Madrid .- Debutó como escritora con un libro de relatos a los 60 años, cuando dejaron de llamarla para trabajar como actriz y ahora, a los 67, Marina Saura publica su primera novela, ‘Cara de foto’ (De Conatus), una historia de búsqueda de identidad y de amor a partir de sus propios recuerdos familiares.
La hija primogénita de Antonio Saura, genio del expresionismo abstracto y una de las grandes figuras del arte del siglo XX, evoca en la novela la figura de un padre ausente y volcado en el trabajo y reflexiona sobre los modelos de mujer y la búsqueda de referentes.
Dos modelos para dos épocas
«Cada época tiene sus modelos. Ahora las chicas quieren ser Rosalía, van enseñando los tirantes del sujetador y el tanga; a mí en cambio mis padres me decían ‘cuidado cuando te columpias, que no se te vea nada’, todo lo contrario».
Marina Saura (Madrid, 1957) no cree que ninguna de las dos opciones sea buena o mala en sí. «Son modelos diferentes, ahora la que es tímida lo pasa fatal porque hay otra dictadura, la de la exhibición permanente y la comunicación permanente».
Con una voz en primera persona, que salta de la niña a la adolescente y la mujer madura y una estructura compuesta a partir de retazos de fotografías familiares, ‘Cara de foto’ habla de una vida marcada por la separación de sus padres y la muerte prematura de sus dos hermanas.
Al igual que Olga, la protagonista, Marina atravesó esas tragedias. Su padre se separó de su madre, la franco-sueca Gunhild Madeleine Augot, cuando tenía 12 años y ella y sus hermanas -una fallecida en accidente de tráfico a los 21 años y la otra se suicidó unos años después- fueron enviadas a internados en Francia y Suiza.
Aunque la novela sale etiquetada como «autoficción», Saura no se siente cómoda con el término. «No es una historia que quiera abarcar ni la época ni los traumas familiares ni el trabajo de los padres ni nada político ni social. Es la historia subjetiva de cómo una niña busca su lugar en el mundo», afirma.
La mujer y la cosificación
De la madre del libro dice que es una mezcla de muchas madres, incluida la suya, a la que describe como «misteriosa y hermética», influida por los modelos femeninos de moda en los círculos intelectuales de la época, mujeres como las de Antonioni o como las que describía Serge Gainsbourg en sus canciones.
«Eran mujeres objeto», sostiene la autora, que cree que hoy sigue funcionando esa cosificación, pero de otra forma. «Ahora hay que enseñarlo todo, antes lo sexy era lo misterioso, lo callado, lo oculto».
Otra historia que tiene en común con Olga es haber mantenido una relación amorosa, a los 16 años, con un hombre once años mayor, una relación para la que se sentía madura, asegura, con una persona «estupenda» con la que mantiene su amistad a día de hoy.
«Hay que situar las cosas en su contexto, porque si no caemos en la estupidez de hacer juicios en bloque», afirma. «Lo que hay hoy es menos libertad de pensamiento y un juicio permanente a todo de una forma que me aterra», agrega la autora, contraria a rebajar la edad del consentimiento sexual, actualmente fijada en 16 años
De su infancia y adolescencia destaca que sus padres valoraban todo lo relacionado con el desarrollo intelectual, pero no tenían «ni un duro». «Yo les preguntaba, ¿pero somos ricos o pobres?», señala, «no había dinero para nada y el poco que había se usaba en objetos bellos».
La relación con su padre
Sobre su padre dice que era «una persona muy tierna, melancólica y extremadamente trabajadora y rigurosa», pero que cuando dejaba de trabajar «era un cascabel». No fue siempre fácil para ella porque «las personas melancólicas producen un silencio y una duda en los hijos, crean como una inquietud».
En cuanto a su obra, recuerda una imagen, la de los «papeles pintados» por su padre y tendidos con pinzas para la ropa en un tendedero para que se secaran, porque no había espacio suficiente en la casa. «Teníamos una relación normal de padre e hija, pero nunca estuve en el ajo de sus preocupaciones ni me consultó nada hasta el último año de su vida», asegura.
Antonio Saura falleció en julio de 1998 a causa de una leucemia. Su hija asegura que, cuando le diagnosticaron, le dieron un 70% de posibilidades de morir después de la primera quimioterapia y que fue entonces cuando la llamó para darle instrucciones.
«Me instruyó, me explicó todo lo que tenía que hacer, en quién tenía que confiar y en quién no y me puso las cosas clarísimas», señala la que fue una de las creadoras, en 2006, de la Fundación Antonio Saura, con sede en Ginebra y que gestiona su legado.
De aquellos últimos días recuerda que su padre no tenía miedo. «Era un hombre que miraba la muerte a los ojos, decía que tenía curiosidad, que llevaba muchos años imaginando cómo sería y tenía ganas de saber lo que era».