Por: Víctor Meza
Tegucigalpa.- Era una expresión de alegría, una mezcla de euforia y entusiasmo, que solían pronunciar las trabajadoras del sexo (así se les llama hoy en lenguaje “políticamente correcto”) en los prostíbulos del puerto, cada vez que un barco se acercaba.
Marinos lujuriosos, cargados de dinero y deseos, se aprestaban a desahogar sus ansias contenidas, luego de largas y prolongadas travesías en alta mar. Cómo no evocar a Neruda cuando dice “en cada puerto una mujer espera/ los marineros besan y se van…”
Pero aquí y ahora, la exaltada expresión tiene otro sentido. Traduce la emoción o la esperanza de quienes confían en que su carga, largamente esperada, venga por fin a aliviar un tanto la angustiante situación en que se encuentra el sistema sanitario del país.
El barco holandés, luego de una larga navegación por los mares, ha llegado a Puerto Cortés y ha traído su carga de contenedores que contienen los materiales para armar dos hospitales móviles. Los otros cinco que, se supone, fueron comprados y pagados con sospechosa celeridad, todavía no llegan y, a decir verdad, están como perdidos en una nebulosa de mentiras y ficciones, rodeados de un extraño misterio que, sin duda, no oculta nada bueno.
Este caso de los hospitales móviles y la truculencia bursátil que les rodea, han servido, entre otras cosas, para mostrar el estrecho vínculo que hay entre la corrupción y la política, entre el funcionamiento de las instituciones y su nociva politización partidaria. La compra y el pago adelantado de los mencionados hospitales, encargados a una empresa de la lejana Turquía, han estado rodeados de tantas irregularidades y abusos que, como en un espejo, reflejan el desorden del Estado, la ineficiencia de los llamados “órganos contralores” y el juego sucio que suelen hacer algunas organizaciones que se hacen llamar de sociedad civil, para esconder los desmanes y disimular las arbitrariedades que se cometen desde las instancias del Estado.
Pero no solo eso. Junto con su misteriosa carga, el barco holandés también trajo, sin proponérselo, una ola de rumores, especulaciones y controversias en torno al verdadero contenido de sus bodegas. Para empezar, la disputa entre instituciones del Estado por la apertura y revisión de los polémicos contenedores sólo sirvió para agregar más dudas al asunto y estimular las sospechas y las inevitables especulaciones de los ciudadanos. El retraso de los funcionarios de la corporación de inversiones estatales Invest-H en presentar la documentación requerida para la descarga y “desaduanaje” de los contenedores, agregó más sospechas y desconfianza entre la gente. La prisa por entregar los contenedores a los siempre solícitos militares fue un nuevo ingrediente para la malicia y el descontrol. Total: todo un lío, un verdadero laberinto burocrático en el que se mezclan intereses políticos, económicos y judiciales, todos ellos generados desde las más altas esferas.
Parece que la maniobra corrupta no salió como sus promotores esperaban. La prisa en realizarla y la ansiedad por el millonario botín les llevaron a cometer errores elementales, apresurar los procedimientos, olvidar las normas legales y, sobre todo, subestimar el espíritu de vigilancia que hoy predomina entre la verdadera sociedad civil y los medios de comunicación realmente independientes.
La trama de corrupción fue tan burda e improvisada que no podía pasar desapercibida ante la opinión pública. Además, ya se sabe, en tiempos de emergencia se crean condiciones propicias para el mal uso de los dineros públicos, se debilita la acción contralora del Estado y se favorecen, en nombre de la urgencia y la prontitud, las compras directas y las decisiones apresuradas.
Toda emergencia, en países como el nuestro, que padecen sistemas de hipercorrupción generalizada, es tiempo propicio para los ladrones y salteadores que controlan eslabones clave de la cadena estatal. El viento favorece la navegación de los corruptos, que se dedican a pescar en grande aprovechando las aguas revueltas de la tragedia nacional.
Otra vez, como en el pasado pero con otro sentido, los corruptos pueden proclamar, eufóricos y triunfantes: ¡Llegó barco!