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La rentabilidad electoral de los discursos

Por Yanivis Melissa Izaguirre | Periodista, Honduras

Tegucigalpa, Honduras. Hay discursos que no buscan convencer, sino disciplinar. Rixi Moncada ha entendido que en la arena política hondureña, donde las consignas asustan más que las cifras, la palabra puede ser un arma de reposicionamiento simbólico.

Su narrativa, la de “democratizar la economía”, “salvar lo público” y “acabar con la Central de Riesgos”, no solo apela a la justicia social, sino que construye un relato de redención colectiva frente a un enemigo difuso: el sistema financiero.

La retórica de Moncada no se limita a la denuncia. Opera en el terreno del priming: activa emociones y asociaciones previas sobre los bancos, los fideicomisos y las exoneraciones, transformando un debate técnico en una cruzada moral.

La Central de Riesgos, por ejemplo, deja de ser un registro regulado para convertirse en símbolo de opresión crediticia. Es el villano invisible que niega sueños y reproduce desigualdades.

El problema es que esa narrativa instala la idea de que la inclusión financiera pasa por la desinstitucionalización.

En un país donde un alto número de la población vive en la informalidad, esa promesa suena emancipadora, pero el costo sistémico es alto, al minar la confianza en las reglas que sostienen el crédito es abrir la puerta a la incertidumbre económica.

Lo que en términos electorales puede ser rentable, en términos financieros es volátil.

El discurso de Moncada responde a una lógica populista a la que suelen recurrir los políticos: polarizar para movilizar.

Divide entre los que concentran el dinero y los que no acceden a él -que somos la mayoría- (y allí radica su rentabilidad electoral).

Y en ese terreno emocional, los bancos se convierten en actores políticos involuntarios. Cada declaración, cada reforma anunciada, cada justicia tributaria invocada, repercute en la percepción de riesgo país, en la estabilidad de la moneda y en la confianza del inversionista.

La narrativa, en este caso, no solo comunica: desestabiliza o legitima.

No se trata de negar la necesidad de reformas. El sistema financiero hondureño debe abrir espacios para la equidad y la educación financiera y, por supuesto, que los cinco candidatos presidenciales deben tener su ojo puesto en reducir los altos índices de pobreza y abrir oportunidades para generar empleo y dinamizar la economía.

Pero deben hacerlo de forma responsable, no prometiendo puentes donde no hay ríos… No prometiendo eliminar los peajes y la Tasa de Seguridad Poblacional cuando no se conocen los términos de los acuerdos a los que amarró el país el gobierno anterior; no prometiendo vender el avión presidencial, no prometiendo convertir el Centro Cívico Gubernamental en hospitales, no prometiendo vender todas las Prado… porque puede ser que suene bonito, pero no suena realizable.

No olvidemos que cuando la política se receta a sí misma, suele prescribirse veneno.

También es urgente exigir que la política no trivialice la economía. Porque cuando el discurso sustituye al dato, el populismo se viste de pedagogía y termina erosionando los cimientos de la institucionalidad, al intentar apagar el fuego con gasolina.

Rixi Moncada, sin duda, ha logrado construir un relato con resonancia popular. Pero la pregunta que queda abierta, y que debería interpelar tanto a economistas como a electores, es si ese relato democratiza la economía o simplemente democratiza la desconfianza.

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