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Justicia Escénica: Juegos Florales homenajearán a Rafael Murillo-Selva

Oscar Flores

Mientras en el Consejo Nacional Electoral (CNE) se iniciaba el sorteo para determinar el orden de los cinco candidatos presidenciales para las elecciones del último domingo de noviembre de este año, uno de los organizadores del comité de los XXXIV Juegos Florales de San Marcos, Ocotepeque, me confirmaba el homenaje a Rafael Murillo-Selva Rendón, alguien que ocupa un lugar especial en la papeleta donde están los hombres y mujeres que han puesto en alto el nombre de Honduras.
La noticia me llenó de alegría y, como se dice popularmente, “me hizo el día”.
Hace diez meses llamé al Maestro para plantearle el proyecto de publicar su obra completa con Colección Erandique. La idea le encantó.
Después de varios contactos telefónicos, me tocó ir a visitarlo a la colonia Kennedy de Tegucigalpa, donde vive en un apartamento cómodo e iluminado, que parece más bien un pequeño museo.
Cuando iba en camino, me asaltó (pero sin pistola, como está de moda en la ciudad) una duda: ¿Era Rafael Murillo-Selva Rendón un personaje vanidoso, arrogante y difícil de tratar, como es la generalidad de aquellos que caen en la categoría de famosos?
Solo tuve que pasar el portón de entrada para descubrir a un ser excepcional.
Aunque yo ya era uno de los tantos hondureños que admiran al reconocido dramaturgo, el tiempo que he compartido con él me ha hecho quererlo entrañablemente. Eso, por distintas razones.
Su trato educado, su conocimiento, su generosidad para compartir miles de historias, su amor por todo lo que es Honduras —en especial su pueblo—, su rechazo a la mentira y su inclinación por la verdad y la justicia, entre tantas cualidades, lo convierten en un “bicho raro”.

EMOCIONES AL CIEN
Allí, en la sala de su apartamento, lo he visto vibrar de emoción al hablar de las que son —tengo la sospecha— sus dos obras de teatro favoritas: El Bolívar descalzo y Loubavagu. De la primera he leído el libro; de la segunda también, pero le agrego la dicha de que pude disfrutarla al menos media docena de veces, en el teatro y en las calles del centro de Tegucigalpa.
“El Bolívar descalzo fue una revelación. Allí se concretaron sueños, ideas que estaban vagas, sobre la capacidad del pueblo para hacer arte —cualquier arte que sea—. Ese contacto con campesinos que viven en las alturas de Los Andes le dio un rumbo total a mi vida artística y personal. Trabajaba diez o doce horas diarias y no me cansaba nunca. La llamo una realización total de mí mismo, un torrente de creatividad”.
“Y Loubavagu fue un infierno de doce meses, duro, al punto que me dio un derrame cerebral, además de dos paludismos. Sin agua, sin energía eléctrica, sin carretera… Pero al final, ese infierno se volvió luz y doy gracias porque esa obra es una revolución en cuanto a la forma escénica. Han hecho tesis y ensayos en Francia, Holanda, en Estados Unidos… Ambas fueron una ruptura de la visión que se tenía en Europa sobre el teatro”.
Veníamos de San Juancito, el antiguo enclave minero al que llegó por primera vez en 1988, y fue un momento que atesoraré por siempre.

SAN JUANCITO MÁGICO
A San Juancito lo descubrió gracias a El Indio, el peluquero de la famosa barbería Boston.
—Ya no quiero vivir en Tegucigalpa… Ando buscando un pueblo que esté en medio de las montañas, bonito, pacífico.
—Véngase conmigo —le dijo El Indio—, mañana mismo lo llevo a mi pueblo.
—¿Qué pueblo es?
—San Juancito.


Al día siguiente, luego de pasar por una carretera que era como una enorme serpiente de concreto, baches y tierra, Rafael Murillo-Selva Rendón, considerado el dramaturgo más importante en la historia de Honduras, llegó a San Juancito.
Fue un amor a primera vista.
“Lo que sucedió fue misterioso, mágico… Las calles de San Juancito, sus rincones, están llenos de secretos”, recuerda.
Con 92 años, el Homenaje Certamen Literario Nacional de los XXXIV Juegos Florales de San Marcos, Ocotepeque, es un acto de justicia, y un puñetazo a aquellos sectores (públicos y privados), que, por envidia, ignorancia y hasta sesgo político, no le han reconocido los méritos que se ganó con sangre, sudor y lágrimas.
“Así es Honduras”, dirán algunos.
No: así son los malos hondureños.

EL 18 DE OCTUBRE
“Los XXXIV Juegos Florales de San Marcos, Ocotepeque, celebran la impresionante trayectoria de Rafael Murillo Selva, referente del pensamiento crítico, el arte escénico y la cultura hondureña, quien ha dejado huella en Honduras y en América Latina como pionero del teatro comunitario. El reconocimiento le será entregado el sábado 18 de octubre de este año”, señala el comité organizador.
“Considerado el padre del teatro moderno en Honduras, ha trabajado con comunidades indígenas, garífunas y rurales, dirigiendo más de 40 montajes y escribiendo 15 obras, entre ellas la emblemática Loubavagu. Fue, además, docente en varios países y alto funcionario de la UNESCO”, agrega.
Y concluye: “Por su inestimable legado y compromiso dentro del mundo del arte, cultura y letras, San Marcos de Ocotepeque le rinde homenaje: dignidad, memoria y creación en escena”.
Nacido en Tegucigalpa el 19 de agosto de 1933, con dos doctorados (en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Colombia e Historia Económica por La Sorbona de París, Francia), es, además de dramaturgo, actor de teatro, ensayista, articulista y cuentista; Premio Nacional de Arte “Pablo Zelaya Sierra” y condecorado en Europa y América del Sur.
Entre sus obras, además de Loubavagu o el otro lado lejano y El Bolívar descalzo, destacan El cuento de la identidad, El caso de Riccy Mabel, Un árbol que cuenta historias… o la ilusión minera y El sida y la vida: la historia de Colacha Cruz.
“Estoy muy contento con este homenaje, no me lo esperaba. Me lo han dedicado con mucha ternura, cariño y respeto. Parece que todo el esfuerzo realizado no ha sido en vano”, dice el Maestro Murillo-Selva Rendón.
Por supuesto que ha valido la pena, QUERIDO MAESTRO.

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