
Tegucigalpa. – En América Latina desde hace varios años atrás, a la democracia se le han agregado diferentes apellidos, tales como incipiente, imperfecta, autoritaria, cooptada y cruel, cuya definición breve aparece a continuación.
Democracia incipiente: se refiere a un régimen democrático en etapa inicial o de transición, en el que han surgido elecciones y cierta pluralidad política, pero persisten fuertes herencias autoritarias. En este contexto, el sistema político no ha completado la consolidación de instituciones democráticas sólidas; la alternancia de partidos es reciente y la cultura cívica es débil.
Democracia imperfecta: se emplea para regímenes formales democráticos que funcionan parcialmente, pero presentan deficiencias sustantivas. Sus practicantes celebran elecciones regulares y garantizan libertades formales, pero sufren limitaciones estructurales (débil estado de derecho, corrupción alta, falta de transparencia, instituciones frágiles). En América Latina se aplica a países con pluralismo formal pero bajos niveles de institucionalidad (el índice Economist’s Democracy Index traduce este concepto como flawed democracy).
Democracia autoritaria: designa un régimen híbrido en que coexisten formas democráticas (elecciones, pluralismo limitado) con mecanismos claramente autoritarios. En la práctica significa que pueden existir comicios y partidos, pero el poder real sigue concentrado y la alternancia se bloquea (“en estos regímenes el principio básico es que a la oposición nunca debe permitírsele ganar”).
Democracia cooptada: describe sistemas que siguen teniendo instituciones formales democráticas pero donde el gobierno de turno las ha capturado o cooptado para perpetuarse. En estos casos, el poder concentrado incorpora a opositores, sectores sociales o instituciones clave al dominio oficial, de modo que la pluralidad queda de facto anulada. En otras palabras, el sistema mantiene la apariencia de competencia electoral, pero los mecanismos de control (tribunales, parlamento, órganos públicos) están alineados con el oficialismo. Se trata de una democracia formalmente vigente, pero en la cual las élites dominantes “cooptan” a la oposición y a la sociedad civil, distorsionando la representatividad y marginando a minorías.
Democracia cruel: es un concepto reciente que describe regímenes democráticos transformados por la normalización de la crueldad y el odio. Introducido por el sociólogo argentino Ezequiel Ipar (2023), caracteriza gobiernos que, aun con elecciones y partidos, promueven discursivamente la humillación o el sufrimiento de grupos vulnerables (pobres, migrantes, minorías) como estrategia política. Ipar subraya que estas prácticas violentas se exhiben como un ideal colectivizador, mediante discursos que invitan a expulsar o castigar a determinados grupos sociales y constituyen un giro estructural: el Estado deliberadamente inflige sufrimiento calculado para cohesionar a sus bases.
A partir de las anteriores definiciones de democracia proporcionadas por los estudiosos del tema en América Latina, se pueden formular nuevos conceptos para la misma, tales como democracia contorsionista, dislocada y malvada, mismas cuyo contenido y origen se detallan a continuación.
1) Democracia contorsionista: régimen que mantiene las formas democráticas pero las estira y dobla —a través de reformas legales, manipulación procedimental y “acrobacias” institucionales— para que el poder incumbente siga gobernando sin perder la apariencia de legalidad.
La idea que sustenta la definición anterior, consiste en recoger la preocupación por la institucionalidad “flexible” y los riesgos de reformas ad-hoc que Lorenzo Meyer documentó en procesos de transición y ajustes al final de regímenes (p. ej. la transición mexicana). También se apoya en la literatura sobre regímenes híbridos que muestran instituciones formales coexistiendo con abuso de incumbentes (conceptos afines: competitive authoritarianism de Levitsky & Way). En conjunto: la democracia contorsionista combina la mirada de Meyer sobre cambios institucionales estratégicos con la idea de que la presencia formal de instituciones no evita su instrumentalización.
2) Democracia dislocada: es un tipo de democracia cuyo “centro” institucional está desplazado: las reglas formales existen, pero la toma real de decisiones y la autoridad efectiva operan en espacios paralelos —redes clientelares, poderes locales, economías de violencia— que descolocan la representatividad formal.
Teóricamente la noción recupera la preocupación clásica de Guillermo O’Donnell sobre déficits de rendición de cuentas horizontal y las “áreas marrones” o espacios informales donde la ley no gobierna uniformemente; la democracia dislocada enfatiza la brecha entre instituciones formales y prácticas informales (clientelismo, redes locales de poder, violencia organizada) que O’Donnell y la literatura sobre instituciones informales han documentado para América Latina. Complementa además la noción de “delegative democracy” cuando el poder salta por encima de controles, y las prácticas locales capturan la política real.
3) Democracia malvada: consiste en una forma de gobernar que además de instrumentalizar instituciones, adopta como estrategia explícita infligir daño (económico, social, simbólico o físico) a colectivos definidos como enemigos; la crueldad deja de ser efecto colateral y se convierte en herramienta deliberada de gobernabilidad.
Esta forma de democracia se vincula directamente con el concepto reciente de “democracia cruel” desarrollado por Ezequiel Ipar (que subraya la normalización discursiva y política de prácticas que cosifican o humillan a grupos vulnerables). La democracia malvada amplía esa intuición: incorpora el uso sistemático del aparato estatal (políticas públicas, sanciones económicas, exclusión institucional) para castigar y debilitar oposiciones o minorías. También dialoga con la literatura sobre erosión de derechos y “autoritarismos blandos” —la diferencia es que aquí la violencia simbólica o material es central, no marginal.
La tipología atípica de democracia antes propuesta, puede leerse como un continuo de calidad democrática —desde condiciones frágiles pero normativamente democráticas hasta formas en que la democracia misma se instrumentaliza para dominar o infligir daño— y ofrece un marco útil para diagnosticar trayectorias y respuestas políticas. En un extremo están la democracia incipiente (transiciones con instituciones débiles) y la democracia imperfecta (regímenes con libertades formales pero déficits sustantivos), categorías que enfatizan problemas de consolidación y prestaciones del Estado (cf. Meyer; Córdoba Bueno). A partir de ahí emergen las variantes híbridas: la democracia contorsionista capta la táctica del incumbente que estira las reglas y las reforma ad hoc para permanecer en el poder (con ecos de competitive authoritarianism), mientras la democracia cooptada señala la captura de contrapesos y la subordinación de actores sociales y judiciales (pensar en state capture). La democracia dislocada atenúa la centralidad de las instituciones al describir cómo redes clientelares, poderes locales o violencia desvían la representación formal hacia espacios paralelos (una lectura que dialoga con las críticas a los déficits de rendición de cuentas). Finalmente, en la punta más perniciosa, la democracia cruel / malvada identifica cuando la crueldad y la exclusión se vuelven herramientas deliberadas de gobernabilidad, es decir, cuando el daño —retórico, legal o material— se integra a la estrategia estatal (clave en los análisis recientes sobre normalización de la violencia política, cf. Ipar). Conectadas, estas categorías permiten mapear no sólo el grado de democracia sino su modo de degradación(procedimental, por captura, por desarticulación social o por instrumentalización de la crueldad), lo que a su vez orienta las políticas y la investigación: distintas fallas requieren remedios distintos —fortalecimiento institucional, control de captura, reconstrucción de redes democráticas locales o protección de derechos básicos— y criterios operativos claros para medición comparativa.
Las tres definiciones de democracia híbridas arriba planteadas, todavía no forman parte de la literatura relativa al tema, pero los estudiosos nacionales deberían tenerlas en consideración por su evidente originalidad y fácil operatividad.