¡Vaya resabio este de escribir un recuento de cada año al final!, pero vale la pena detenerse unos minutos y reflexionar sobre lo recorrido en la vuelta al sol que se cierra: ¿Cuántas metas quedaron por cumplirse?, ¿Cuántas habrá que retomar en 2023?, ¿Cuántas será mejor mandar al basurero?
Cómo dejar de lado, por ejemplo, los buenos augurios que se agolpaban en enero, cuando esperábamos con ansias el fin de la mal habida era de Juan Orlando y los suyos. ¡Cuánta esperanza nos había dejado noviembre 2021! Parecía funcionar la democracia, ese ejercicio en el que a veces cuesta creer por des-virtud de los políticos, los de siempre.
¡Pero que poco nos duró la ilusión! No cerraban ni 4 semanas de enero, cuando el primer remezón de in-gobernanza nos recordó por qué estamos siempre en los primeros puestos de la lista del oprobio: una disputa vulgar por el liderazgo parlamentario cuya amenaza de revocación se cierne aún en los pasillos de un desprestigiado y moribundo poder judicial, ese que necesita rebobinarse con el trabajo de una Comisión Internacional.
Y así, con la umbría certeza de otra crisis por venir, iniciamos la travesía del 2022, con decretos que anuncian el desmontaje de una dictadura, pero que a cambio retan la racionalidad. Los noticieros y redes lo anuncian con inusitado furor: se perdonan penas bajo el argumento de fallos politizados, se aprueban subsidios cruzados, eliminan leyes que generaban empleo, se congelan precios, se revierten garantías ciudadanas, ¡en fin! ¿regresamos al estropicio?
Y mientras tanto, chicas y chicos persisten en la orfandad escolar al concluir el lectivo 2022. La promesa de una mejor educación se quedó en quimera, insolada por el anuncio de su refundación. ¿Y la salud? No le dijeron a la pobre gente habría que esperar un año más para que farmacias y clínicas puedan llenarse, para que enfermeras y médicos bien pagados atiendan raudos a los cada vez más impacientes pacientes.
Pero ahí no acaba la cosa. La infraestructura productiva está en coma mortal: carreteras y caminos como en sus peores días, no hubo por donde sacar la cada vez más escueta producción agrícola. ¿hubo algún cambio en la logística portuaria o en los abigarrados aeropuertos? Ninguno. Las pérdidas en la ya moribunda empresa de energía eléctrica continúan sin merma y los sistemas de agua potable e irrigación siguen su descalabro ancestral.
La inseguridad campea, pese al anunciado giro que de sopetón quitó la libertad en los barrios más pobres de la capital y San Pedro, la extorsión sigue ominosa, asolando negocios y medios de transporte, los femicidios, la violencia callejera y las masacres recurrentes, continúan enlutando a las familias en el campo y la ciudad. ¡Nada cambió al respecto! Salvo la promesa de refundación.
Y ¿qué decir de los indicadores económicos de corto plazo? La inflación infla los precios este año más que antes, las tasas de interés y el acceso a créditos productivos para abajo, las exportaciones cayeron y la inversión extranjera desfallece todavía más. Todo parece indicar que el prestigio del país continúa en el suelo. Cierto, mucho de ello lo explica esa guerra en Europa, pero aún más tenemos que reclamar a la falta de una adecuada coordinación en la política económica.
¡En fin! será mejor que en 2023 se reactive el compromiso por mejorar y hacerlo de manera inteligente. No hay excusas nuevas, todas son las mismas: Callejas culpaba a su predecesor Azcona cuando en el 90 tuvo que devaluar e incrementar impuestos, lo mismo hizo Lobo cuando después del golpe y sin reconocimiento internacional, culpar a Mel/Micheletti. Todos tenemos excusas que pierden brío con el tiempo. No podemos seguir en esa deriva, el país urge soluciones y hay que buscarlas.
Pero la solución está allí. Es más simple, aunque menos visible si se le sigue buscando con instrumentos populistas y objetivos continuistas. Es mejor volver al camino del orden, la libertad y la inteligencia. Pero ¿habrá verdadera voluntad? Ojalá, ¡El país lo necesita!