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Mis viajes con el presidente Reagan a California y México

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Miami, (EEUU) – Viajar con el “White House Press Corps” acompañando a un presidente norteamericano es un honor que se disputan los corresponsales extranjeros acreditados en Washington, ya que la prioridad la suelen tener los nacionales.

La buena noticia llegó cuando la Oficina de Prensa de la Casa Blanca nos confirmó que estaba en la lista de periodistas para acompañar al presidente Ronald Reagan en su viaje por Los Ángeles, (California) y Mazatlan, (México), para entrevistarse con el presidente azteca, Miguel de la Madrid, el 12 febrero de 1988.

Yo había ya tenido el honor de entrevistar a Reagan en la Oficina Oval de la Casa Blanca tres años antes, y solo me faltaba cubrir unos de sus viajes con él, antes de terminar mi estancia en Washington, ya que me habían nombrado director de la oficina de la Agencia española de noticias EFE en Londres.

Los periodistas, fotógrafos y personal técnico volamos en un Boeing 757, fletado para la ocasión que salió de la Basa Aérea Andrews, en las afueras de Washington, después de ver a Reagan montarse en su famoso “Air Force One”, un flamante avión presidencial Boeing 747.

En nuestro avión viajaban todas las estrellas de la televisión norteamericana y los igualmente famosos columnistas. Los que cubrían de verdad eran los periodistas de agencias de noticias, como la nuestra, cuyos despachos eran también traducidos al inglés y al francés en Madrid y Manila.

Después de una parada de una noche en Burbank (California), al día siguiente emprendimos el viaje hacia Mazatlán, en la costa del Pacífico de México.

El calor era sofocante, pero la recepción muy calurosa, a pesar de los problemas que había entre los dos países vecinos. Era el sexto encuentro entre Reagan y de la Madrid.

Había muchos problemas para discutir, pero el más grave de todos era la ayuda clandestina que le estaba dando Estados Unidos a los “contras” nicaragüenses en su lucha para sacar del poder a los sandinistas.

periodistaR1Washington se quejaba de que el gobierno mexicano había estado apoyando de una manera exagerada al izquierdista de Managua. Los mexicanos, por su parte, se quejaban de que Estados Unidos no hacía caso a sus planes de alternativas a su ayuda a los “contras” y a su negativa de negociar con Managua.

El diario “Los Ángeles Times había comentado ese día que ninguno de los países había cambiado su posición, “ni se espera que lo hagan después de esta reunión”.

El escritor y analista mexicano Jorge Castañeda, escribiendo un análisis en el diario The New York Times, lo había dejado muy en claro: “Este es el último encuentro entre Reagan y de la Madrid, dos hombres que han aprendido a llevarse bien, pero no a comprenderse uno del otro”.

Había en un hotel dos salas de prensa, una para los periodistas mexicanos y otra para los habían venido de Washington y la diferencia era notable.

Mientras que a los primeros estaban esperando que los funcionarios mexicanos les dijeran lo que tenían que escribir, los norteamericanos echaban fuego con sus despachos, alentados por las filtraciones de los funcionarios de la Casa Blanca.

Yo transmitía a mi oficina de Washington con aquellas primitivos y elementales Tandys que no tenían nada que ver con los modernos I-Pad de ahora. Y cuando eran crónicas de radio, directamente a Madrid, con la gran ayuda del delegado de EFE en la Ciudad de México, Francisco Osaba.

Y, además, hay que recordar que los periodistas de esos años no teníamos internet aún, por lo tanto, el trabajo que hacíamos tenía más mérito.

Al terminar la reunión entre los dos presidentes vecinos, cometí la imprudencia de abandonar mi asiento pagado en el avión de los periodistas de la Casa Blanca y alquilar un auto para manejar solo hasta San Diego (California), durante dos días. Y me quedé sin gasolina en el desierto de Arizona. Pero esa es otra historia.

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