Tegucigalpa. – La nueva política migratoria estadounidense busca encontrar en las fronteras entre Estados Unidos y México una solución a los migrantes que llegan a ellas, combinando seguridad con trato humanitario. El nuevo esfuerzo se debe a la llegada de Joe Biden como el 46 º presidente de los EE.UU. desde el 20 de enero de 2021, tras los 4 años anti-migratorios de la presidencia de Donald Trump, más las décadas de desatención de las administraciones anteriores a las nuevas realidades migratorias que iban surgiendo, en el país del norte.
Desde el mandato del presidente Ronald Reagan (1981-1989) hasta Biden en las fronteras terrestres de EE.UU. con México no existía ese trato combinado. En la actual administración demócrata es el tema de interés nacional que tiene más pendiente e irresuelto en la opinión pública norteamericana. Por eso, le llegan críticas casi parejas de demócratas, republicanos e independientes.
Reagan fue el último presidente de los Estados Unidos en normalizar en 1986 a unos 3 millones de inmigrantes sin papeles. Tal población se mantenía en un limbo migratorio legal. Porque habiendo vivido y trabajado por años en los EE.UU., el sistema no los normalizaba, ni los deportaba.
Para regularizarlos, Reagan firmó el 6 de noviembre de 1986 la llamada «Ley Simpson-Mazzolli». Sus beneficiados debían pagar una multa, abonar los impuestos atrasados y presentar documentos que demostraran que habían residido en EE.UU. al menos desde el primer día de enero de 1982. Hoy en día parte de eso lo puede hacer parcialmente un inmigrante irregular. Abriendo una cuenta especial y protegida en su privacidad por ley, para pagarle el impuesto sobre sus ingresos personales al Internal Revenue Service/IRS del gobierno federal. «Creo en la idea de una amnistia» para aquéllos que han echado raíces aquí aunque hayan entrado ilegalmente en el país”, eso declaró Reagan durante uno de los debates televisados en las elecciones de 1984.La frase, al presente es más rara oírla hoy de un candidato republicano que aspire a ser presidente en la próxima contienda electoral de ese país, y menos aún, si el candidato fuera Donald Trump.
Pero después de Reagan hasta Biden, ninguno de los 5 presidentes que le siguieron -3 republicanos y 2 demócratas- hizo el debido seguimiento a la migración. Como resultado, la administración Biden enfrenta un buen cúmulo de retos migratorios, que si bien ha empezado a solucionarlos, aún esta lejos de resolverlos. Los más destacados son:
Darle la ciudadanía a los Dreamers o Soñadores. 1,9 millones de jóvenes indocumentados, procedentes de 10 países de origen distintos cumplen las condiciones de los Soñadores. Del ese total, 16 mil son de origen hondureño.
Normalizar a los Tepesianos, dándole el derecho a residir legalmente y contar con un permiso permanente de trabajo. Si las 323 mil personas con derecho a aspirar al beneficio migratorio se acogen al mismo, serán unos 735 mil latinoamericanos los que cuenten con este programa de protección, en el que se encuentran inscritos 263 mil salvadoreños, 44 mil hondureños, 5 mil 300 nicaragüenses y 58 mil haitianos.
Regularizar a los trabajadores agrícolas sin papeles, que en total sumaría unos 5 millones, contando también a los familiares de los mismos que prefieran asentarse permanentemente en EE.UU., en vez de quedarse en el país de origen del trabajador.
Como se puede ver, lo anterior crearía una fuerza de trabajo nacional estable, reunificando las familias que fueron separadas por el gobierno de Trump y presidentes anteriores, al momento de llegar a la frontera México-EE.UU. y pedir asilo.
Solo en Honduras, por los efectos de una política migratoria desactualizada, hay 650 mil Ninis, adolescentes que ni estudian, ni trabajan. Son aparentemente huérfanos y dejados al cuidado y crianza de tías y abuelas. Pero sus progenitores –padres, madres o ambos- viven y residen como “mojados”. En promedio, hace 10 años que emigraron a EE.UU. En su mayoría viven y trabajan en el país del Norte como “irregulares”, por su condición migratoria. Hoy en total suman casi 12 millones de inmigrantes. Se estiman que de esos, unos 400 mil “nacieron en Honduras”.
Fuera de los Estados Unidos, en México, se estiman que también se encuentran “estancados” más de un millón de migrantes, en su mayoría de origen centroamericano, “amparados” por el Programa “Quédate en México”. Fueron inicialmente deportados desde EE.UU. a México, en calidad de “tercer país seguro” por las Cortes de Migración norteamericanas. En muchos de ellos, por 2 años o más, esperan en México hasta que los jueces de esas Cortes los llamen de nuevo para decidir sobre la petición de asilo/refugio que tienen pendientes desde que “fueron fichados” y “privados de libertad” en fronteras.
Otro objetivo del Plan Biden es crear un marco estadounidense de trabajo seguro para los asalariados que laboran en ese país. Atacando al mismo tiempo las causas que fomentan el mayor número de inmigrantes irregulares hacia los EE.UU., desde el interior de los países del Triángulo Norte, Guatemala, El Salvador y Honduras. Para ello, el Plan Biden desarrollará en Centroamérica una estrategia regional integral de 4 años y 4 mil millones de dólares para los tres países. Por primera vez entre las causas que se atacan, está la corrupción endémica y la impunidad generalizada que prevalecen en esos países. Es también por primera vez en la historia, que sea la ex- fiscal de California, abogada Kamala Harris, hoy Vice-Presidente de EUA, la que gestionará directamente ese esfuerzo fuera del territorio norteamericano.
Lo anterior exige reabrir en las fronteras estadounidenses un nuevo y amplio proceso seguro para las personas que buscan asilo/refugio y para los migrantes que además llegan por otras causas: reunificación familiar, empleo, búsqueda del bienestar propio y familiar, por violencia doméstica intrafamiliar, inseguridad ciudadana, cambio climático, huracanes y erupciones volcánicas, otros actos de la naturaleza, por razones de salud, educación, discriminación racial o de otra índole, etc.
El propósito general es restaurar la fe en el sistema migratorio legal, aumentando en cantidades, hasta ahora desconocidas, el número de residentes y ciudadanos estadounidenses en los extranjeros cuyas condiciones inmigratorias pueden ser normalizadas.
Todo lo anterior da la impresión de estarse construyendo un nuevo ambiente receptivo, incluyente y ajustado a los distintos tipos de migrantes que arriban a las fronteras; sin llegar al extremo, de tener las fronteras “abiertas y sin control”, como por engaño los coyotes dicen “que están”. Con ello, los EE.UU. parece estar reiterando que ha sido, y sigue siendo, un país de inmigrantes, contando ya en su interior con el crisol de razas, etnias y culturas más diverso del mundo.
Dato: hasta el año 2050, según proyecciones, EUA necesitará, al menos, 50 millones de nuevos inmigrantes para poder llenar los puestos de trabajo que crea cada año su pujante y competitiva economía. Hoy, cinco veces más productiva que la de economía de China continental. Aunque comparativamente, esa brecha se sigue acortándose. Pues también en el año 2050, China ya tiene proyectado ser la potencia hegemónica del mundo, con una economía vigorosa y equilibrada, capaz de determinar las normas del intercambio económico internacional.