Washington – El general retirado John Kelly, que durante tres años al frente de Comando Sur se familiarizó con Latinoamérica, ha sido elegido para ocupar el cargo de secretario de Seguridad Nacional de EEUU, central en la guerra contra los indocumentados del presidente electo Donald Trump.
Kelly, un infante de marina de 66 años que durante el mandato del presidente Barack Obama alcanzó la culminación de su carrera militar, es el nominado de Trump para encabezar un gigantesco departamento encargado de evitar atentados, controlar las fronteras y hacer cumplir las leyes migratorias.
El general retirado, el tercero que se suma al gabinete de Gobierno ideado por Trump, es un conocedor de la compleja ecuación que lleva a centenares de miles de inmigrantes, la mayoría centroamericanos, a emprender camino al norte cansados de la corrupción y la falta de oportunidades, sufrir la extorsión de los cárteles de las drogas y acabar en la clandestinidad en EE.UU.
En su tiempo en el Comando Sur, Kelly fue responsable de supervisar un rápido aumento de fuerzas especiales en Latinoamérica, de mantener la cooperación militar con socios clave como Colombia y de manejar la ingente inteligencia generada en la lucha contra el narcotráfico y la inmigración ilegal en Centroamérica.
Kelly, cuya designación debe aprobar el Senado, no ocultó durante su papel como jefe de las operaciones militares en América del Sur y Central su frustración por la permeabilidad fronteriza.
En sus audiencias en el Congreso solía lamentar que la escasez de recursos, la falta de atención a Latinoamérica y los recortes presupuestarios le permitían ver como barcos llenos de droga surcaban el Caribe para dejar que los cargamentos siguieran vía norte por México sin poder interceptarlos.
«La relativa facilidad con la que los traficantes de personas mueven a decenas de miles de personas a las puertas de nuestra nación demuestra que esas rutas son una vulnerabilidad potencial para nuestro país», explicó en 2015 en una audiencia en el Senado.
Kelly se refería a la posibilidad de que las rutas migratorias sirvan no solo para introducir drogas o inmigrantes económicos o refugiados, sino para ofrecer una puerta trasera para terroristas.
Ese perfil de «halcón» se complementa con otro más moderado, que le permitió trabajar con la Administración del demócrata Barack Obama y forjar alianzas con socios en Colombia, Chile u Honduras, a través de maniobras o programas de entrenamiento y formación.
Pero antes que nada, Kelly es un «perro de la guerra», con casi medio siglo de experiencia en los aguerridos marines y el primer coronel de la infantería de marina que era ascendido a general de brigada en plena guerra desde 1951.
Ocurrió en 2003, en pleno fragor de la batalla mientras los estadounidenses avanzaban hacia Bagdad, ciudad a la que entró para asegurar, con el verbo que caracteriza a los militares que saben arengar a la soldadesca: «Diablos, estos son marines. Hombres como estos defendieron Guadalcanal y tomaron Iwojima. Bagdad es pan comido».
Durante los cinco años siguientes, Kelly hizo de Irak su segunda casa durante tres despliegues, en el último de los cuales, en 2008, se puso al mando de las tropas internacionales en la inestable provincia suní de Al Anbar.
Kelly se convirtió en 2010 en el militar de más alto rango que pierde a un vástago en el terreno de batalla, cuando su hijo Robert Michael Kelly falleció tras pisar una mina en Afganistán.
Si finalmente llega a la Secretaría de Seguridad Nacional, creada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra EE.UU. (11S) y con una plantilla de un cuarto de millón de personas, se tendrá que ver con una agencia fuertemente burocratizada, con una infinidad de departamentos y un personal mucho menos motivado que el Pentágono.
Además, estará en el centro de la ejecución de la política antiterrorista y migratoria de Trump, un proyecto faraónico, para el que ha pedido deportaciones masivas, un muro fronterizo con México o un rígido control de personas procedentes de países con historial terrorista.