Zelaya, quien representa para muchos el fin de una etapa política en Honduras caracterizada por la invención de un caudillo político y su demagogia refinada que supo despertar la ilusión y la ficción entre las capas desposeídas a favor de reformas, fue incapaz de gobernar con transparencia y rendición de cuentas.
Ahora, desde la isla caribeña, ha indicado que coordina con el presidente dominicano, Leonel Fernández y su homólogo mexicano, Felipe Calderón, el retorno a sus periplos donde espera ser recibido como “presidente” y no como un ex gobernante que cesó en el poder.
En su último comunicado, el ex mandatario hondureño no acepta que ya no es más presidente de Honduras, si se parte de la dimensión de las demandas y propuestas que hace. Pide que tanto la ONU, la OEA, el SICA, el Grupo de Río y el Alba, no reconozcan al gobierno del presidente Porfirio Lobo, “hasta que estas resoluciones (de los organismos hace siete meses) sean revocadas por haber sido superadas las circunstancias que provocaron la sanción”, es decir, hasta que el propio Zelaya sea devuelto al cargo del cual fue destronado.
También, demanda que el Sistema de Justicia debe ser reestructurado y depurado, “retirar de sus cargos en las diferentes instituciones a las personas involucradas en el Golpe de Estado, aún cuando estén amparados por la amnistía aprobada con el fin de concederles impunidad” , dice Zelaya en un comunicado distribuido a través del correo de su hija Hortensia.
Zelaya no quiere que se le persiga (muchos tienen cargos por supuestos delitos comunes) ni a él ni a sus ex ministros, al tiempo que demanda que la resistencia zelayista entre sin ningún requisito al proceso electoral como fuerza política; lo que plantea una contradicción en sus propuestas, porque de un lado, pide la Constituyente para disolver todos los poderes y de otro, quiere que sus simpatizantes entren a la esfera política electoral en un sistema político que ellos no reconocen. |
Zelaya sigue soñando con la Presidencia Curiosamente, propone la creación de un Comisionado para la Libertad de Expresión, algo que rehusó hacer en su gestión, ante los constantes enfrentamientos que sostuvo con la prensa, que intentaba resolver, en el mejor de los casos, bajo la figura de “publicidad oficial” como mecanismo para premiar o castigar a quien le idolatraba o le cuestionaba. En sus demandas como “un presidente que ya no es”, se atreve a dictar pautas a los organismos internacionales y la comunidad internacional para promover reformas constitutivas que blinden la “democracia participativa” que él decía propugnar y que era utilizada como antesala del continuismo presidencialista. Manuel Zelaya abandonó la sede diplomática por medio de un salvoconducto otorgado por el nuevo gobierno de Lobo. Partió junto a su familia y algunos allegados a la isla caribeña, donde permanecerá breve tiempo en calidad de “huésped especial” para fijar su residencia en México, se informó.
La canción “Jefe de Jefes” fue incluso uno de los cantos insignes de la llamada resistencia popular durante sus marchas por las principales calles de Tegucigalpa, lo que desató algunas críticas hacia los simpatizantes de Zelaya por carecer de una visión política e ideológica clara al confundir la apología al delito con la idolatría al caudillo. |
¿Caudillo político?
Analistas consultados por Proceso Digital interpretan el “fenómeno Zelaya” como un fiel representante que encarna la expresión “del último caudillo político, esperemos, que representa una visión atrasada de la política y de la forma de gobernar, es un estilo de dádivas y promesas de una demagogia refinada que supo captar la empatía de un sector empobrecido que vio en él al ídolo y la ficción, pero no el proyecto de reforma”.
“Con él se sepulta la intención de un proceso reformista impulsado por un grupo que quiso hacer las cosas a su manera, pero al final no pudo, porque los criterios de reforma fueron mal planteados y quisieron imponerlos rompiendo todas las reglas del juego político establecido”, agregó uno de los consultados.
Manuel Zelaya—sostienen–arrastra consigo “la frustración de ese grupo, pero también se lleva la ilusión y el despertar de un sector del pueblo, reducido, que vio en él una mitificación del último caudillo político tradicional. Creo que estamos ante el fin de una figura de adoración hacia una persona que sólo era posible en este país en la década de los años treinta”.
Oriundo de la ciudad de Catacamas, en el nororiental departamento de Olancho, el más grande de Honduras, Manuel Zelaya, de 58 años, proviene de una familia acomodada de terratenientes dedicada a la explotación del bosque, y considerada una de las principales depredadoras de ese rubro.
Un gobierno que pintaba como el más corrupto Pese a su posición económica, “Mel” como se le conoce popularmente, no logró concluir una carrera universitaria porque parte de su actividad la sorteó entre la vida política y la bohemia, al grado de llevar casi a la bancarrota a su familia. Congresista por el hasta ahora gobernante Partido Liberal (PL) y líder gremial del sector empresarial más conservador del país, Zelaya llegó al poder con dos propuestas básicas: transparencia y participación ciudadana con rendición de cuentas.
“Creo que la reforma que intentó impulsar Zelaya con la consulta popular para cambiar la constitución, no quedó inconclusa, como muchos piensan; sencillamente no logró iniciar, pero sí profundizó las aspiraciones de cambio en algunos sectores, por lo que su salida representa desafíos políticos inciertos para el país”, advierten. |
Sus excentricidades y la demagogia
Dentro de ellos, destaca la capacidad o no del Frente de Resistencia Popular de lograr configurarse en una fuerza política “que madure hacia la arena electoral, porque sus tendencias no son claras ni nítidas todavía”.
En tanto, en el pueblo, las tendencias en torno a la salida de Manuel Zelaya son contradictorias. Mientras para algunos las ilusiones por una constituyente se mantienen, para otros su abrupta salida salvó su visión de la democracia; otros están confundidos por los niveles de polarización, en tanto hay sectores medios que creen que los hechos de hace siete meses deben repetirse “si los presidentes se salen del guacal o redil”, graficaron.
Manuel Zelaya, cuya gestión durante tres años y medio se caracterizó por la confrontación mediática y el ataque a los llamados “grupos fácticos” de poder, a quienes finalmente terminaba otorgando favores y concesiones, tuvo entre sus logros el hecho de desnudar los contubernios de una elite política y económica que nunca antes había sido tan expuesta previo, durante y posterior al 28 de junio.
Como todo caudillo político, Zelaya gustaba de las excentricidades. Junto a su familia no reparaban en gastos para abordar el avión presidencial y trasladarse a un concierto en otro país; aterrizar un helicóptero a mitad de un poblado para comprar refrescos y golosinas; adquirir un equipo de cámara televisiva para que le filmara mientras buceaba en las aguas del Caribe; trasladar sus costosos caballos “Café” y “Lucía”, con fondos públicos, para ir a una exposición a Nicaragua u obligar a su seguridad personal a correr mientras él recorría por las noches las calles capitalinas en su motocicleta “Harley Davidson”.
Esas y otras acciones, hicieron de Zelaya un “hombre popular” que con un discurso demagógico generó empatía a la gente, a quien mediante sus llamadas “asambleas del poder ciudadano”, regalaba dinero, ofrecía viviendas, propiedades o sencillamente las escuchaba y entonaba un par de coplas.
Los días previos a su salida, el ex presidente Zelaya logró reunir unas 300 personas en la plazoleta de la Casa Presidencial y desde ahí, por tres días consecutivos, arengaba y desafiaba a los grupos de poder, la clase política y a la institucionalidad, dando la sensación que el país entraba a una “revolución” que culminó con su salida.