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Humilde y valiente gesto

Por Víctor Hugo Álvarez

El mensaje de la Conferencia Episcopal al pueblo hondureño a sus gobernantes, sociedad civil y partido políticos,  contiene novedades interesantes que hacen prever una inserción mayor de la Iglesia Católica, sobre todo,  en los sectores más pobres del país.

Quizás lo más relevante en el aspecto noticioso ha sido que los obispos hondureños hayan pedido perdón;  “especialmente a los que sufren las consecuencias de nuestros miedos, de nuestra impotencia o de nuestra indiferencia y posible egoísmo”.

Porqué de esa actitud? ellos mismos dan la respuesta: “han pasado diez años difíciles en los que hemos vivido tensiones y enfrentamientos que más que ayudado nos han alejado de enfrentar las tareas que nos llevan a una sociedad más justa”.

Esas causas desconcertaron a los prelados hondureños admitiendo no haber sabido ser en medio de gobernantes, partidos políticos y miembros de la sociedad civil “un instrumento de paz, de concordia y un estímulo para la renovación de  una convivencia justa sin excluidos ni marginados”.

Humilde y valiente  ese gesto de pedir perdón públicamente, sobre todo en un país dividido y donde el rencor y la intolerancia campean y se hace difícil la convivencia, sumado a ello la crónica pobreza, la exclusión,  el marginamiento y el temor que infunde la inseguridad y la impunidad.

Esa petición de perdón no surge por generación espontánea, los obispos dicen que han escuchado el clamor del pueblo que se duele en medio de la miseria y miles de hogares  ve caer a sus hijos en una guerra de baja intensidad, en donde los sicarios y criminales quedan impunes y hacen reinar la violencia, ahondando así el sufrimiento de miles de familias hondureñas.

Al señalar que es necesario releer su Carta Pastoral “Por los camino de la Esperanza” publicada en febrero del 2006, es para constatar con dolor que los retos y tareas que debieron asumirse hace diez años siguen ahí y que continua el sufrimiento de la mayoría de la población.

En esa carta de hace una década, los prelados hondureños señalaron la debilidad institucional del país, sobre todo del organismo encargado de regir los procesos electorales, el debilitamiento de los partidos políticos, el crecimiento del ausentismo electoral, del narcotráfico y de la violencia.

Señalaron el crecimiento de la pobreza, de la migración, de la falta de educación y hoy con tristeza ven que no se han tomado las medidas para solucionar esos problemas, porque hemos estado sumergidos en un mundo mágico donde las palabras constituyente, reelección y otras han dominado la discusión nacional y han soterrado el deber de encontrarle solución a los ingentes problemas del país.

Más allá de ello, señalan que piensan con esperanza en una fecunda historia aún no construida y por ello quieren revisar los tiempos, los lugares y las modalidades, comprometiéndose a “dedicar más tiempo a escuchar especialmente a los que viven en las contradictorias  periferias”, para hacerse cercanos a ellos y vencer las tentaciones burocráticas saliendo a la calle y no quedar encerrados en sus casas episcopales.

No hay duda que los lineamientos pastorales del Papa Francisco comienzan a dar sus frutos en Honduras no sólo en lo que a misericordia se refiere, sino a la humildad y la cercanía de los pastores con su pueblo, para que se impregnen de olor a oveja.

El llamado a los políticos es lapidario, los mandan a estudiar a “conocer mejor la realidad  de  Honduras, a estudiar las diversidad de propuestas de las ciencias sociales, jurídicas económicas y éticas”

Porque: “solo podemos  hacer un discernimiento político válido y eficaz manteniéndonos cerca de los más pobres y con los más pobres”

Menos palabras y más obras, menos fantasías y mejores gestiones, menos propaganda y maquillaje y más acción, menos ambiciones reeleccionistas y mayor transparencia en el actuar público para erradicar la corrupción, porque así lo demanda el pueblo, ahora sumido en el dolor y la desesperanza. Eso es lo que se percibe en el fondo del mensaje de la Conferencia Episcopal.

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