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Los “cara de viagra” en tiempos de elecciones

Oscar Flores

En la colonia había una vecina que era más amarga que dejarse ir un tequilazo en ayunas. “Ah, decía la gente, qué vieja cara de Viagra”.

Lo de Viagra, estoy seguro, lo entiende todo el mundo.

Jamás la escuché dar los buenos días. Ni las gracias. Veía a los demás sobre el hombro, con desprecio. Poco le faltó para exigir que le colocaran una alfombra roja para bajarse del vehículo.

Era de esas personas que cae, como se dice en buen hondureño, “a las patas”.

Un domingo coincidimos en la pulpería. Para mi sorpresa, me saludó con un “Hola, Oscarito, ¿cómo está? ¿Y su mamá? Me la saluda”.

¿Acaso se acercaba el fin del mundo? No. Se trataba de algo más sencillo: la doñita había decidido lanzarse como diputada.

Sobre los vidrios de su carros colocó afiches suyos con las sonrisas que jamás había sonreído. Estirada, además, con la magia del Photoshop. Siguió igual de fea… Más joven, pero siempre fea.

No llegó al Congreso Nacional. Fue derrotada por otros, igual de hipócritas, de amargados, malcriados y subidos. La vecina desistió y no se volvió a lanzar… ni a sonreír.

Como ella, miles de candidatos a cargos de elección popular de un día para otro, se convierten en seres simpáticos y preocupados por el pueblo.

En tiempos de inundaciones, por ejemplo, se toman selfies mientras entregan sus “ayudas desinteresadas” y hablan de cómo evitarán que Honduras sea golpeada por huracanes, plagas, terremotos, tifones…

Solucionan los problemas en lo que dura el chasquido de los dedos. “Yo haría esto, aquello”, repiten. Una vez en el poder, buscan en Wikipedia para echarle la culpa de su incapacidad a otro.

¡Bingo!

“Esto es responsabilidad de Terencio Sierra”, gritan, refiriéndose al Tamagás de Coray, que comenzó a gobernar este desdichado país allá en 1899.

Otros ponen sus rostros en diplomas, papel higiénico, bolsas solidarias y en uniformes de fútbol, o tapan baches, donan instrumentos musicales en los colegios, balones para los equipos del barrio o algodón para los hospitales.

Es una peste que aparece cada vez que se acercan las elecciones. Con tal de conseguir un voto, una tufosa (no en el sentido del mal olor, sino de encopetamiento social), llega en su Prado a un barrio, con su cartera Carolina de Herrera o Louis Vuitton, zapatos Christian Louboutin, y con tristeza fingida, se para frente a los periodistas que previamente convocó, para decir, casi al borde del llanto, que “me duele en lo más profundo la desdicha de mi gente”.

¿De “mi gente”?

Sí, así dijo.

Preparémonos, entonces, para el espectáculo de fin de año, cuando los veremos comer junto a familias a las que les regalarán, previa fotografía, piernas de chancho, torrejas y tamales.

Otros se disfrazarán de San Nicolás.

Sí, leyó bien… ¡De San Nicolás!

Después de eso, “hasta la vista, baby”, porque muchos quedarán en el camino de las elecciones internas. Entonces, a guardar el guión pa´la próxima.

Los que queden van a arreciar la campaña política en el día de la Madre, entregarán kits de seguridad en Semana Santa y piñatas y confites en el día del Niño. Estirados por el Photoshop, al igual que la vecina de las que les hablé al inicio, saldrán sin “patas de gallinas” ni papadas, lisitos, ¡qué bellos!, como las nalgas de un bebé.

Después de noviembre de 2025, quedarán aún menos. Pero tendremos que soportarlos en sus shows legislativos o en sus caravanas de vehículos a sirena abierta, para que los simples mortales nos apartemos de sus caminos.

¡Recuerdan aquello de “cero camionetas blindadas como en la narco dictadura”. Así llevátela  —como dicen los jóvenes.

Engrandecidos, sabelotodo, prepotentes. Es el tiempo eterno en que los pencos (y las pencas), acusarán de pencos y pencas, vaya ironía, a todo aquel que se atreva a pensar distinto.  

Coincido con usted, querido lector… ¡Son unos mal nacidos!

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