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Los párrocos mexicanos no dejarán su lucha por la paz por miedo a violencia

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México .- Viven predicando la paz en entornos complicados, poniendo en riesgo sus vidas por sermones que hablan de realidad, pero los párrocos del estado mexicano de Michoacán no piensan dejar su lucha, pues son muchas veces la única autoridad moral confiable en los pueblos asediados por la violencia.
 

«Aguantamos, no nos vamos, por nuestra fe y vocación (…). Además, ¿quién va a ayudar a las personas en esta zona, si no hay jueces, ni ministerios, si no hay nada? ¿cuál es la única autoridad moral para poder hacer algo? ¡El sacerdote!».

Es el padre José Luis Espinosa, párroco del municipio de Buenavista Tomatlán, ubicado en la ya popular zona de «Tierra Caliente» (en el oeste de México), cuyo nombre viene de las altas temperaturas, pero ahora hace honor a la realidad, a lo caliente del clima de violencia que respiran sus calles.

Hace seis meses que llegó al municipio de Michoacán, poco después de que un grupo de narcotraficantes intentara atacar el pueblo y fuera repelido por las autodefensas que desde entonces mantienen el orden.

En una conversación telefónica con Efe, el padre asegura que desde entonces las cosas están «más tranquilas» y habla sobre los «dos tipos de Cristianismo» que hay, el «heroico de la otra mejilla» y «el de la defensa propia», por el que acaba decantándose.

«No le podemos pedir a las personas que sean héroes y santos, sino que sean cristianos normales, y toda persona tiene derecho a defenderse», señala.

En sus sermones, el padre Espinosa podría limitarse solo a hablar de pasajes de la Biblia, pero no puede evitar hablar de lo que le rodea porque «si hay asesinatos y otras cosas se tiene que decir».

«Animo a que el pueblo se una. En este pueblo hay mucha gente que tenía familiares criminales y entonces hubo una división. Ahora hay que hacer borrón y cuenta nueva y que no haya venganzas, porque no es correcto reparar las injusticias con otras injusticias», afirma.

En la misma situación está el padre Miguel López, párroco de Tepalcatepec, otro municipio regido por las autodefensas, a quienes el padre respeta.

«Quien ha tomado la iniciativa de hacer una defensa propia se respeta, es gente de aquí, que conozco», dice el cura, quien añade que «ahora se respira un ambiente de paz» y se ha puesto «un coto al miedo».

Pese a que de vez en cuando ocupan portadas cuando algún jerarca de la Iglesia alerta de la situación de violencia como sucediera con el obispo de Apatzingán, Miguel Patiño, quien denunció amenazas del narco, en la mayoría de los casos sufren la violencia como un habitante más.

«Nosotros estamos en el centro de todo, pero no somos objetivos. A pesar de las denuncias, a pesar de que alguien te habla pidiendo dinero, no me siento amenazado», asegura López.

Tampoco se siente objetivo el padre Patricio Madrigal del municipio de Nueva Italia, pese a que reconoce que tiene que «andar con muchas precauciones en cuanto a la hora que sale y cuando hay anuncio de que va a haber desencuentros», es decir, «cuando los delincuentes anuncian que hay que cerrar comercios, todo el mundo obedece».

A alguno de sus compañeros, cuenta, le ha tocado celebrar sacramentos obligados y él ha recibido alguna extorsión telefónica y peticiones de que no celebre alguna fiesta religiosa, pero no les ha hecho caso.

Madrigal es rebelde y terco y habla en sus sermones de los conflictos existentes, pese a los ruegos de sus atemorizados fieles.

«La gente sale muy preocupada porque hablo de que no tenemos autoridad, de que necesitamos un día recuperar la paz y desconocer a los que nos gobiernan (…) y me dicen ‘padre, no diga nada, ahí tenía a unos junto a mí’. La gente los identifica bien», apunta.

En Nueva Italia, asegura, «los delincuentes tienen el control», pues es uno de esos pueblos que ha vivido en los últimos meses un recrudecimiento de la violencia por la lucha entre los cárteles Los Caballeros Templarios y Jalisco Nueva Generación y la reacción de los grupos de civiles armados denominados autodefensas.

La convivencia con los delincuentes es constante hasta el punto de que algunos van a misa para escuchar lo que dice el cura. También acuden a pedir consuelo, con las manos manchadas de sangre.

«Los ejecutores a veces llegan desesperados y quieren platicar, que uno los escuche. Ellos ya están experimentando las consecuencias de una vida equivocada y sencillamente se les dice eso», señala Madrigal.

Uno le dijo un día «si usted cree que voy a llegar a mi casa contento, a gusto, a besar a mis hijos cuando le desbaraté la cabeza a otro hace poco tiempo…».

Son asesinos, pero algunos «se sienten católicos», asegura por su parte el padre López, quien cuenta que «el templo siempre está abierto» y cada cual «llega frente a frente y de cara al señor».

Tienen sangre en las manos pero siempre, recuerda el sacerdote, está la posibilidad de redención.

«La Iglesia pide la conversión para todos, nadie está excluido y eso es lo que se les dice (…) todos tenemos esa oportunidad y yo creo que hemos olvidado eso desde el discurso evangélico», comenta.

Además de sus sermones diarios, algunos padres están trabajando en la reconstrucción de la paz con grupos de laicos, apunta Madrigal.

Asediados por los narcotraficantes o protegidos por las inciertas autodefensas, lo importante es reconstruir «las buenas relaciones» entre los habitantes y sembrar la convicción de que la violencia es «un camino inadecuado».

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