Tegucigalpa.- Era a Pedro Joaquín Chamorro, periodista nicaragüense, fiero y tenaz opositor a la tiranía somocista, que al final terminó quitándole la vida, a quien se le atribuía la famosa frase aquella de que “aquí hay opositores pero no hay oposición”. Se refería, claro está, a su patria – Nicaragua – y a la inercia desesperante que, a veces, contagiaba y paralizaba a las fuerzas opositoras al régimen dinástico.
Aunque las comparaciones no suelen ser muy recomendables en estos casos, lo cierto es que actualmente en nuestras honduras, en lo que a la situación política se refiere, con frecuencia tenemos la misma impresión que tenía “el mártir de las libertades públicas”, como acostumbran llamarle en Nicaragua al periodista asesinado.
Abunda la figura del opositor de tertulia, el que invierte sus mejores argumentos y argucias para descalificar al régimen actual, señalando sus abundantes falencias y vaticinando su inevitable caída. Sus análisis, acertados o no, desembocan siempre en el ansiado derrumbe del gobernante y su séquito. Es implacable en la profecía catastrofista y generoso en la repartición del botín soñado. Se deleita, a su manera, profetizando la derrota del adversario y saludando la llegada del vencedor.
Pero hasta ahí nomás. Su vocación opositora se agota en torno a la repetida taza del café y se disuelve en la ceniza del cigarrillo aun humeante. No se traduce en trabajo organizativo, en voluntad unitaria, en acción directa. Se queda atrapada en la red de las buenas intenciones, de esas mismas que pavimentan el camino hacia el infierno.
Si la oposición individual, solitaria y caótica, no se traduce en oposición colectiva, tan unitaria como activa, de nada sirve la tertulia y el cuchicheo del cafetín, como no sea para pasar el tiempo y entretener la conciencia cívica con ilusiones y vaticinios. La oposición verdadera sólo es fuerza material cuando se internaliza en la masa opositora, cuando conquista el corazón del votante y le devuelve su condición robada de elector consciente.
Cuatro dedos cerrados se parecen a un puño pero no lo son. Hace falta el quinto para que el puño sea real y pueda impactar con fuerza y decisión en la superficie golpeada. De la misma manera, una oposición dispersa y desintegrada puede ser crítica y deliberante, pero nada más. Para ser realmente efectiva y eficaz en su accionar político, esa oposición necesita unirse, congregarse en torno a un objetivo común, el único, que no puede ser otro que la derrota del régimen autoritario y antidemocrático que los enfrenta.
La unidad se construye en torno a objetivos. Entre mayor sea el número de propósitos y fines, más difícil y laberíntica es la posibilidad de unirse. Y al revés: entre menos objetivos y mejor definición del denominador común, más viable y posible resultará la alianza de la oposición.
Los consensos comienzan por ser mínimos para poder desembocar en acuerdos básicos. Los artífices y negociadores, si es que en verdad son opositores, deben hilar muy fino, con paciencia de artesanos, para construir, desde la base y no sólo en la cúpula, las estructuras unitarias que permitan el triunfo de la oposición frente a la necesaria derrota de los clanes corruptos, incompetentes, autoritarios y desprestigiados que todavía hoy siguen controlando nuestro país.
El camino no es fácil. Siempre surgen obstáculos, ya sea de carácter doctrinario y principista o, lo más común, de egolatría y vanidad personal. A cada rato aparecen los “líderes máximos” de las “alianzas mínimas”, los que anuncian con furor orgásmico la “unidad entre partidos que no han crecido con otros que ni siquiera han nacido”. El espacio político se va llenando de charlatanes, “hombrecitos” ya descritos por Wilhem Reich, afanosos por crecer en público, esos que José Ingenieros describió en su célebre libro “El hombre mediocre” con frases de fuego: “Viven a hurtadillas, temerosos de que alguien les reproche su osadía de existir en vano… son contrabandistas de la vida”. Y también de la política, diría yo.
Es hora de abandonar la condición de falso opositor para asumir el reto de construir una verdadera oposición.