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Honduras y la tragicomedia estilo «El embajador se divierte»

Por Yanivis Melissa Izaguirre | Periodista, Honduras

Tegucigalpa, Honduras. La política es el arte de mezclar peras con papas y venderlas como naranjas. Es la convicción de defender un Estado soberano, actuando como soberano idiota.

Es la capacidad de contestar con firmeza «¡domingo!», cuando te preguntan cuál es tu color favorito. Es la audacia de denunciar un acuerdo de extradición, cuando un diplomático extranjero habla de más…

Lo que no es la política (la partidaria, la visceral, la mononeuronal) es la habilidad de ver hacia el futuro sin distraerse mucho en el pasado; tampoco es la facultad de tomar decisiones coherentes, congruentes y que apelen a una visión de Estado y no -como suelen hacerlo- un enfoque particular o del gobierno de turno.

Por eso es que los discursos políticos siempre se repiten, pues tenemos una institucionalidad y Estado de derecho con fecha de caducidad; con políticas públicas de cuatro años de vigencia; con leyes cuatrienias; con ideas e ideales de soberanía y patriotismo interpretados a conveniencia.

Lo que hizo el gobierno pasado, lo deshizo el presente; y lo que deshizo esta administración, seguramente lo rehará la siguiente gestión, y así sucesivamente llevan las riendas del país correteando en la rueda de un hámster; al final, el hámster termina cansado y la rueda maltrecha, como la seguridad jurídica.

Ese mismo cortoplacismo, acomodamiento y manipulación desde el poder es lo que vemos con la «repentina» decisión de la presidenta de Honduras al denunciar el tratado de extradición.

Libertad y Refundación sabe que no fue la mejor decisión política, y no porque estemos en contra de la defensa de la soberanía o porque seamos adlátares del imperio o porque nos valga un pepino la autodeterminación de los pueblos, sino porque la reacción no corresponde con la acción.

Tomando en cuenta los antecedentes conflictivos y crispaciones con episodios seriados en la red social X, el clímax para los representantes diplomáticos de ambos países se vaticinaba con la expulsión de la embajadora estadounidense o la ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos o -al menos- ponerlas en pausa, como México.

Sin embargo, la drástica medida no se relaciona con lo acontecido, en donde los únicos beneficiados son los soberanos narcotraficantes «libres» de las garras del «gran hegemón», que va perdiendo hectáreas en el patio trasero.

«Pueden ser narcotraficantes, pero son NUESTROS narcotraficantes…», parece que así piensan y por eso hay que protegerlos, porque no son producto de exportación.

Como han de creer que tenemos una justicia independiente, fiscales que investigan y denuncian sin temor a represalias, congresistas que no se dejan seducir por el tilín tilín, como ya no hay cooptación y no somos un narco Estado, bien podemos seguir sin CICIH y sin extradición, ¿verdad?

Y como todos los Estados gozan de igualdad soberana, en Honduras se denuncia el tratado de extradición porque se nos da la soberana gana, aunque la alevosía salte a la vista por ambos bandos: por un lado, un gobierno de mecha corta; y por otro, una Laura Dogu que actúa en una tragicomedia al estilo de «El embajador se divierte». Ambos maestros de la orquestación nos dieron un espectáculo «insoportable» e «intolerable». Para repensar.

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