La ópera del Bolshói agasaja al cine mudo con el estreno de ‘Payasos’ de Leoncavallo

Moscú – La compañía de ópera del Bolshói rindió hoy un especial homenaje a los clásicos del cine mudo, reunidos en torno a Charles Chaplin, con el estreno de una visión en blanco y negro de la ópera ‘Payasos’ del maestro del verismo italiano Ruggero Leoncavallo.

«Entre el estreno de esta ópera y la creación del primer estudio de cine, donde se filmaban tiras cómicas para exhibir en los entreactos de los vodevil, apenas pasaron 10 años», explicó su director, el alemán Hans-Joachim Frey, poco antes de su estreno en la Sala de Cámara Pokrovski del Teatro Bolshói de Moscú.

Gracias a esta conexión temporal, el concepto inicial del célebre italiano, que creó «una obra dentro de otra obra» para relatar la tragedia de un payaso y la infidelidad de su esposa, adquiere más capas, a modo de caja china, al convertirse en una película del cine mudo que cita a los principales íconos de los albores de Hollywood.

Frey recuerda que el maestro de la ópera italiana Giuseppe Verdi compuso cerca de 40 óperas «muy serias», pero se despidió con la comedia Falstaff, que concluye con la frase «todo en el mundo es una broma».

‘Payasos’ «es una mezcla de la tragedia y la comedia, mientras la obra y la vida de Chaplin también combinaron lo trágico y lo cómico», observa el director, quien decidió asir este hilo conductor y aprovechar la idea de que tragedia y comedia están relacionadas entre sí.

Así, el público puede disfrutar -añade- de «una película silente, con una decena de citas exactas de filmes de Charles Chaplin» en la que también están presentes Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy.

Cuando Tonio, interpretado por el barítono Dzhambulat Duláev, sale al círculo blanco de luz proyectado en la escena con los inconfundibles bombín y bastón chaplinescos, el público sucumbe inmediatamente al parpadeante encanto del cine mudo.

«Mi personaje es la referencia más directa a la imagen plástica y el universo de Charles Chaplin y pienso que dimos justo en el blanco», comenta.

Sin embargo, esta versión va mucho más allá de una simple mimesis, ya que Duláev tuvo que interpretar a cuatro personajes: «A sí mismo, a Chaplin, a Tonio y también al realizador de la película».

«Durante los ensayos costó bastante trabajo comprender dónde hacer las transiciones, pero al final lo conseguimos», comenta.

Su contraparte, Nedda, a cargo de la soprano Eleonora Makárova, también encaró cuatro personajes, un trabajo arduo y, de hecho, «una especie de aventura inolvidable».

Todo es aquí cine y a la vez ópera: más allá de los atributos indispensables de una producción cinematográfica como las aparatosas cámaras o la negra claqueta que marca las transiciones entre personajes, la escenografía sirve de pantalla a imágenes proyectadas en blanco y negro al ritmo de la música.

El bel canto y la gestualidad del cine mudo no solo no entran en conflicto, sino que se complementan mágicamente: mientras Nedda canta, Tonio hace danzar los panecillos ensartados en tenedores y nos remite a ‘La Quimera del Oro’. Y este diálogo entre géneros es totalmente desenvuelto.

«La puesta resultó muy orgánica, la obra de por sí es dramática, pero el enfoque le otorga ligereza, armonía, naturalidad», afirma el tenor uzbeko Abbosjón Rajmatulláev, que interpreta a Canio.

Confiesa que para él este personaje, encarnado por maestros del nivel de Enrico Caruso, Luciano Pavarotti o inmortalizado por Plácido Domingo en la producción de Franco Zefirelli, ha representado todo un reto: «Siempre soñé con interpretar este papel, es una obra que cala profundo en el alma», dice.

Todo ello adquiere intensidad por la propia condición del espacio que acoge la obra, afirma a su vez Frey, quien pese a su larga carrera en grandes teatros como la Semperoper de Dresden y el Bremen Theater, ha vuelto por cuarta vez a la Sala de Cámara Pokrovski del Bolshói, donde se siente como en casa.

«Para mí es muy importante el trabajo en formato de cámara, donde 200 espectadores pueden ver cada detalle», explica.

Y es que, como en un primer plano cinematográfico, el espacio íntimo de la sala acerca a cantantes y público hasta casi mezclarlos: el coro no aparece en escena, sino que irrumpe por los laterales del lunetario, dando más volumen a la atmósfera de una puesta en escena que no sería la misma en un escenario grande.

En esta historia «creada en varios niveles», donde confluyen la concepción de un filme, su producción, su filmación y las tragedias de sus personajes, lo importante según Frey es concluir «que todo no fue más que un juego y una broma», como en las inolvidables películas del cine mudo o la última obra de Verdi. EFE

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