Pandemia y condición humana

Por: Víctor Meza

Tegucigalpa.- He quedado conmovido – lo confieso – al ver esas fotografías desgarradoras de pacientes del coronavirus sufriendo impotentes su lenta agonía en condiciones,  por decir lo menos, lamentables y deshumanizantes.

A esto se suma el estigma que sataniza y excluye, que ahuyenta y discrimina, tanto en la agonía como en la muerte. Y me pregunto: ¿hasta qué punto de indiferencia y cinismo podemos llegar, en tanto que comunidad humana? ¿En qué clase de personas nos hemos o nos han convertido? ¿Somos o seguimos siendo una tribu alienada y sin empatía social?

Existe una tribu, los gurkhas, guerreros feroces oriundos de Nepal que formaron unidades especiales dentro del ejército británico y se caracterizaron por su bestialidad y crueldad durante las batallas. Preguntado que fue uno de ellos sobre las razones de su inhumana conducta, respondió con la simpleza de la verdad: Inglaterra nos hizo así. Y bien, ¿quién nos ha hecho a nosotros así, tan carentes de piedad, tan individualistas en la tragedia y solitarios en el espíritu? Ya se que no se debe generalizar, porque eso equivale a simplificar. Pero, la verdad sea dicha, la pregunta es válida y la respuesta difícil. Va dirigida a los gobernantes más que a los gobernados.

En mi primera estancia en la China continental, en plena Revolución cultural, circulaba en proporciones millonarias un pequeñísimo breviario que contenía cinco cortos artículos escritos por Mao Tse Tung. El segundo de ellos, publicado inicialmente en diciembre de 1939, se titulaba “En memoria de Norman Bethune”, dedicado a un médico canadiense que había llegado desde su lejana patria a prestar voluntariamente sus servicios a los campesinos chinos durante la llamada Guerra de Resistencia contra el Japón. Era un héroe ante los ojos de la población nativa, y Mao, en su breve nota, se preguntaba con justa razón:”¿Qué espíritu impulsa a un extranjero a entregarse sin ningún móvil personal a la causa de la liberación del pueblo chino como a la suya propia?” La difusión masiva del artículo formaba parte de una campaña más amplia y ambiciosa, orientada a reducir en lo posible los límites del egoísmo humano. Una tarea a todas luces descomunal y casi utópica, que, en lo personal, me causó una profunda y permanente impresión. Era, en el fondo, la lucha contra el  egoísmo que, en la iniciativa china, intentaba, a lo mejor en vano, fusionar el objetivo revolucionario del momento con la antigua tradición budista del país y las enseñanzas del sabio Confucio.

Hoy, al ver a la China convertida en la segunda potencia económica del mundo, guiada por el principio del enriquecimiento personal y el progreso individual de sus habitantes, no puedo menos que pensar en la visión utópica de entonces y en la inherente candorosidad que a veces satura o acompaña a la condición humana.

Estos comentarios y recuerdos vienen a mi mente en estos momentos en que nos enfrentamos a un desafío de proporciones gigantescas, tan grandes que, a veces, parece que no somos conscientes de su enorme impacto y dimensión. Como enseña la historia, es precisamente en momentos semejantes cuando se pone a prueba la fortaleza y energía vital de las sociedades amenazadas. Es la hora de la resistencia numantina frente al virus invasor.

Pero para eso, para enfrentar con éxito la oleada destructora, debemos comportarnos como tribu solidaria, con las carretas en círculo por si llegan los apaches. Los indiferentes no deben encontrar espacio entre nosotros, ni los indolentes y egoístas que, como siempre, sólo sirven para disgregar el núcleo central y debilitar los esfuerzos comunes. Es hora de recuperar los mejores ingredientes de la condición humana y, como el doctor Bethune, convertir la solidaridad en condición indispensable de la vida en sociedad. Estamos a tiempo.

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