A veces un país que posee un recurso abundante concentra su producción, y por ende sus esperanzas de bienestar, en las divisas que la venta de ese bien puede generar a la sociedad. Los ejemplos son abundantes a lo largo de la historia: Venezuela, Arabia y Nigeria con su petróleo, Chile y Perú con su cobre y estaño, incluso Honduras y otros centroamericanos con el banano a comienzos del siglo XX.
Lo que pasa es que, si este país sustenta sus esfuerzos productivos en la exportación de este bien, muy demandado por el resto del mundo, su ciudadanía en general pierde el interés por producir otra cosa y esto provoca una dependencia excesiva del susodicho “commodity”.
El problema llega cuando la demanda del resto del mundo por petróleo, bananos, estaño o lo que sea, baja y entonces las divisas comienzan a mermar y con ello la miseria vuelve a adueñarse de la sociedad. A eso los economistas le dan un nombre: “Enfermedad Holandesa”, debido a la crisis que el país europeo tuvo, cuando en 1960 descubrieron un yacimiento de gas en su territorio.
Como dije antes, los latinoamericanos hemos sido víctimas de este fenómeno de forma repetida y en muchas ocasiones. Sin embargo, aparte de Chile y Perú, nunca aprendimos la lección y muy pocos descubrimos el valor de la diversificación productiva como disuasivo de las crisis provocadas por los ciclos económicos.
Pero no abundaré más en este “síndrome neerlandés”, harto conocido y estudiado, sino en otro, más actual, aunque para nada nuevo. Uno que con toda justicia debería llamarse “enfermedad latinoamericana” y no porque sea originario de estas tierras, sino, por lo persistente y duro que nos resulta vez tras vez deshacernos de él, al grado que pareciera no tener cura. Me refiero al Populismo.
En efecto, este mal no es privativo de Latinoamérica: ya Julio César lo practicaba en la muriente república romana, y como él, otros tantos líderes a lo largo de la historia. Lo que sucede es que acá lo hemos elevado casi a la categoría de arte, lo hemos perfeccionado tanto o más que al reggaetón o el cubismo.
El cuento es muy sencillo, la gente desesperada y harta del latrocinio y desvergüenza de sus políticos, cede al hechizo de un líder encantador y mesiánico, que divide a la gente entre “pueblo y anti-pueblo”, quedando en esta segunda categoría, los empresarios voraces, sus aliados de la clase política tradicional, confabulados ambos con tecnócratas “neoliberales” insensibles y toscos. El pueblo debe entonces ser redimido por su líder quien se arroga poderes místicos para salvar a las víctimas.
La receta la explicó con simpleza, quien quizás sea el padre de los populistas latinos: el inefable Juan Domingo Perón se la dio en una carta al recientemente electo chileno Carlos Ibañez del Campo: “Mi querido amigo dale a la gente, especialmente a los trabajadores, todo lo que sea posible. Cuando te parezca que ya les has dado demasiado, dales más. Verás los resultados. Todo el mundo tratará de asustarte con el fantasma del colapso económico. Pero todo eso es una mentira, no hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque nadie la entiende”.
Y de ahí en adelante la consabida tragedia. Los inefables mesías comienzan a regalar dinero a mansalva, a aprobar subsidios, a expropiar al rico oprobioso para regalar al pobre, a incrementar salarios son contar con el necesario incremento a la productividad, etc. ¿Y cómo lo hacen? Pues primero aprueban impuestos confiscatorios y cuando no alcanza, endeudan al fisco en proporciones desmedidas y por último, echan a andar la maquinita de hacer dinero, hasta que la situación se vuelve insostenible.
Ahí comienza el horror: la gente acostumbrada a sus dádivas comienza a reclamar y a rebelarse. Es entonces cuando a falta de salidas racionales, no queda más que el estropicio, la represión, la cooptación de la prensa y la infaltable captura del estado. Ejemplos abundan por la derecha y la izquierda: pregunte usted por Banzer, Chavez-Maduro, López Portillo y por aquí cerquita a la dupla Ortega-Murillo. Ojalá y algún día logremos curarnos de este mal. Por lo pronto las cosas parecen más duras y difíciles que la COVID con todas sus variantes.