplo que los puede llevar a una base militar de San Antonio (Texas), donde se han habilitado camas, o a centros repartidos por todo el sur del país, donde, como en el caso de California, se han vivido tensas protestas en contra de su presencia.
Otros tienen mejor suerte al ser reclamados por familiares que ya viven en Estados Unidos – algunos en situación también irregular- y pueden reunirse con ellos mientras se tramita su expediente migratorio, que definirá si son deportados.
Hoy, en el primer vuelo que salía de McAllen al cobijo de la madrugada, varios niños centroamericanos partieron en un avión de línea regular para completar el último paso de su odisea de meses y reunirse con familiares.
Con las únicas pertenencias que cabe en una mochila negra, los niños se vieron abocados a un nuevo cúmulo de experiencias: el primer vuelo en avión, los abrazos del reencuentro y caminar, de una vez por todas, por las calles del rico Estados Unidos.

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