Análisis de Alberto García Marrder- Especial para Proceso Digital
No hay que sorprenderse que en Europa Occidental y en Estados Unidos se hable mejor de Mijaíl Gorbachov, tras su muerte a los 91 años, qué en la propia Rusia, donde era casi odiado.
En los años ochenta, Gorbachov puso fin a la Guerra Fría con su “Perestroika” (reconstrucción) y su “Glasnost” (apertura), se entendió con el expresidente norteamericano Ronald Reagan y enterró a la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En pocas palabras, en Occidente era tan famoso como una estrella del “rock”. Lo comprobé cuando llegó a Washington para entrevistarse con el presidente Ronald Reagan el 8 de diciembre de 1987 en la Oficina Oval de la Casa Blanca y lo conocí en los encuentros previos con la prensa.
(Yo era entonces delegado (director) de la oficina en Washington de la Agencia española de Noticias EFE y Gorbachov, cuando se entrevistó con Reagan, se sentó en el sillón que yo ocupé dos años antes cuando entrevisté a solas al presidente norteamericano).
El actual líder ruso Vladimir Putin es también famoso, pero por razones totalmente opuestas.
Gorbachov, por ejemplo, no hubiera dado luz verde para la invasión rusa a Ucrania y en privado ha mostrado su oposición a esa decisión de Putin que, tras seis meses, está estancada y solo ocupa la zona este de ese país, el Donbás. Y eso tras la muerte en combate de unos 48,000 soldados rusos y la destrucción de más de mil tanques. Y pensaba ocupar la capital, Kiev, en apenas una semana.
En los años ochenta, la URSS y su modelo burocrático, no daba para mas y tenía los días contados. Gorbachov impulsó entonces una “Perestroika”, como una reforma a esa crisis. No para acabar con el sistema soviético, sino, para adaptar a la URSS a los nuevos tiempos, sin abandonar el socialismo.
Pero como argumenta el portal “OKDiario” de Madrid, Gorbachov, un comunista en su juventud, “sin pretenderlo, contribuyó a su colapso”.
El historiador Luis Felipe Núñez señala que las políticas que implantó Gorbachov entre 1985 y 1991, pretendían marcar una ruptura con la herencia estalinista, “lo que afectó la manera de vivir de los rusos”. Y al final, esa “Perestroika”, creada para darle nueva vida al sistema soviética, “fue su sentencia de muerte. Y rechazada eventualmente por casi un 60 por ciento de la población.
En una entrevista con la cadena de televisión española RTVE, Olga Volosyuk, profesora de la Escuela Superior de Economía de Moscú, dijo que entre las medidas económicas de Gorbachov destacaron “la normalización del mercado de consumo, la descentralización del sistema, la lucha contra la corrupción, la modernización industrial y la liberalización económica”.
Poco queda de esas medidas innovadoras. La URSS ya no existe, pero, la Rusia actual sigue con los problemas antiguos del viejo sistema socialista centralizador.
Tras su renuncia en 1991, y seis años después, en 1997, Gorbachov hizo una cosa inesperada en un exlíder soviético: grabó un anuncio para la televisión americana. Una con su nieta, comiendo “Pizza Hut” (por el que cobró un millón de dólares), y por lo que fue muy criticado en Rusia.
En sus últimos años, Gorbachov vivía en su casa en las afueras de Moscú aquejado de serios problemas de salud, con cuatro guardaespaldas y añorando a su esposa, Raisa, fallecida de leucemia en 1999, a la edad de 67 años.
A un año después de su muerte, escribió en su diario: “Mi vida ha perdido su sentido principal. Nunca antes había tenido un sentimiento de soledad tan agudo”, según la BBC.
Putin, en una forma muy lacónica, expresó sus “sinceras condolencias” y el presidente norteamericano, Joe Biden, dijo que Gorbachov tenía una “extraordinaria visión”.
“Fue un líder que con una imaginación de un futuro diferente, nos mostró que es posible conseguirlo, aunque se arriesgue para eso toda una carrera entera”, añadió Biden.
No, Putin nunca será un Gorbachov. Son dos líderes totalmente opuestos. En 1990, le concedieron a Gorbachov el Premio Nobel de la Paz. Después de la invasión rusa a Ucrania, Putin no puede aspirar a una distinción similar. Ni soñando.
