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La masacre que no fue, una lectura para la prensa

Tegucigalpa – Todo indica que la tranquilidad en el caserío de Payabila, en el municipio de Dulce Nombre de Culmí, en el conflictivo departamento de Olancho—intervenido hace casi un año por fuerzas policiales y militares—se vino abajo, al trascender una masiva muerte de personas que nunca ocurrió.
 

– ¿Quién dio la noticia? ¿Cómo se originó? , con certeza nadie lo sabe.

La primera en caer fue la policía a la que “alguien” llegó y le dijo. El rumor llega a la prensa, precedido de “presuntos testigos” que se lucieron llamando y dando “detalles” del dantesco suceso. Más de alguno de ellos se atrevió a asegurar que había pasado la noche en la copa de un árbol para huir de los maleantes y que observaba “una tendalada” de cuerpos en el suelo, ente ellos niños. Todos estaban muertos.

Ante el alboroto, medios de comunicación y policías se disponen a viajar a la zona, inhóspita—según la autoridad—para corroborar el hecho. Las expediciones no se hicieron esperar al grado que hasta el propio jefe de la policía nacional, Juan Carlos “El Tigre” Bonilla se desplazó a cierta parte y tuvo que retornar, antes de que oficialmente se informara que todo había sido un fiasco.

Un “barón” de la zona, de esos potentados de por ahí, llama y dice que nada de lo denunciado es cierto. Que todo está en calma y bajo control, versión que horas después corrobora la autoridad al presentar fotografías “vivientes” de las supuestas víctimas.

Las «arenas centrales»

Y en el fragor, los medios de comunicación fueron las “arenas centrales” de la disputa en un país donde de un tiempo acá, la prensa se encuentra “atrapada” en medio del conflicto de la inseguridad, de la violencia, de la violencia política y de los intereses en juego de quienes gobiernan y los que intentan gobernar. Incluso, de aquellos poderes paralelos que a diario desafían al Estado y a la autoridad.

¿Es la primera vez que esto ocurre? ¿Qué dimensiones tiene esta nueva tomadura de pelo a la prensa y a la autoridad?

Los registros indican que ya a inicios de la década del 2000, los medios de comunicación en la llamada “guerra contra las pandillas” fueron igualmente sorprendidos al informar de un supuesto ataque de estos grupos a una posta policial cercana a una escuela que obligó a una estampida de los menores y a sus angustiados padres tratando de calmarlos y llevarlos a su casa.

De fecha más reciente, la prensa fue sorprendida también por una falsa muerte de campesinos en la región del Bajo Aguán, hace tres semanas. La autoridad tuvo que desmentir el hecho que circuló por todos lados.

A criterio de los expertos, nacionales e internacionales, ante este tipo de situaciones, la verificación del dato y la fuente debe ser vital, aunque existan “supuestas personas”, que anónimamente o bajo usurpación de nombres llamen para reportar hechos que son falsos.

“Si alguien llama y asegura que presenció una escena de crimen, pero no da más datos, es obvio que la prensa puede caer al aceptar el hecho como cierto, y en medio de un conflicto como el de Honduras, la Verdad siempre resulta afectada”, dijo a Proceso Digital un experto colombiano que pidió el anonimato.

La «verdad» sacrificada

“Es como si se estuviera ante una guerra, pero bajo otros parámetros. La Verdad siempre se sacrifica, pero la Verdad hay que decirla sin caer en el pánico, ni generar el morbo o sembrar el miedo, fin último de quienes intentan atemorizar a una sociedad o a un país en general”, explica, tras recalcar que el periodismo en Honduras debe entender que está frente a la cobertura de hechos violentos que no son los mismos de épocas pasadas.

Son otros tiempos y otras señales, acota, mientras recuerda que este tipo de rumores inundaron con fuerza su país, Colombia, en especial en aquellas zonas donde la disputa de los narcos, los paramilitares y la guerrilla confluían en su lucha por doblegar al Estado.

Advirtió que este tipo de rumores como la falsa masacre en la aldea Payabila podría volver a ocurrir y el periodismo debe estar atento para diseñar sus propias estrategias frente a “una guerra” no declarada en donde los grupos en pugna intentan usar la plataforma mediática para colocar sus mensajes.

En libro “La violencia en los medios, los medios en la violencia” de varios autores colombianos se indica que la fascinación que producen “los hechos de guerra” en las agendas mediáticas, obedece a que estos acontecimientos “están asociados a valores de la noticia que privilegian el drama, la tragedia, la novedad, la espectacularidad, el antagonismo y el heroísmo”.

“Narrativas frente a las cuales los «hechos de paz» viven en un constante opacamiento debido a que no están relacionados con lo insólito, dramático e impactante”, sostienen sus autores colombianos.

“Los periodistas, afirman, corren un alto riesgo cuando ejercen su profesión en este tipo de contextos, por cuanto suelen ser presionados por el Estado, los agentes armados ilegales y los mismos propietarios de los medios para que no interfieran en asuntos que se pretende mantener ocultos, lejos del escrutinio público”.

Para no caer en la arena movediza de quienes juegan a la desinformación se recomienda a los medios de comunicación a reforzar su formación profesional, evitar correr riesgos innecesarios, proteger su información, manejo responsable en medio de una cobertura informativa polarizada a fin de evitar ser las “otras víctimas” en medio del “fuego cruzado”.

Las lógicas del conflicto, la guerra y la violencia deben ser advertidas por la prensa y los periodistas, que a su vez, deben poner a prueba su olfato profesional para diferenciar cuando se está frente a una propaganda de la información y cuando frente a un hecho necesario para confrontar a las autoridades, más allá del discurso oficial.

¿Por qué siendo Olancho una zona intervenida por la autoridad para recuperar el control, nadie se percató de la falsedad de la información? ¿Cuál sería el mensaje? ¿Fue un globo sonda para distraer a la autoridad? ¿Qué se movió o a quién movieron? ¿Todo pasó sin que pasara nada?

Son también preguntas obligadas para la reflexión cuyas respuestas debe darlas en principio la autoridad, pero los periodistas también estamos obligados a buscar la Verdad.

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