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Niños pobres hondureños perderían año escolar por COVID

Tegucigalpa – La educación pública en casa a través de medios electrónicos, de nada le sirve a muchos niños pobres de zonas rurales de Honduras, que están en peligro de perder su año escolar, porque donde viven algunos carecen de la tecnología mínima y en otros casos en su comunidad no hay energía eléctrica.

Esa situación la viven muchos niños de zonas rurales, algunas cercanas a Tegucigalpa, como en la aldea El Zuntule, donde hay chicos del primero al sexto grado que no terminan de entender cómo hacer las tareas y estudiar lo que les indican sus maestras.

Un ejemplo del precario sistema educativo hondureño, salvo en el privado, es la escuela «Salvador Corleto», de El Zuntule, a ocho kilómetros de Tegucigalpa, donde Efe conoció que dos maestras atienden los seis grados de primaria, tres cada una.

En el caso de Sobeyda Ludivel Ríos, con trece en la docencia, quien además es la directora de la escuela y ejerce otras funciones por falta de más personal, imparte clases de manera simultánea en una misma aula, a los niños de tercero, cuarto y sexto.

EDUCACIÓN EN CASA POR COVID-19 ES UN FRACASO

Cuando Efe estuvo en El Zuntule, las dos maestras, Ríos, y Ana Cristina González, celebraron una reunión de trabajo con las madres de los alumnos, de las que algunas afirmaron que con la modalidad para que sus hijos estudien y hagan tareas apoyados con la tecnología, los niños no están aprendiendo suficiente, por lo que preferirían que repitan el grado.

Tres de las madres entrevistadas dijeron que si se les ascendiera al siguiente año escolar llegarían «sin saber nada» o «muy poco».

A raíz de la pandemia, que en Honduras ha dejado 250 muertos y más de 6.000 contagiados, el país comenzará este lunes a reactivar su frágil economía, de manera gradual, sin que se conozca cuándo los estudiantes, de todos los niveles, volverán a sus centros educativos.

En El Zuntule, la pobreza es el principal factor para que los niños no puedan adaptarse a la nueva modalidad para hacer tareas y estudiar, a lo que suman otros problemas sociales.

«Las maestras buscan la forma para que los niños no pierdan, pero no están aprendiendo bien, nosotras las madres les enseñamos lo que podemos, pero no es lo mismo; en la escuela la maestra les explica, son más horas de clases las que ellos tienen, es diferente», indicó Heidy Lanza, madre de dos niñas, de seis y nueve años, que cursan el primero y quinto grado.

Las hijas de Lanza reciben las tareas en un modesto teléfono móvil, en el que descargan lo que envían las maestras, pero solo pueden acceder al aparato un día de por medio, porque es de su padre, quien trabaja bajo esa modalidad como guardia de seguridad privada, en Tegucigalpa.

El padre devenga un salario, rebajado por la pandemia, que no supera los 240 dólares, que «ajusta solamente para comprar lo necesario, más que todo la comida», acotó Lanza, quien antes de la pandemia trabajaba aseando la casa de una familia en Tegucigalpa, una vez por semana.

LOS NIÑOS EXTRAÑAN LA ESCUELA

Idania Flores, de 26 años, madre de dos niños, considera que las mentoras «hacen como una estrategia para que el niño no pierda el ritmo con las clases, pero no aprenderán al 100 por ciento».

Dijo que su niño menor está en preparatoria, mientras que la niña cursa el quinto grado, y que las tareas las descargan en un teléfono, pero que «no están aprendiendo lo suficiente», y que lo mejor sería «suspender el año lectivo» para que los niños, que «extrañan su escuela y a sus maestras, no vayan ignorantes» al siguiente grado.

«El niño me dice, mami, buscáme mi uniforme que me voy para el kinder, para ellos es triste», añadió Flores, una ama de casa, cuyo esposo también es guardia de seguridad privada.

NO TODOS LOS NIÑOS HAN RESPONDIDO

La directora de la Escuela Salvador Corleto dijo que en el centro educativo no cuentan con todo lo necesario, que hay muchos casos de padres muy pobres, que «no tienen teléfonos inteligentes», y que su bajo nivel de educación no contribuye a que puedan ayudar de mejor forma a sus hijos en casa.

En muchos hogares de la aldea los alumnos no pueden ver los vídeos que difunde la Secretaría de Educación, porque no tienen señal de cable y en otros casos es mala.

Otros no comprenden los mensajes educativos que difunde un canal de televisión, y en el peor de los casos, no disponen de un televisor en casa.

La docente deploró que la Secretaría de Educación y el Gobierno «digan que todos los niños están aprendiendo a través de la estrategia que están dando», porque «no es así».

Agregó que si el Gobierno decidiera que los niños que estudian en el sector público sean ascendidos al grado siguiente, «sería mentira, engañar al padre de familia, engañar al niño, decirle que va al siguiente grado, sin tener las competencias del grado anterior», y que «el sistema educativo» nacional «es muy deficiente».

SITUACIÓN EDUCATIVA EN EL CONTEXTO DE LA PANDEMIA

Algunas de las cosas expresadas por la directora de la escuela y madres de familia, coinciden con un estudio de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, sobre «La situación educativa hondureña en el contexto de la pandemia del COVID-19: Escenarios para el futuro como una importante oportunidad de mejora».

El estudio, hecho luego de las primeras semanas de la pandemia, señala, entre otras cosas, que «se ha mantenido la actividad educativa para más de la mitad del alumnado, pero los de menos recursos han quedado al margen».

En el esfuerzo porque sus hijos aprendan con la nueva modalidad forzada por la COVID-19, en El Zuntule hay madres solidarias como Francis Lanza, quien cuando su teléfono móvil tiene buena señal, comparte al menos con cuatro alumnos vecinos del quinto año, que son compañeros de su hija Arleth Ávila, de nueve años.

Lanza lamentó que por ser pobres no pueden tener acceso a la tecnología, y confesó que ella depende de la ayuda de un hermano, igual que su hija.

Debido al confinamiento por la COVID-19, Lanza no ha podido seguir con un trabajo de asear una casa en la capital, una vez a la semana, por lo que percibía 300 lempiras (doce dólares), de los que 100 lempiras (cuatro dólares) los gastaba en transporte.

De su hija Arleth, dijo que al principio del confinamiento, «estaba como estresada, desesperada, porque no quería estar en casa, sino en la escuela, pero con el tiempo «fue intentando llevar las cosas como las tenemos que llevar, lo que no es fácil».

Mientras eso sucede, hay niños como Arleth, que sueña ser ingeniera civil, y para que ello se cumpla necesita solo una cosa en esta pandemia: un computador para cumplir con sus deberes.

Arleth, a sus nueve años, se muestra muy talentosa, pero la pobreza de su madre, a quien su marido abandonó cuando estaba embarazada de ella, no le ha permitido tener nunca un computador, aunque dice haber visto cómo funciona y quisiera tener uno.

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